Usted está aquí: sábado 19 de mayo de 2007 Opinión El Juan Rulfo de la ciudad de México

Jorge Legorreta

El Juan Rulfo de la ciudad de México

Ampliar la imagen Retrato del escritor jalisciense, quien el pasado 16 de mayo habría cumplido 90 años, en imagen tomada del libro Cartas a Clara, publicado por Plaza & Janés Retrato del escritor jalisciense, quien el pasado 16 de mayo habría cumplido 90 años, en imagen tomada del libro Cartas a Clara, publicado por Plaza & Janés

Juan Rulfo es uno de los pocos pensantes de la ciudad de México. Hoy que hacen tanta falta las ideas y debates sobre la urbe, bien vale la pena incursionar en algunos de sus pensamientos, releyendo su obra y de paso, rendirle así, un digno homenaje a 90 años de su nacimiento.

Escritor y fotógrafo de sensibilidades inigualadas para expresar en sus obras el México rural y urbano de mediados del siglo XX, Rulfo llega a esta ciudad en 1935, con 18 años de edad; huérfano y solo, es parte de una ciudad que contaba en ese entonces con un millón y medio de habitantes.

Años antes, con las imágenes de su padre asesinado cuando tenía seis años y las de su madre fallecida cuando tenía 10, había sobre-vivido en un orfanatorio de Guadalajara. Desde entonces el abandono y la depresión, muy común entre los hijos del México agrario, no desaparecería de su vida; ya en la ciudad de México, fue empleado de migración, del archivo de la Secretaría de Gobernación y de la Comisión del Papaloapan, así como agente de ventas de una trasnacional de llantas, guionista de la actual Televisa y empleado del Instituto Nacional Indigenista; durante ese lapso tuvo tiempo para revolucionar la literatura mundial con dos obras que escribió en no más de 300 cuartillas, traducidas actualmente en 26 idiomas; estas son Pedro Páramo (1955), novela de difícil pero apasionante lectura por su fractura con el tiempo y el espacio; y los 17 cuentos que integran El llano en llamas (1953).

Después, no volvería a publicar nada trascendente hasta su muerte, acaecida por un cáncer pulmonar, el 7 de enero de 1986.

¿Cuáles fueron los lugares de la ciudad de México transitados por Juan Rulfo?

Lugares y situaciones

Su primera morada fue con su tío David, en un refugio de soldados llamado El Molino del Rey, enclavado en las naturalezas de un frondoso bosque, el mismo que un siglo antes habitara Guillermo Prieto; Rulfo dice sobre su primera residencia: ''mi jardín era todo el bosque de Chapultepec; en él podía caminar a solas y leer, leer (...) no conocía a nadie (...) convivía con la soledad, hablaba con ella, pasaba las noches con mi angustia y con mi conciencia".

Después, ya como estudiante oyente, vive horas de estudio en el edificio de Mascarones, ubicado en las calles de Tacuba; y de ahí todos los días, a una casa de huéspedes de ubicación desconocida. En el apogeo de su vida literaria, Juan Rulfo vivió en la colonia Cuauhtémoc, en el número 84 de la calle de Río Nazas; aquí comparte vecindad con Pedro Coronel, en medio de infinidad de ríos (...) asfaltados. Así lo platica Elena Poniatowska: ''(....) le gustaba mucho agarrarse de las ramas de los árboles de la colonia Cuauhtémoc (...) después (cuando) se hizo famoso (...) caminaba por las calles de Tíber, de Duero, de Ganges, Nazas y Guadalquivir (y) no se le veía por ningún lado la tristeza (...) así caminaba Rulfo, platique y platique por los ríos de la colonia Cuauhtémoc".

Durante muchos años, en compañía de Juan José Arreola, Alí Chumacero y Ramón Xirau, entre otros, Rulfo deambuló, escribió y leyó sus escritos en diversos cafés; esos refugios de la creatividad literaria que por fortuna todavía quedan en la ciudad. En diversas conversaciones menciona uno de nombre Nápoles, frente al desaparecido cine Variedades; y otro más en la calle de Dolores, donde escribió parte de sus cuentos Talpa y La cuesta de las comadres.

Cuando se mudó a la colonia Guadalupe Inn, Rulfo pasa largos ratos escuchando música y tomando café en la legendaria cafetería El Agora, ubicada sobre Insurgentes Sur, casi esquina con Barranca del Muerto.

