Usted está aquí: jueves 24 de mayo de 2007 Opinión Albion try

Miguel Marín Bosch

Albion try

Hace 30 años me instalé por segunda vez con mi familia en Ginebra. A través de nuestros hijos en la escuela primaria conocimos a una pareja de Irlanda del Norte: ella protestante, él católico. Habían huido de la violencia sectaria que se fue arreciando y que habría de cobrar más de 3 mil 500 vidas.

Nadie pudo imaginarse entonces la escena inédita que se vivió en Belfast el pasado 8 de mayo. Ahí estaban el líder protestante Ian Paisley y el dirigente del Ejército Republicano Irlandés (IRA), Martin McGuinness, enemigos acérrimos durante décadas, dándose la mano y anunciando que habían acordado formar un gobierno compartido. Sinn Fein, el brazo político del IRA, y el Partido Unionista Democrático de Paisley están en un mismo gobierno.

Con ello parece que se pone fin a un trágico capítulo de la historia norirlandesa y se sella una importante victoria para el primer ministro Tony Blair y su contraparte irlandesa, Bertie Ahern. Sin duda trabajaron duro durante una década, construyendo este asombroso desenlace sobre la base que había creado John Major. Londres dejará de administrar directamente la provincia que ahora recuperará algo de su autonomía. Las autoridades en Madrid deberán tomar nota de cómo sí es posible terminar con un conflicto que parecía no tener solución.

Sin duda que es un éxito para Tony Blair, quien el pasado 9 de mayo anunció, por fin, que dejaría el poder a fines de junio. Dijo que "10 años es suficiente para mí y para mi país". Se irá con un indiscutible triunfo en Irlanda del Norte. En materia de economía muchos creen que su legado será positivo, aunque aquí también John Major le heredó una situación bastante favorable (si uno cree en las bondades de una economía casi de mercado).

En lo económico buscó una tercera vía parecida a la de su mentor, el presidente William Clinton. Lo consiguió jugando la carta de la derecha. Así lo hizo Clinton y así lo hizo Blair con la ayuda de Gordon Brown, quien lo sucederá en el cargo. Por algún arte de magia la relación de Blair con la Casa Blanca se mantuvo intensa, pese al cambio de inquilino. He ahí el principio del fin de su legado.

La gestión de Tony Blair no arroja resultados positivos en otros renglones, especialmente en materia de política exterior. En el rugby un try es un intento de anotación desde cierta distancia de la meta. Se trata de una especie de gol de campo como en el futbol que se práctica en Estados Unidos. Hizo el intento, pero se quedó corto.

De entrada dijo que él y su entonces canciller, Robin Cook, llevarían a cabo una política exterior "ética". Pues bien, se extravió la ética y Cook renunció. Trataron de redescubrir Africa, un tema recurrente entre las ex potencias coloniales. La pobreza en el Africa subsahariana se puso en la agenda de un sinnúmero de reuniones internacionales, pero Londres nunca logró avanzar sustancialmente. Ahí la Casa Blanca no ayudó mucho.

Donde sí se agarró muy feo los dedos Blair fue en su apoyo incondicional a la aventura del presidente George W. Bush en Irak. He ahí su punto más débil. Acompañó a Washington en la invasión a Irak sobre la base de la misma "inteligencia" sobre las supuestas armas de destrucción en masa en manos de Saddam Hussein. El costo de ese error es y será caro.

A los aliados se les pide su opinión, pero Bush no le hizo mucho caso a Blair. Las grandes decisiones (que, por cierto, han tenido resultados desastrosos) las tomó Bush sin consultarlo. Diseñó el proyecto inicial de gobierno. Disolvió el ejército de Irak y desmanteló la estructura burocrática por considerar que los mandos altos y medios eran incondicionales de Saddam Hussein. Luego escogió a los nuevos dirigentes políticos. Nombró a Paul Bremer al frente de la autoridad provisional sin consultar a Londres.

Tras anunciar su retiro, Blair emprendió un periplo para agradecer y cosechar aplausos. Primero hizo un viaje relámpago a París para despedirse del presidente saliente de Francia, Jacques Chirac, pero también, y quizás haya sido el principal motivo de su visita, para platicar con el presidente entrante, Nicolas Sarkozy, un admirador del pragmatismo de Blair. Luego se trasladó a Washington para conversar con Bush. Pero su viaje más importante fue al sur de Irak para agradecer a las tropas británicas y felicitarlas por su "brillante" desempeño. Ya había anunciado en febrero el retiro de miles de esos efectivos. Quizás con Gordon Brown se acelere la salida de esas tropas.

Cuando en mayo de 1997 se instaló en el número 10 de la calle Downing, jamás pensó que se convertiría en el primer laborista en ganar tres elecciones al hilo. Antes de la tercera insistió en que completaría el ciclo, pero luego anunció que no lo haría. Una rebelión en su partido lo obligó en septiembre de 2006 a declarar que dimitiría en menos de un año. Tardó en fijar una fecha porque quería cumplir una década en el poder.

Hace 15 días, cuando anunció que se iría a finales de junio, Tony Blair pidió que se aceptara una cosa: "Con la mano en el corazón, hice lo que creía que era lo correcto". Dejará a un Partido Laborista dividido y a una opinión pública mucha más sospechosa de Estados Unidos. Se le recordará por lo que logró en Irlanda del Norte. Pudo también asegurarse un lugar prominente en la historia si hubiera hecho "lo correcto" en el caso del Trident, el arsenal nuclear británico. En lugar de tratar de disuadir a Bush de la aventura en Irak, se convirtió en su aliado mudo. Trató de justificar ese apoyo a Washington, pero el intento, el try, no tuvo éxito. El título de este artículo es un anagrama del nombre y apellido del primer ministro.

 
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