Usted está aquí: lunes 21 de mayo de 2007 Cultura Normalidades

Hermann Bellinghausen

Normalidades

Para el doctor Freitas, llegar tarde a una cita es peor que pesadilla. No lo hace y detesta que se lo hagan. Sabiéndolo, y conociéndome, me adelanté para no errarle y llegué al Café Roma con 10 minutos de anticipación. Vacío y tranquilo el local, dediqué la espera a leer un libro. De poesía, creo. Lo que son las cosas, fue él quién se retrasó. No mucho. Cosa de un cuarto de hora, que para un colgado como yo es nada. No para Freitas, así que empezó por las innecesarias disculpas y una explicación no pedida de "me entretuve en la clínica más de lo normal".

Estaba yo en el "no te preocupes doctor", y mentía con un "también yo me retrasé, acabo de sentarme" (la verdad no me importan 15 o 20 minutos, no soy suizo), cuando me percaté de que Freitas venía indignado.

-Leí en el periódico que los diputados, no dice de cuál partido, por defender al Ejército niegan las violaciones sexuales documentadas y denunciadas, y dicen que se tratan de un complot del crimen organizado para desprestigiar. Que las prostitutas y los campesinos reciben dinero para inventar los abusos de la tropa. Y no sólo en Veracruz, Michoacán, Coahuila o aquí. Alegan que en todos los casos.

Yo había llegado de México para averiguar sobre unos presos que no aparecían, que a lo mejor llevaron al penal de las islas Marías (hagan el favor, ya ni existe) "a tomar el sol", según el Ministerio Público que habló con los familiares de uno de ellos.

En realidad, para cuando fui a los separos ya los habían aparecido, golpeados, eso sí, y los habían remitido al Cereso de los suburbios. Dos estudiantes y dos campesinos, jóvenes todos. Su delito fue tenderse, junto con muchos otros, al paso de los buldózeres de una constructora y del propio gobierno que pretendían abrir una brecha entre dos ríos de la selva, como primer paso para abrir un canal que unirá las paralelas fluviales, y posteriormente construir una represa que, en nombre de la energía eléctrica, inundará siete pueblos, tres cementerios y miles de hectáreas de milpa y bosque. Una historia de progreso de esas que a los ingenieros les resultan normales y tanto complacen a los intelectuales y columnistas enamorados del desarrollo, el orden y sus modestas chequeras.

Buscaba a Freitas porque algo debía saber. El se entera de cuanto ocurre en su estado. Como informante vale su peso en oro, o sea bastante, pues está grandote. Pero venía tan alterado que no se interesó en mi asunto. Dos días atrás había atendido a una muchacha ."Bien amolada", dijo.

Resulta que en el cabaret donde trabaja (de qué va a ser) en las afueras de la ciudad, ella y sus compañeras tuvieron que "atender" a un grupo de soldados que ofrecían "buena paga" por un rato. Y allí mismo las atacaron gachamente. La paciente de Freitas traía muy lastimados sus orificios inferiores y una infección purulenta, "aguda", explicó, pero que se cura con una sobredosis de penicilina. "En cada nalga, por si no regresa a consulta".

-Desde que soltaron policías y tropas para dizque meter orden, las calles de la ciudad y las comunidades aledañas están en un toque de queda que no se atreve a decir su nombre. Y la historia de esa muchacha no es la única.

El doctor Freitas pidió al mesero un exprés doble, un panqué, un cenicero, y finalmente tomó asiento. La excitación lo había tenido de pie hasta ese momento. Siguió diciendo:

-Vaciar los cuarteles significa inundar la vía pública de testosterona y ansias de hombre joven. Y armado. Y como los soldados se saben impunes. Por eso indignan las declaraciones de los diputados, de que las denuncias de prostitutas e indígenas son parte de un plan malvado contra las fuerzas armadas "para socavar las instituciones". La historia de esta chica es tremenda. Pero como la tienen amenazada no denunció nada. Me contó su historia gracias al cuestionario clínico, y porque en el consultorio debió sentirse como en un confesionario.

Freitas removió cuatro cucharaditas de azúcar mascabado en su café, encendió un cigarro habiendo apenas apagado otro, igual que yo, y continuó el relato:

-Así que la "fiesta" en el cabaretucho, disfrazada de interrogatorio a las mujeres, derivó en violación masiva. Las trataron como "comadres" de unos sicarios del rumbo y las llamaron "putas ojetas". Pura "diversión" al margen de la ley, que ya ves que es lo legal ahora.

La historia de Freitas se parecía tanto a las que uno lee un día sí y otro también -no precisamente en la prensa, pero sí en los correos electrónicos y anexas- que no me importó su petición de no contarlo, "todavía". O no decir dónde, cuándo, quién ni cómo.

-Pueden matarlas, ami-go. Bueno, si mi nombre te sirve, úsalo, total yo qué -aseguró.

-No te preocupes. Esas historias son normales. No hay novedad. Además, y esto es oficial, no "existen" en nuestra linda democracia.

Terminamos nuestros cafés, seguimos fumando, pagamos la cuenta y nos fuimos a emborrachar

 
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