Usted está aquí: miércoles 30 de mayo de 2007 Opinión La vida está en otra parte

Javier Aranda Luna

La vida está en otra parte

Si María Magdalena, la mujer a quien fue dado a conocer el misterio de la resurrección de Cristo, no ha podido cambiar su imagen de ramera en más de 20 siglos, ¿qué podrán esperar del Vaticano o del peor PAN (¿hay otro?), o del fascismo o de esa derecha cavernaria que consume tangas y viola niños, las mujeres mexicanas comunes?

Ya sabemos que la mujer es, en la historia del mundo, el sexo de segunda, el sexo vencido. Y en esa tradición oscura, los mexicanos, por supuesto, no nos quedamos atrás. Por eso las mujeres tienen relativamente poco de ejercer su derecho al voto, por eso no pueden registrar a sus concubinos en el Instituto Mexicano del Seguro Social, a diferencia de los hombres, por eso si las violan es culpa de ellas por andar de minifalda y, si resultan embarazadas, deben parir con gusto el fruto de su vientre (no vayamos a perdernos la oportunidad de tener un Beethoven o de perdida otro Chapulín Colorado), por eso las desmembran vivas o las matan a golpes en Ciudad Juárez o aquí cerquita, en el estado de México; por eso ahora el ombudsman oficial, José Luis Soberanes y el encargado de la Procuraduría General de la República luchan por revertir la despenalización del aborto en el Distrito Federal.

¿Esos dos funcionarios no tendrán trabajo suficiente como para andar corrigiéndole la plana a las mujeres que quieran decidir sobre su cuerpo? No vivimos en el paraíso de los derechos humanos según los más recientes informes de Amnistía Internacional o de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y ahora a estos dos funcionarios se les ocurrió, sin más cartas credenciales que su fe, decidir sobre el origen de la vida. Pero si de veras les interesan las cosas trascendentes, ¿no resultaría más sensato que indagaran sobre el paradero del limbo, tradición que nos dio sustento espiritual por siglos y que el Papa sospechosamente desapareció con un decreto?

Pero más que dictaminar sobre el origen de la vida, ¿no convendría que centraran sus esfuerzos en conservar los derechos a la vida de los seres que existen? Por ejemplo de las adolescentes indígenas que, aún hoy, son vendidas por unos pesos en las catoliquísimas rancherías de Oaxaca; de los hombres, mujeres y niños sometidos al trabajo esclavo en el sureste como en los años dorados del porfiriato; de los niños violados por curas pederastas, de los niños con sida que son expulsados de iglesias y de escuelas oficiales.

Si de veras quieren defender la vida y proponen sistemas de adopción, ¿por qué no adoptan de entrada a las prostitutas adolescentes de La Merced, a los niños de los orfanatos que nadie adoptó? ¿Por qué ellos mismos no ponen la muestra y se llevan a su casa a uno de esos ''abortos" de la sociedad, como llamó el ex secretario de Gobernación, Carlos Abascal, a los niños de la calle? Todos y cada uno de los vocingleros que ''defienden la vida", ¿estarían dispuestos a predicar con el ejemplo llevándose a su casa a uno de estos jóvenes?

En noviembre pasado, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dictaminó que prohibir el aborto en Nicaragua violentaba los derechos fundamentales de las mujeres. Si esto es así el funcionario responsable de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) de nuestro país violenta con sus acciones e intenciones los derechos de las mujeres del Distrito Federal. Contradicción kafkiana plantea Soberanes: violentar el derecho de los vivos para garantizar el derecho de nadie. ¿Sabrá el confesional funcionario de la CNDH que 81 por ciento de las mujeres que han abortado en el DF son católicas y que 71 por ciento carece de cualquier sistema de seguridad social? ¿Le importará?

Si fueran congruentes estos cruzados deberían cuestionar la vasectomía porque le ''corrige" la plana a Dios y litigarían, en el Vaticano, por expurgar de la Biblia la biografía de aquel polígamo que bailaba en el templo y que respondía al nombre de David. También lucharían por expulsar del canon bíblico al sugerente libro del Cantar de los cantares, o aquel pasaje en el que se habla de ese antiguo método anticonceptivo, ''derramar en tierra", por aquello de liquidar a esas otras posibles constelaciones que habrían multiplicado la descendencia de Abraham con mayor prontitud. La vida, al parecer, está en otra parte.

 
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