Usted está aquí: viernes 25 de mayo de 2007 Cultura Defienden expresiones culturales rusas ante la vorágine consumista

El ensamble Ejército Rojo se presentará en el Auditorio Nacional y 15 estados

Defienden expresiones culturales rusas ante la vorágine consumista

Desde hace 25 años, el coronel Anatoly Bazhalkin dirige los destinos de la agrupación artística

Sin perder su esencia, han sacrificado la originalidad de sus danzas para captar público joven

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

Ampliar la imagen Bailarina del Ejército Rojo, emblemática agrupación artística que surgió para apoyar la resistencia ante la invasión nazi a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial y que ahora promueve por el mundo cantos y danzas de la tradición rusa Bailarina del Ejército Rojo, emblemática agrupación artística que surgió para apoyar la resistencia ante la invasión nazi a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial y que ahora promueve por el mundo cantos y danzas de la tradición rusa Foto: Arturo García Hernández

Ampliar la imagen La fuerza y las acrobacias de los integrantes del ensamble La fuerza y las acrobacias de los integrantes del ensamble Foto: Arturo García Hernández

Ampliar la imagen El peque–o Dima Suprozhenkov, notable solista con carisma y modulada voz El pequeño Dima Suprozhenkov, notable solista con carisma y modulada voz Foto: Arturo García Hernández

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Ampliar la imagen Aspectos de la demostraci—n de cantos y danzas rusos del ensamble EjŽrcito Rojo, en Moscœ Aspectos de la demostración de cantos y danzas rusos del ensamble Ejército Rojo, en Moscú Foto: Arturo García Hernández

Moscú, 24 de mayo. A dos horas de la capital rusa, en una zona semiurbana donde inmensos bloques de departamentos se alternan con extensas zonas arboladas y aglomeraciones de modestas cabañas (dachas) habitadas por personas de bajos recursos, se encuentra la sede de los Coros, Danzas y Ensamble del Ejército Rojo (CDEER), la agrupación artística emblemática de la lucha contra la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial, misma que muy pronto se presentará en México.

Entre los muros de ese edificio de aspecto pesado, acorde con la estética arquitectónica de la etapa del realismo socialista, pero austero en su interior, el coronel Anatoly Bazhalkin dirige desde hace 25 años los destinos de la agrupación que se esmera por conservar y promover en todo el mundo la música y las danzas tradicionales de Rusia.

Es un esfuerzo a contracorriente para evitar que esas expresiones culturales que durante mucho tiempo ha identificado a ese país se diluyan en la vorágine modernizadora y consumista que vive la sociedad rusa desde la caída del régimen comunista, en 1989.

Adaptarse a cambios dramáticos

Anatoly Bazhalkin y los integrantes del CDEER reciben y hacen una demostración de su arte ante un grupo de periodistas mexicanos, días antes de partir hacia México para presentarse en el Auditorio Nacional y en ciudades de 15 estados.

Cuando Bazhalkin toma la batuta y se coloca ante el ensamble, detrás de los ademanes enérgicos, del gesto severo y el tono imperativo con que suele expresarse, emerge un hombre sensible, evidentemente comprometido con su trabajo y orgulloso de su significado.

Así lo expresa también -a través de un intérprete- en una charla posterior a la exhibición artística.

Bazhalkin se refiere casi exclusivamente al aspecto artístico del CDEER, a su contribución para que se conozca en el mundo ese aspecto de la cultura rusa, pero habla poco sobre la mística que le dio origen, el innegable propósito político que tuvo al nacer, en vísperas de la invasión a la Unión Soviética por parte del ejército alemán.

En ese tiempo, un grupo de artistas y músicos preocupados por participar en la resistencia ante el invasor, se organizaron en brigadas que viajaban hasta la línea de fuego para dar apoyo y ''un mensaje de esperanza" al ejército soviético.

Las presentaciones, que destacaban por la mística de sus participantes, se llevaban a cabo en las cubiertas de los buques de guerra, aeródromos al descubierto, en tarimas a orilla de la carretera, en vagones de ferrocarril, hospitales o claros de bosque.

La agrupación ha tenido que adaptarse a los dramáticos cambios que ha experimentado Rusia en los pasados 18 años.

''Lamentablemente ya no es como antes", dice con expresión melancólica el coronel Bazhalkin, en referencia al clima social y político en que el CDEER vio su época de mayor proyección dentro y fuera del país. No obstante, dentro del Ejército sigue siendo un área prioritaria, por lo que tiene apoyo presupuestal de la institución armada.

