Usted está aquí: martes 15 de mayo de 2007 Opinión Sin autocrítica ni novedades, el mensaje inaugural de Ratzinger

Bernardo Barranco

Sin autocrítica ni novedades, el mensaje inaugural de Ratzinger

Ampliar la imagen El papa Benedicto XVI, el domingo pasado en Aparecida, Brasil, donde inauguró la quinta conferencia del Celam El papa Benedicto XVI, el domingo pasado en Aparecida, Brasil, donde inauguró la quinta conferencia del Celam Foto: Reuters

Llamó la atención que el discurso del Papa, ante la asamblea general del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), careciera absolutamente de autocrítica y cayera en contradicciones, que denotan que Benedicto XVI es tan europeo que aún no acaba de entender la región latinoamericana.

El domingo 13 por la tarde, Joseph Ratzinger leyó un discurso inaugural de más de 10 páginas ante cerca de 300 personas, la mayoría participantes de la quinta conferencia general del episcopado latinoamericano. Habría que resaltar que no hubo ni la novedad ni la contundencia en sus mensajes que habían vaticinado personajes de la curia romana. Algunos actos de su visita a Brasil tampoco tuvieron el brillo ni la capacidad de convocatoria que caracterizaron las giras de su predecesor, Juan Pablo II, pese a la absoluta disposición de los católicos brasileños. Habría muchos elementos a destacar, pero elegimos tres que nos parecen centrales.

A) El Papa se reconoce en la tradición antimoderna. En diferentes apartados del texto, toma distancia crítica tanto del marxismo como del capitalismo. Ya sea porque no cumplieron sus promesas de construir un mundo más justo, o porque ambos excluyeron a Dios y han propiciado esta globalización cargada por los intereses monopólicos y "de convertir el lucro en valor supremo". Ratzinger se afirma en la larga tradición antimoderna de la Iglesia, cuyo epicentro se remonta a la encíclica Rerum novarum, de mayo de 1891, escrita por León XIII (1878-1903). Allí, la posición de los católicos pasa del refugio, de la defensiva y condena sistemática de los valores modernos hacia el contrataque: la reconquista apostólica de la sociedad. Se pasa de justificar la existencia de la esfera religiosa amenazada por un mundo crecientemente secularizado a la proclamación de concepciones propias y universalizantemente católicas de la sociedad. Hugues Poertelli, al estudiar el conflicto entre el catolicismo, el socialismo y el liberalismo, señala que la Iglesia, diferenciándose del liberalismo sobre el terreno económico y social, se da los medios para combatir el socialismo reforzando su crítica global de las ideas modernas. Este será el camino seguido por León XIII y su sucesor Pío X, haciendo pasar la batalla de una dimensión bipolar entre catolicismo contra liberalismo a una dimensión tripolar: contra el liberalismo y contra el socialismo. En este conflicto triangular, llamado así por el sociólogo francés Emile Poulat, caracterizará la intransigencia católica donde ningún compromiso es posible con uno o con el otro, por razones tácticas. Benedicto XVI confirma esta distancia del capitalismo y del socialismo con el refinado sabor de la búsqueda y empeño teocrático que desprendieron los movimientos sociales cristianos del siglo xix y parte del xx.

B) Involución del profesor Ratzinger sobre las nociones de historia del continente. No es menos seria la afirmación del papa Ratzinger cuando cuestiona la "utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. Sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado". Antes había afirmado una sentencia absolutamente cuestionable por la historiografía latinoamericana al sentenciar que: "(La evangelización) no supuso en ningún momento, una alineación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña". Lamentable que el profesor Ratzinger no se haya podido asesorar ni documentar debidamente, porque sus afirmaciones resultan hasta ofensivas a los habitantes de las regiones andinas, mesoamericanas y del Caribe. El Papa da marcha atrás, incluso respecto de Juan Pablo II, quien era más abierto sobre la cuestión de las culturas indígenas, pidiendo perdón, antes del Jubileo 2000, por las atrocidades que en nombre de Dios se cometieron en la Conquista. Ratzinger da marcha atrás a las afirmaciones de la cuarta conferencia del Celam (Santo Domingo, 1992), que habla de la inculturación de la pluriculturalidad, que reivindica fuertemente lo indígena e incorpora a las relegadas culturas afroamericanas. En suma, el Papa en Aparecida contradice al documento de Santo Domingo, que en el numeral 245, recordemos, señala que "los pueblos indígenas de hoy cultivan valores humanos de gran significación (...). Estos valores y convicciones son frutos de 'las semillas del Verbo' que estaban ya presentes y obraban en sus antepasados para que fueran descubriendo la presencia del creador en todas sus criaturas: el Sol, la Luna, la madre tierra, etcétera".

C) Cero autocrítica del Papa a la acción interna de la Iglesia. En su discurso jamás revira ningún tipo de señalamiento a corregir ni una crítica sobre el accionar interno. Enfáticamente el problema se sitúa afuera, confrontando: "Se percibe, sin embargo, cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudorreligiosas". Francamente nos parece cuestionable no reconocer fallas, desviaciones ni errores en el interior de la Iglesia, que evidentemente se han generado durante los recientes 20 años. Temas como pederastia, encumbramientos y complicidades, fuero religioso, mimetismo con los poderes fácticos y públicos; represión a las pastorales de las comunidades de base y teólogos de la liberación; relegamiento de la mujer, crisis vocacional y cerrazón para abordar el tema del celibato; obsoletos planes de estudio en seminarios, pobre vida intelectual interna y temor de confrontarse con la sociedad; poca capacidad de argumentación, más allá de condenas, sobre temas como aborto, biogenética y anticonceptivos; aburguesamiento de sectores de la alta jerarquía; privilegios a los movimientos de clases altas, como el Opus Dei y los Legionarios, en detrimento de las pastorales populares; incapacidad para expresarse ante los medios de comunicación; movimientos laicos lánguidos; miedos para abordar públicamente temas torales de la sociedad contemporánea, como la sexualidadad.

Si bien Benedicto XVI cuestionó la pobreza, recordó los 40 años de la importante encíclica Populorum progressio y reprobó las estructuras sociales injustas, parece quedar atrapado en la vieja retórica católica gastada e insuficiente de la denuncia genérica, incapaz de generar actitudes más osadas de la Iglesia y compromisos más reales. Muchos, en verdad, esperábamos más, mucho más del papa Ratzinger.

 
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