Usted está aquí: sábado 2 de junio de 2007 Cultura ¡Dejaron solo a Chávez!

Juan Arturo Brennan

¡Dejaron solo a Chávez!

Simple y sencillamente acabamos de hacer, de manera colectiva, un gran oso musical y cultural, que no es sólo de pena ajena, sino también de vergüenza propia. Entre el miércoles 23 y el domingo 27 de mayo, se presentó en las salas Nezahualcóyotl y Carlos Chávez del Centro Cultural Universitario el ensamble instrumental californiano Southwest Chamber Music para ofrecer, en cinco conciertos, la integral de la música de cámara de Carlos Chávez.

Los antecedentes del grupo y del proyecto no podían ser más auspiciosos. Hace algunos años, el ensamble y su director, Jeff von der Schmidt, se enamoraron apasionadamente de la música de Carlos Chávez (un amor que, si no me equivoco, nadie le ha profesado aquí después del apasionado Eduardo Mata), y emprendieron un monumental proyecto de estudio, ejecución y grabación de toda la música de cámara del compositor mexicano.

Al paso del tiempo, el proyecto dio frutos notables. Los conciertos en los que Southwest Chamber Music interpretó esta espléndida obra fueron unánimemente aclamados por el público y la crítica en Estados Unidos, y todo ello tuvo como consecuencia la grabación (con el sello Cambria) de cuatro álbumes con cinco discos compactos que contienen ese importantísimo repertorio. Si hay por ahí algunos chovinistas que ya están levantando la ceja y haciendo su mueca de asco por aquello de que no les late la combinación de Chávez con un grupo californiano, ahí les va este dato: esos materiales forman una serie discográfica de muy alta calidad en lo que se refiere a interpretaciones, grabación, notas y presentación gráfica.

Como resultado de la seriedad y compromiso en esta empresa, Jeff von der Schmidt y Southwest Chamber Music obtuvieron dos Grammys y una tercera postulación por su serie dedicada a la producción camerística de Chávez.

Con estos luminosos antecedentes, era sólo cuestión de tiempo y de lógica elemental que Southwest Chamber Music viniera a México a ofrecer ese histórico ciclo musical. Se trató, sin duda, de una de las mejores propuestas musicales de mucho tiempo, pero de nada valieron los antecedentes, los Grammys, la importancia de Chávez ni la nobleza del proyecto. ¿Cuántas personas asistieron a esta irrepetible serie musical? Concierto por concierto, en números redondos: 60, 50, 75, 50 y 150. Y que conste que el ''enorme" número de asistentes a la sala Nezahualcóyotl en el último concierto se debió en buena medida a la presencia de un fragmento minúsculo de la base de fans de Tambuco. Esgrimir de nuevo la tibia excusa de que no hay público por la distancia, por la lluvia, por el costo de los boletos, etcétera, no es muy creíble.

Supongo que a las hordas desaforadas que se mataron por ver a Shakira y a Filippa Giordano, el nombre de Carlos Chávez no les dice nada. Y ciertamente, faltó una difusión más amplia. Buena parte del inverosímil y vergonzoso vacío que se le hizo a Chávez tiene que ver también con la actitud de los ''melómanos" que presumen de que nunca escuchan música mexicana... a menos que sea a ritmo de huapango o a cadencia de danzón. Por eso, entre otras cosas, nos estamos convirtiendo en una ciudadanía de sordos descerebrados, inmersos en una espiral de empobrecimiento cultural inexorable.

A pesar de la gélida, inhóspita y desangelada recepción, Jeff von der Schmidt, sus músicos y sus invitados, ofrecieron una ejemplar serie de conciertos, de muy alto nivel en lo general, y con logros particularmente destacados. Entre ellos, por ejemplo, una sólida y bien controlada ejecución de la compleja Sonata para cuatro cornos, así como una austera, casi ascética versión de Antígona, apuntes para la sinfonía.

Muy destacada, también, la versión de Xochipilli, con los alientos como cuchillas afiladas y las percusiones exhibiendo una disciplina rítmica admirable. Igualmente ricas y poderosas fueron las ejecuciones de la Toccata para percusiones y del Tambuco que da nombre a nuestro espléndido ensamble de percusiones.

Fue especialmente notable, en el último concierto del ciclo, escuchar a Lourdes Ambriz cantar con sólida afinación y transparencia de emisión los aforísticos Tres exágonos, los Otros tres exágonos, las Cuatro melodías tradicionales indias del Ecuador y las Lamentaciones.

De igual nivel fue la ejecución de los interesantes Cantos de México, con su peculiar instrumentación mixta. Quizá faltó en esta pieza un ajuste en el balance instrumental, para permitir una mayor presencia de las vihuelas, el guitarrón y el arpa.

El caso es que este histórico ciclo musical vino, transcurrió entre nuestra indiferencia, y se fue para no volver. Otra oportunidad perdida. ¡Qué vergüenza!

 
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