Ojarasca 121  mayo 2007


golpeandonos fotogra
 
 
 

El Nueva York nahua, tepehua, otomí

"No dejamos nuestra montaña por gusto"
 

Alfredo Zepeda



A trece años del comienzo de la emigración a Nueva York, se va dividiendo en dos el modo de vivir de los indígenas de la Sierra Norte de Veracruz: el de los jóvenes casados y solteros que ocupan por grupos los apartamentos de literas apretadas y renta barata del Bronx y de la Roosevelt, y el de las familias incompletas en la montaña de Texcatepec y Tlachichilco por la ausencia de los que se siguen yendo.

Nueva York no acaba de masticar lo que empezó a suceder hace treinta años, con la primera llegada masiva de los migrantes mexicanos de la Mixteca poblana y oaxaqueña, cuando poco a poco, los nuevos contingentes, señaladamente de la Sierra Madre Oriental, comienzan a hacer presencia. Su organización no tiene membretes: son como arroyo subterráneo que a las veces emerge para volverse visible. Se juntan en el mismo cauce, como veneros recientes, los tlapanecos de la sierra de Guerrero, los quichuas del Ecuador, los nahuas de la Sierra Negra.

Apenas el 14 de abril, los nuevos inmigrantes indígenas fueron invitados por la Universidad de Nueva York a una conferencia cuya intención quedó marcada en el título: La Experiencia Viva de los Migrantes Latinos. Asistieron líderes latinos de Texas y California, académicos e investigadores de la NYU y de tres universidades más. Antropólogos como Renato Rosaldo y Marie Louise Pratts insistieron en la participación de los migrantes indígenas de la última ola, los nahuas, otomíes y tepehuas de la sierra de Veracruz. Llegaron también chicanos y poblanos de los que ocupan el East Harlem, donde antes estaban los boricuas, por la calle 106.

Conforme pasa el tiempo, en el caleidoscopio de la migración se conjugan intereses cada vez más variados: los de las familias indocumentadas cuyos hijos nacieron después de la amnistía recortada por ley Simpson-Rodino en los ochentas; o los de jóvenes que se organizan para hacer valer sus años de escolaridad y obtener su residencia permanente por medio de la iniciativa del Dream Act introducida esta primavera por 66 senadores de ambos partidos.
 

Diez jóvenes de las comunidades de La Florida, El Pericón, Ayotuxtla, Amaxac y Benito Juárez salieron esa mañana de sábado, por la boca de la estación Astor Place del subway, en la Calle 8 de Manhattan y caminaron hasta el Silver Center, junto a Washington Square a dar su palabra. Ninguno de ellos había pisado nunca una escuela de estudios superiores. Ahora estaban en la NYU, pero no como alumnos, sino para brindar saber a investigadores y estudiantes de postgrado de lo que es la vida misma, de lo que pasa en Astoria y en la Northern Boulevard, al otro lado del East River.

"Nosotros no dejamos nuestra montaña por gusto", comenzó en otomí Chucho Reyes, de El Pericón. "Algo está pasando que hace más difícil la vida allá. Estos tiempos de ahora nos exigen más dinero. Y cuando se fue sabiendo que en el otro lado con mucho trabajo se puede conseguir, los hombres comenzaron a venirse hasta Nueva York, de repente. Así se ha puesto la vida, que nos animamos a sufrir el paso de cuatro días y cuatro noches por el desierto de Altar, y a trabajar doce horas diarias en el carwash. Últimamente estamos sintiendo que la amenaza aumenta. Este año ya pasaron 24 de Ayotuxtla pero devolvieron a 12 de Papatlar. La Migra ya se revolvió con la policía, aunque no se sabe por las noticias. Ya tapan las carreteras de New Jersey, Carolina del Norte y Atlanta para deportar a la gente de nosotros por montones. Bush dice una cosa pero piensa otra. Dice que quiere una reforma integral, pero integral no es completa, con papeles para todos. Lo que quiere es la security, que es construir muro en la frontera y mandar el doble de ejércitos y migras".

