Usted está aquí: sábado 2 de junio de 2007 Política Los medios de la discordia

Ilán Semo

Los medios de la discordia

Hace algunos días, las fracciones de los partidos de la Revolución Democrática (PRD) y Revolucionario Institucional (PRI) en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión se abstuvieron frente a la propuesta de los legisladores panistas de condenar la cancelación de la licencia a la empresa venezolana Radio Caracas Televisión. La abstención permitió que el Congreso mexicano finalmente emitiera su protesta contra el régimen de Hugo Chávez por la autoritaria medida. Con ello, el PRD se deslindó de las posiciones que habían adoptado algunos de sus miembros, que llegaron incluso a celebrar la decisión oficial venezolana. Pero, ¿por qué abstenerse? ¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre y participar de la indignación contra un gobierno que ha ido imponiendo cada vez más un régimen autoritario a la sociedad venezolana?

Que el Partido Acción Nacional (PAN) proteste por el cierre de una televisora que abre el camino a un cuasimonopolio público sobre los medios de comunicación en aquel país es, por decirlo de una manera irónica, una paradoja. ¿Quién si no el partido blanquiazul (con excepción de unos cuantos y contados legisladores), a través del ex presidente Vicente Fox, fomentó -y ha seguido apoyando en la legislatura actual- la ley que hace posible a las empresas televisoras mexicanas convertirse de ipso facto en un oligopolio? La lógica del argumento panista es implacable: en casa, el PAN se reserva el derecho de ser el usufructuario de un duopolio privado que desfigura la libertad de expresión hasta volverla irreconocible, y fuera de ella, frente al caso venezolano, condena al gobierno de Chávez como un satán de la izquierda por imponer, finalmente, lo que habrá de convertirse prácticamente en un monopolio de Estado. ¿Pero son tan distintos los monopolios mediáticos de Estado de los privados? Sí y no. Un monopolio de Estado apuntala el poder de una oligarquía burocrática sobre la sociedad. Un monopolio privado apuntala el poder de una elite privada sobre la sociedad. Quien sale perdiendo en ambos casos es la sociedad, y sobre todo la posibilidad de que el régimen político tenga alguna concordancia con su pluralidad.

Lo que hoy es asombroso es el silencio o la complacencia de una parte sustancial de la izquierda, no sólo en México, sino en América Latina, frente a la gradual liquidación de las libertades políticas en Venezuela.

¿No es acaso el PRD el fruto de una extenuada lucha de una esfera considerable de la sociedad mexicana contra lo que fue un régimen dominado por un solo partido, el PRI, cuyo gobierno se basó en la cancelación continuada de la condiciones mínimas para la emergencia de un orden democrático? ¿Con qué autoridad moral se puede guardar silencio frente a la emergencia de un régimen equivalente en Venezuela?

Es preciso reflexionar sobre uno de los fenómenos políticos esenciales del siglo XX, que hoy, de alguna manera, reaparece en América Latina después del periodo de las transiciones. La izquierda no es sólo es diversa y heterogénea, sino puede contener en su seno posiciones no sólo contradictorias sino antagónicas.

Hay una izquierda autoritaria, como la que se ha desarrollado ya en Venezuela, inspirada en el draconiano principio de que la justicia sólo puede ser obra de la imposición de un líder o un partido único, que vela por la sociedad en general suprimiendo cualquier intento de emergencia democrática. Ya se ha olvidado, pero existía inclusive una teoría que hablaba de dictaduras que favorecían a las "mayorías", y las que usufructuaban "minorías". Dictaduras "buenas" y dictaduras "malas". Todo esto suena absurdo hoy en día. Una dictadura es una dictadura y significa la requisición de la condición esencial para que la sociedad plantee los problemas que le interesa resolver, y pueda hacerles frente sin abrogar su pluralismo.

Y hay una izquierda democrática, como la que prosperó en Europa occidental a lo largo del siglo XX, y que hoy intenta hacerlo en distintas maneras Chile, Uruguay y Brasil. Es una izquierda que parte del principio de que la justicia no sólo es factible en un régimen de garantías democráticas, sino que las libertades de opinión, expresión y manifestación son garantías a las que la misma izquierda no puede renunciar (a menos de querer cometer los suicidios que perpetró en su historia temprana después de 1917).

La mayor parte de la izquierda mexicana proviene de una metamorfosis que convirtió al viejo vanguardismo político en el intento de fincar sus organizaciones en el consenso que otorga los principios del pluralismo. Un intento, creo yo, con excepción de algunos momentos, bastante exitoso. Pero es hora de aclarar términos. Entre la izquierda autoritaria y la izquierda democrática hay un abismo de definiciones. Es el momento de formularlas.

 
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