Usted está aquí: sábado 19 de mayo de 2007 Política Rubén Jaramillo: el muerto incómodo

Tanalís Padilla*

Rubén Jaramillo: el muerto incómodo

Hace 45 años, el 23 de mayo, elementos del Ejército rodearon la casa de Rubén Jaramillo en Tlaquiltenango, Morelos. Secuestraron al líder agrario, a su mujer Epifania Zúñiga y a sus tres hijos Enrique, Filemón y Ricardo. Unas horas más tarde sus cuerpos fueron hallados en Xochicalco. Mientras que la represión en el campo no era nada nuevo, este operativo, llevado a cabo en pleno día, contra una familia entera, para acribillar a un líder campesino que tres años antes había sido amnistiado, causó un fuerte impacto. Tanto así, que la historia de su muerte ha sido más recordada que el movimiento que encabezó; una lucha que duró casi dos décadas y media y representa un vínculo esencial entra la lucha agraria de la Revolución y las movilizaciones campesinas que marcaron el siglo XX.

Su origen en la tierra de Zapata, su trayectoria que incluyó la defensa de ejidatarios y pequeños productores, movilizaciones electorales, lucha guerrillera y tomas de tierra, hacen del jaramillismo y de su líder un ejemplo de las diversas modalidades de resistencia campesina. Veterano zapatista, pastor metodista, partidario de Lázaro Cárdenas, dos veces candidato a gobernador de Morelos, miembro del Partido Comunista y guerrillero, la figura de Jaramillo es difícil de clasificar. Sin embargo, aparece una constante: la habilidad de Jaramillo para dar expresión a la dignidad campesina por medio de distintas corrientes ideológicas. Como tal, el líder agrario encarnó la diversidad de procesos sociales que vive el campo.

La lucha jaramillista empieza en 1942, a raíz de una huelga en el ingenio azucarero de Zacatepec donde obreros y campesino se unieron para exigir respeto a sus derechos. Jaramillo, uno de los principales líderes de la huelga, fue perseguido por los pistoleros del gerente. Decidió, junto con decenas de campesinos, que era el momento de retomar las armas enterradas desde la Revolución. Jaramillo da inicio así al primero de tres levantamientos armados, acciones que revelan la vigencia del legado zapatista.

Aunque recurrir a las armas fue una medida de autodefensa, los jaramillistas presentaron una visión programática. Enumerada en su Plan de Cerro Prieto, este documento contextualiza las injusticias locales dentro de un marco que condenaba tanto el capitalismo como el imperialismo. Este plan es el primer indicio de un proceso de radicalización que se daría a través de sus años de lucha; una radicalización que iba tomando forma cada vez que la represión se recrudecía. Este primer levantamiento terminó en 1945 cuando el presidente Manuel Avila Camacho concede una amnistía a Jaramillo. Los jaramillistas forman entonces el Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM), que en 1946 postula a Jaramillo para gobernador de Morelos. En su campaña, los jaramillistas reclaman un retorno a las reformas cardenistas, sobre todo las que podrían hacer viable la vida campesina. El PAOM logra grandes movilizaciones, pero con el fraude y una buena dosis de represión, el partido oficial impone su candidato.

Para 1951 se abre nuevamente un espacio que permite a los jaramillistas participar en la lucha electoral. Esta vez, la movilización del PAOM coincide con una escisión dentro del PRI en la cual Miguel Henríquez Guzmán se lanza contra el candidato oficial Adolfo Ruiz Cortines. Para una buena parte de la población y especialmente en el campo, las elecciones de 1952 crearon la esperanza de rescatar las reformas sociales que desde 1940 el gobierno venía desmantelando. Jaramillo se lanza otra vez para gobernador y las movilizaciones del PAOM crecen. Crece también la represión y el PRI se impone nuevamente.

Cerradas las posibilidades de restablecer el cardenismo, los jaramillistas recurren una vez más a la tradición zapatista. Armados, y de nuevo en la clandestinidad, proclaman otra versión del Plan de Cerro Prieto donde exponen con mayor contundencia la traición que el PRI ha hecho de la Revolución. Cercadas las vías democráticas desde arriba, Jaramillo recurre a la democracia desde abajo. Durante los siete años que duraría esta clandestinidad, recorre el campo morelense, orientando a los campesinos que lo albergan y lo protegen. Insiste en que hagan valer sus derechos. "Hacer pueblo", lo llamaría más tarde Lucio Cabañas.

Al llegar al poder en 1958, Adolfo López Mateos ofrece otra amnistía a Jaramillo quien decide aprovechar el retorno a la vía legal para ampliar su lucha. Al frente de 6 mil campesinos, presenta una solicitud para colonizar los llanos de Michapa y Guarín. Su proyecto combinaba demandas típicamente agrarias con planes de construir cooperativas para comercializar los productos que allí se cultivarán. Aunque los jaramillistas reciben inicialmente la aprobación, el Departamento Agrario pronto da marcha atrás, favoreciendo en su lugar un proyecto empresarial. Ya empezadas las obras de los jaramillistas, el Ejército los despoja, reproduciendo así una conocida dinámica: el gobierno insiste que los jaramillistas se apeguen al proceso legal mientras responde con el uso de fuerza ilegal.

Jaramillo considera volver a la clandestinidad, esta vez no sólo como medida de autodefensa, sino para asentar las bases de un levantamiento popular. Es en este momento, en 1962, que Jaramillo y su familia son asesinados, una temprana manifestación de la guerra sucia que en los años 70 atentaría contra aldeas enteras en Guerrero. Si bien su asesinato se convertiría en un símbolo de la suerte que corren los grupos que bajan la guardia y confían en la palabra del gobierno, Jaramillo deja también como legado una fértil tradición de lucha. Su figura continuó mostrándose tanto en los grupos clandestinos de los 70 como en las luchas campesinas de los 80 y acompañaría a diversas movilizaciones del EZLN. Siguen así apareciendo los muertos incómodos que el Estado nunca ha logrado eliminar y que continúan manifestándose con una diversidad de métodos y creatividad de acciones.

* Doctora en historia. Profesora de la Universidad de Dartmouth

 
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