Poderosa competencia

Las múltiples expresiones musicales y culturales modernas que recibe de todo el mundo la juventud rusa, se han convertido en una poderosa competencia para el CDEER, a tal grado que han tenido que dar a su repertorio dancístico cierto toque de modernidad.

Dicho de otro modo: han hecho modificaciones que sacrifican en algo la originalidad de las danzas interpretadas para hacerlas más espectaculares y, en esa medida, más atractivas para un público joven.

Sin embargo, Anatoly Bazhalkin asegura que conservan su esencia.

Desde 1995, la encargada de preparar los números dancísticos del Coros, Danzas y Ensamble del Ejército Rojo es la coreógrafa Marina Yaschenka, quien se muestra un poco menos optimista que Bazhalkin a la hora de hablar del arraigo de la cultura tradicional rusa en las nuevas generaciones: ''Sí, existe el riesgo de que desaparezcan, pero -matiza con un toque de ironía- no sabemos, el mundo siempre da vueltas".

Además de cantantes, bailarines y músicos, el CDEER cuenta con una escuela donde 300 alumnos -niños y niñas de tres a 17 años- conocen y aprenden las canciones, los bailes y la procedencia de cada uno, contribuyendo de ese modo a la preservación de dichas manifestaciones culturales.

Pasión, juventud, fuerza, talento, belleza y también experiencia es lo que se puede apreciar en la demostración que cantantes, bailarines y músicos hacen para los periodistas mexicanos. Empiezan con algo que es un saludo y todo un gesto de hospitalidad, pero que no podrán repetir en México por las restricciones legales que rigen su ejecución: interpretan el Himno Nacional Mexicano.

En seguida se despliega un repertorio que recorre los más entrañables lugares comunes de la canción tradicional rusa, empezando por Kalinka, pegajosa tonada que se mete por todos los poros hasta llegar al centro de las emociones. ¿Cómo es esto? ¿Por qué, pese al desgaste a que las somete su constante ejecución, este tipo de obras conservan algo que embruja y conmueve?

Algo como lo que ocurre, por ejemplo y al margen de estilos y épocas, con Bésame mucho, de la mexicana Consuelo Velásquez, o Siboney del cubano Ernesto Lecuona. Algo tocan en los seres humanos de cada generación que las hace perdurables.

Un acordeón, una domra, una balalaika, violines, saxofones, instrumentos varios de percusión, tenores y barítonos se organizan para crear esa atmósfera donde alegría y melancolía se intercalan llevando al espectador de un estado de ánimo a otro.

Por la hermandad de los pueblos

Ahora vienen las espectaculares danzas de cosacos y los inverosímiles alardes de fuerza y plasticidad de sus ejecutantes. Los ojos lo ven y la mente apenas lo cree. ¿Dónde están los hilos que hacen girar y saltar a los bailarines como prodigiosas y atléticas marionetas? El cuadro se completa con los giros, saltos y desplazamientos de las bailarinas y sus faldas, hipnóticas perinolas multicolor con ojos minerales y rostros de porcelana.

Toda la expresividad de esos rostros y esos cuerpos desaparece cuando, al final, se les pide -intérprete de por medio- hablar de su preparación, de su gusto y razones para bailar, del amor a su cultura, de la dedicación que su arte requiere, de las motivaciones para hacerlo. Parcos en palabras y pródigos en sonrisas tímidas, esos hombres y mujeres de talento y fuerza extraordinarios aparecen increíblemente vulnerables.

Uno tras otro, los números mantienen abiertos los ojos y las bocas de los espectadores. Otro momento especial es aquel en que el pequeño Dima Suprozhenkov llena el escenario con su carisma y su bien modulada voz. En unos años, si el CDEER sigue sobreviviendo a los cambios y al tiempo, Dima será otro de sus notables solistas y atrás de él vendrán otros peleando, ya no contra un ejército invasor, sino contra la homogeneidad cultural que se está expandiendo por el mundo.

Terminada la exhibición, el coronel Bazhalkin se transforma en un hombre bonachón, en un patriarca complacido con la demostración de sus muchachos y la admiración de los espectadores. Un momento que vale la pena prolongar ante una mesa, bien provista de vodka y caviar. Que vengan los brindis por la hermandad de los pueblos, por el arte y por la alegría de vivir. A pesar de todo.

 
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