Usted está aquí: viernes 1 de junio de 2007 Opinión El arte de El Mofles

José Cueli

El arte de El Mofles

Como millones de personas, El Mofles es un chico confinado a la miseria de Nueva Chimalhuacán. La fatalidad lo había enviado al lugar de los ''jodidos". Bajo y desnutrido, sus ojos eran grandes y vivos, alrededor de los cuales desmayaban un montoncillo de harapos y de suciedad.

Tímido como el que más, El Mofles vivía de milagro. Ni para pedir limosna servía, le daba miedo, repugnancia y hasta vergüenza. Mucho menos servía para trabajar de milusos, oficio preferido del lugar.

Torpe como vendedor de baratijas, no se atreve a cerrar el paso a los transeúntes. Ni siquiera a asaltarlos de costado. Mucho menos cruzarse a los automóviles y camiones o romperles el cristal a taconazos, o treparse a los cofres para lavar parabrisas, o tragar humo y hacerle al cirquero. El orden oblicuo de costado le es desconocido. Camina detrás, sin pronunciar palabra y extiende la mano infantil a pesar de que apenas cifra los 14 años.

El Mofles entró a la vida a empujones de una comadrona que lo ''cuidó" hasta los cuatro años, siempre asustado, sin aliento más que para acurrucarse en un rincón, abrir mucho los ojos y dejarse morir de hambre. El Muelas -otro marginal- trató de enseñarle los primeros pasos de la robadera pero El Mofles era torpe para ello.

Sucedió que cierto día El Mofles, quien adquirió cierta técnica en el robo de carteras, se la sustrajo limpiamente a uno de los habitantes de la ciudad. Pues bien, en aquel momento supremo del arte de la sustracción, El Mofles se quedó parado con la cartera en la mano, y sin saber porqué, se puso a gritar: jefecito, jefecito, se le ha caído la cartera. El asaltado recogió su cartera y siguió su camino, sin siquiera darle las gracias.

El Muelas, quien había observado la escena, lo expulsó de la universidad de la miseria, mandándolo allá donde usted se imagina y acierta. El Mofles se alejó del lugar y durante toda la noche corrió por las calles sin sentir la lluvia ni el cansancio ni el sueño, con sus harapos empapados. Aquella noche fue larga y muy negra. Una noche típica del marginalismo de los que viven al margen de la vida institucional (escuela, trabajo, servicios de salud). Casi la mitad de la población.

La cama de El Mofles era una puerta del portal de un tugurio de la colonia. Allá llegó incapaz de pedir limosna, de robar, de trabajar en lo que se pudiera. Llegó con el estómago vacío y tiritando de frío. Se acurrucó en su miserable rincón y se dio cuenta que el poco peso en el estómago le aligeraba mucho la conciencia y el frío se la atarantaba.

Al día siguiente, hambreado y sin qué comer se dedicó a su única actividad y creatividad: recoger piedras que luego iba tirando una a una a los charcos más grandes que se formaban con la lluvia y dejaban círculos que por la superficie tranquila se delataban, después se cruzaban y al combinarse formaban flores y dibujos caprichosos que eran el encanto de El Mofles a pesar de tener el estómago vacío... pero mucho arte marginal, humanismo puro, contra el neoliberalismo.

 
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