Usted está aquí: martes 15 de mayo de 2007 Opinión La era de la discrepancia

Teresa del Conde/ I

La era de la discrepancia

La exposición vigente en el Museo Universitario de Ciencias y Arte (MUCA, campus Ciudad Universitaria) rinde mediante su título un homenaje al rector del 68: Javier Barros Sierra, ''Viva la discrepancia, que es el espíritu de la universidad. Viva la discrepancia que es lo mejor para servir".

Sin embargo, no hay en la muestra ese disentimiento en opiniones propia del debate. Al contrario, se trata de una demostración de la manera como puede armarse una exposición proponiendo lecturas paralalelas que recomponen y complementan lo consabido acerca de los escenarios artísticos a partir de 1968 hasta 1997.

A quienes hemos sido testigos directos o indirectos de esas dos décadas lo que más nos produce el recorrido es nostalgia, una nostalgia teñida de sonrisas y a la vez de dolorosos recuerdos que se recaban principalmente mediante los numerosos videos y películas súper 8 correspondientes a la época comprendida, armados bajo la coordinación de Alvaro Vázquez Mantecón. Los curadores principales de la muestra son Olivier Debroise, Cuauhtémoc Medina y Pilar García de Germenos. Las bien realizadas réplicas fueron dirigidas por Tatiana Falcón.

Abre con el Volkswagen (ya reliquia), que Helen Escobedo decoró bajo diseño suyo hacia 1969, colocado fuera del recinto. El automóvil sedán es idéntico al original, pero no transita porque no tiene motor. Está convertido en pieza de exhibición. El visitante ingresa al museo recorriendo la réplica del Corredor blanco que la artista presentó en el segundo Salón Independiente en el propio MUCA, como ambientación efímera. En la última pantalla disponible, antes de abandonar el ámbito, cosa que se hace por el mismo Corredor, puede verse a la propia Helen ataviada con una auténtica minifalda sesentera y zapatos blancos, recorriendo su creación con mirada divertida. Como este texto no puede ser más que memorioso, añado yo el siguiente detalle: cierto periodista reporteó a la directora del MUCA, comentándola como ''la escultural Helen Escobedo" (en vez de la escultora...) Recuerdo que se lo dije, provocándole un ataque de hilaridad. Amante que soy (no conocedora) del arte fílmico, pude recrearme con escenas de Jodorowsky (principalmente de La montaña sagrada), de Juan José Gurrola y de los filmes en súper 8.

Hay piezas que sus mismos autores olvidaron en bodegas o desvanes y que han sido recuperadas -como las de Felipe Ehrenberg, al inicio de la muestra- que aparecen aquí remozadas, lo mismo que los atractivos torsos de Arnaldo Coen o que los discos visuales de Vicente Rojo, representado en la sección del Salón Independiente con algunas de sus Negaciones, vecinas a las obras del Espacio Múltiple, de Manuel Felguérez, y a un gran díptico de Kasuya Sakai que fue adquirido específicamente para que compareciera en esta exposición. En aquel tiempo Ignacio Salazar, actual director de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, fungía como ayudante de Sakai, y era él quien se encargaba de la realización de la mayoría de sus diseños.

El conjunto, en el que reaparece por ejemplo Zalathiel Vargas, vecino a Gelsen Gas, está permeado por lo que podría denominarse, si no propiamente antitradición, sí por visiones alternativas que tocan en ciertos casos el tema de la contracultura. Pero hay lugar también para las intimidades selectivas, como los libros de artista que tuvieron un precedente notable con Ulises Carrión por medio de su texto-manifiesto El nuevo arte de hacer libros o con las postales de Marta Helión.

Así, Yani Pecanins, entonces en unión conyugal con Gabriel Macotela, echó a andar las ediciones de La cocina y El archivero, en tanto que Magali Lara establecía vías de comunicación íntimas de tinte feminista.

¿Cómo no recordar a Maris Bustamante -con careta de gioconda alterada- al lado de Rubén Valencia o la presencia aquí del cubano Juan Francisco Elso?

No es una exposición que invite a la contemplación ni a la experiencia estética, salvo quizá el espacio en el que se exhiben las piezas de Francisco Toledo, donde puede verse la Madre de los alacranes y el simpático bronce del conejo que se sentó a contar su vida, otorgados en préstamo por la galería López Quiroga, entre otras obras, vecinas a tomas fotográficas de la COCEI.

Los nutridos conjuntos de fotografías exhibidas, algunas archiconocidas, como las de Pedro Meyer, Antonio Turok y Graciela Iturbide, no hacen (o así lo siento) una lectura que realmente amarre situaciones políticas y sucesos disturbantes, aunque tales circunstancias se encuentren ilustradas en varios momentos.

Especial mención merecen las del terremoto del 19 de septiembre 1985, que marca un hito en todos sentidos. El apartado de los neomexicanismos está dedicado a ejemplificar obras que ponen de relieve el género, pero no hay (o no vi) ejemplos del Círculo Cultural Gay en el museo del Chopo, que coordinaba José María Covarrubias, a quien varios apoyamos.

La exposición, a diferencia de otras, felizmente es muy concurrida, sobre todo por jóvenes.

 
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