Soledades y depresiones urbanas

Las grandes ciudades son refugios de soledades, espacios de frustraciones e insatisfacciones que conducen con frecuencia a la depresión, un sentimiento que casi todos padecemos. ¿Qué sentimos y cómo convivimos con casi 22 millones de mexicanos que diariamente entrelazamos angustiosamente nuestras miradas? Rulfo es de los pocos que se atreve a hablar en nombre de todos; sus palabras no son, como generalmente se podría pensar, literales, sino metafóricas: ''(...) vivo muy encerrado siempre, muy encerrado. Voy de aquí a mi oficina y párale de contar. Yo me la vivo angustiado. Yo soy un hombre muy solo, solo entre los demás. Con la única que platico es con mi soledad. Vivo en la soledad. En mi casa (....) nadie habla con nadie, ni yo con Clara ni ella conmigo, ni mis hijos tampoco, nadie habla, eso no se usa, además yo ni quiero comunicarme, lo que quiero es explicarme lo que me sucede y todos los días dialogo conmigo mismo, mientras cruzo las calles para ir a pie al Instituto Nacional Indigenista, voy dialogando conmigo mismo para desahogarme, hablo solo. No me gusta hablar con nadie (...) así es el sentimiento que yo tengo, soy todo deprimido y marginado (...) lo que no me gusta es la gente, hablar en público. Me entra el pánico, me deprimo mucho (...) a veces amanezco queriendo no despertar".

Identidad y misticismo

La obra de Rulfo aporta dos concepciones contemporáneas sobre la ciudad de México. La primera, es descubrirla como una ciudad de ciudades, cuestionando una sola ''identidad urbana"; y la segunda, quizá la más importante, es su caracterización como una urbe donde predominan las relaciones espirituales, sobrenaturales y en comunicación con el mundo de las divinidades. No se trata, por supuesto, de la ciudad de las minorías, sino de las mayorías migrantes que habitan en las periferias, desoladas y silenciosas, y de las cuales Rulfo se convirtió antes que muchos otros, en su principal vocero.

Dice: ''México no es una ciudad que tenga características propias, es una ciudad mistificada totalmente, son muchas ciudades, ¿de cuál ciudad se habla, de cuál barrio, de cuál colonia, de qué rumbo(...)? yo uso la tercera persona porque (...) me siento totalmente ajeno a estas gentes que viven en la ciudad de México. No a los aledaños de la ciudad. El 70 por ciento de los que vivimos en la ciudad hemos venido de la provincia. Entonces hay una población que no se adapta al hombre que ha nacido y vivido en el barrio de vecindad. Esa es una realidad: gentes que viven en condiciones difíciles, barrios que están fuera del Distrito Federal pero que no están separados sino unidos por casas a la ciudad. Y muchos de estos hombres, campesinos que llegan a la ciudad, viven en la periferia porque no quieren perder contacto con el campo, no quieren perder ese contacto con la tierra que les permite soportar la miseria de la ciudad".

Estos pensamientos sobre la ciudad inaugurarían, años después, los múltiples estudios sobre la pobreza de las periferias de Ciudad Nezahualcóyotl y del Valle de Chalco.

A los pocos años de su llegada a la ciudad de México, Rulfo aborda la migración urbana en una corta obra, probablemente la primera que iniciara en su vida. Con los sentimientos de abandono producidos por los recuerdos de asesinatos y muerte de su natal Jalisco, comienza en 1938, con sólo 20 años de edad, Los hijos del desamparo, una novela con referencia a la zona de tolerancia del céntrico callejón de Valerio Trujano (atrás del actual Museo Franz Mayer), donde un solitario migrante, con un niño en brazos, busca el cobijo de una madre para él y para el pequeño.

De la obra se conservó un pequeño fragmento fechado en enero de 1940 y publicado 21 años después, en la Revista Mexicana de Literatura de septiembre de 1959, con el nombre Un pedazo de la noche. Así, no es aventurado afirmar que los paisajes de desolación que nutren las obras de Juan Rulfo, no son sólo imaginarios del campo, sino también de los desolados paisajes urbanos de la ciudad de México. Por ello, releer las obras de Juan Rulfo resulta indispensable para entender que los habitantes de esta gran ciudad de México no sólo necesitamos viviendas, transportes, escuelas, parques y hospitales. También las imaginaciones literarias como las de Juan Rulfo, indispensables para alimentar el alma de la ciudad.

Fuentes de textos citados: ''Ay vida, no me mereces. Juan Rulfo, pon la cara de disimulo", de Elena Ponitowska y ''Conversaciones con Juan Rulfo", de Fernando Benítez, ambos leídos en el Homenaje Nacional rendido al escritor jalisciense. INBA/SEP, septiembre 1980; de Internet, la página oficial y principal, y otras de diversas autorías

 
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