En efecto, desde la Ley Agraria en 1992, y luego con el TLC, lentamente el Estado mexicano desmantela las bases mismas de subsistencia de los pueblos indígenas, obligando a los hombres a salir de sus lugares a todos los puntos cardinales a completar con sufrimientos añadidos lo que les arrebatan, sin que ajusten las voces para impedirlo. Programas como el Procede y los megaproyectos fracasados, amenazas como la entrada de las semillas transgénicas y el espejismo de las maquilas itinerantes que hoy están y mañana no, dispersan familias y comunidades por Nayarit y Sinaloa, por Nueva York y Atlanta.

El dinero de las remesas es superior a cualquier otro ingreso que pueda llegar a las comunidades de la sierra. Pero los dólares no se integran en un sistema sustentable. Entran como subsidio temporal, pavorosamente necesario hoy, pero que no construye una economía: la que se cimenta ante todo en el trabajo permanente y en la producción de la propia subsistencia.
 

Valeriano Teodoro Petronilo de La Florida levantó ligeramente el tono de la voz "Nosotros veníamos aquí ya sabidos de lo que son los derechos humanos. Sabemos que tenemos derecho a un salario mínimo. No es que desconocemos que el salario mínimo en Nueva York es de 7.15 dólares la hora, mientras a nosotros nos dan 4 dólares, siempre amenazando que nos despiden si protestamos. Los años que llevamos nos ayudan a saber qué tierras andamos pisando. Y en estos días estamos listos para participar en la marcha del día sin mexicanos el primero de mayo. Este año por primera vez".

Los asistentes a la Conferencia escucharon a cada uno con respeto. Como hablantes de inglés y español, entendieron que solamente en colectivo se puede sobrevivir en este lugar, con la sola lengua indígena, completando entre todos la palabra que se necesita para vivir. Sólo Bartolo Francisco y Genaro Cristóbal se quitaron los audífonos de traducción simultánea, porque ya entienden el inglés, aprendido a fuerza de servir mesas, uno en el Restaurante Coromandel, de los "indianos" y el otro en el Bus Stop Café de la Octava Avenida.

Y el primero de mayo, aprovechando que el descanso en los restaurantes es al principio de la semana, allí estaban en la Union Square los otomíes, los nahuas de Chicón y los amuzgos de por Xochistlahuaca, para caminar con otros 2 mil hasta la Plaza Federal. Sumaron sus pasos al movimiento discreto pero claro que cubrió ese día todo el país del norte. Las marchas de este año no reunieron las multitudes que en el 2006 rebasaron a todas las dirigencias formales. Pero las manifestaciones se multiplicaron de Oregon a Massachussets. Veintiuna marchas se registraron en California, al menos sesenta en todo el país. Más gente se congregó en Los Angeles y Chicago, menos en Cleveland y Orlando. En Mendota, California, los salvadoreños salieron a la calle a ahuyentar el miedo, después de que deportaron a 200 personas los días previos, en el operativo cínicamente llamado Devolver al Remitente.
 

En toda esta epopeya, a veces silenciosa, por momentos explosiva, resuena la palabra sabia de John Berger, desde otros exilios: "Colectivamente, los pobres son inasibles. No sólo son la mayoría del planeta, están por dondequiera y el suceso más diminuto habla de ellos. Es por eso que la actividad esencial de los ricos de hoy es construir muros --paredes de concreto, vigilancia electrónica, barreras de misiles, campos minados, controles fronterizos y opacas pantallas mediáticas. En la vida de los pobres casi todo son penurias, interrumpidas por momentos de iluminación. [...] Los momentos de iluminación arriban mediante la ternura y el amor --el consuelo de ser reconocidos y abrazados por lo que repentinamente uno es. A estos momentos los ilumina la intuición, pese a todo, de que la especie humana sirve para algo".

El viejo Jacinto Antonio, en un recoveco de la comunidad otomí de Ayotuxtla, espera el regreso de su nieto Heriberto, quien primero se fue hasta Mahopac, al norte de Nueva York y ahora anda por Danbury. La casa de block construida con los dólares que ha mandado el Beto, a cuentagotas durante cuatro años, es como la prenda, como la promesa de su regreso. No se anima a ocuparla con la abuela Conchita. "Va a venir, piensa. Es para que tenga su lugar cuando llegue. Qué va a decir si nos metemos".


regresa a portada