Usted está aquí: domingo 3 de junio de 2007 Opinión Cine Bar

Angeles González Gamio

Cine Bar

Los que no se cuecen al primer hervor seguro recordarán esas funciones de cine de tres películas, por tres pesos, que con permanencia voluntaria permitían verlas todas, acompañado de tortas y golosinas que le pasaban a vender a su asiento en los intermedios, inclusive se podía ¡fumar! Este concepto ha sido retomado por María Cristina García Cepeda, la querida Maraky, creativa y eficientísima directora del Auditorio Nacional, quien hace unos años volvió a la vida el espacio de un restaurante situado a un costado del inmenso y bello inmueble, que diseñó el afamado Phillip Stark y que fracasó, al igual que varios que le sucedieron.

Aquí creo el Lunario, nombre en homenaje a la gran escultura de la luna, de Juan Soriano, que adorna la entrada del Auditorio. Con el concepto de bar y con la actuación de artistas en un ambiente más íntimo, ha presentado a diversos personajes, muchos de la época de la nostalgia, que nos han brindado momentos maravillosos.

Ahora, junto con el simpático y brillante distribuidor de películas José Díaz, ha recreado el concepto del viejo cine, y por 50 pesos los martes a las 19:30 horas ofrece dos buenas películas, con sus comentaristas y la grata compañía de una copa y palomitas, y si tiene el vicio, hasta un cigarrín. El próximo día 5, se van a exhibir las cintas españolas Al otro lado de la cama y Crimen perfecto.

Esto nos da ocasión para recordar algunos datos sobre la historia del Auditorio Nacional, que se ha convertido en uno de los recintos de espectáculos más reconocidos en el mundo, inclusive ha recibido premios internacionales, ganándole el sitio a lugares como el célebre Teatro Olimpia, de París.

Durante el gobierno de Miguel Alemán, el país fue polo de atracción para las inversiones extranjeras y la ciudad de México fue sede de importantes acontecimientos internacionales. Acorde con esa visión de grandeza y modernidad, el gobierno alemanista decidió que la gran capital requería de un recinto de vastas proporciones, que permitiera la celebración bajo techo de acontecimientos masivos.

Sin estar totalmente concluído se inauguró el 25 de junio de 1952, con la 35 Convención Mundial de la Asociación Internacional de Leones. Inicialmente dependió del Departamento Central, por lo que se le denominó Auditorio Municipal. Con el cambio de gobierno, el presidente Adolfo Ruíz Cortines nombró a Ernesto P. Uruchurtu regente de la ciudad; ambos funcionarios tenían una mentalidad austera, por lo que suspendieron los trabajos que se requerían para terminar la obra, ante la incertidumbre presidencial respecto al uso de un edificio de tales dimensiones.

Finalmente se decidió terminarlo, otorgándose la responsabilidad a la Secretaría de Educación Pública; el recinto se reinauguró el 16 de julio de 1955, con un concierto de la Orquesta Sinfónica de la UNAM. Tres años más tarde se instaló un órgano monumental, considerado entonces el tercero en el mundo por su cantidad de voces. A partir de esta época, el ya bautizado como Auditorio Nacional se volvió sede -con precios populares- de grandes óperas, conciertos, conjuntos corales, danzas, espectáculos nacionales y extranjeros, encuentros deportivos, convenciones, exposiciones industriales y, anualmente, de la célebre Feria del Hogar.

En varias ocasiones fue utilizado como recinto alterno del Congreso de la Unión, entre otras en 1970, cuando tomó posesión el presidente Luis Echeverría. Ahí se celebraron reuniones multitudinarias con obreros, campesinos, amas de casa que eran festejadas por el Día de la Madre -cuando las más prolíficas recibían premios-; se puede afirmar que miembros de prácticamente todos los sectores sociales han asistido por lo menos una vez durante su vida a algún acto en el Auditorio Nacional.

A lo largo de 40 años se le hicieron diversas adaptaciones, hasta 1991, cuando se inició una remodelación a fondo, obra del arquitecto Teodoro González de León, que dio como resultado un hermoso y moderno edificio con lo más avanzado de la tecnología actual y adornado con obras de arte de los mejores artistas mexicanos.

Al salir del Lunario, si vio las dos películas, por la hora ya no hay muchos sitios abiertos para degustar un bocadillo antes de ir a la cama; sin embargo, en el cosmopolita Polanco siempre hay opciones. Una de ellas, cruzando Paseo de la Reforma, es el Au Pied de Couchon, restaurante francés de gran postín, situado en los bajos del hotel Presidente, abierto las 24 horas. Para algo muy económico y apetitoso, a cinco cuadras, en Oscar Wilde 9, se encuentra la popular taqueria El Kalifa, ideal para trasnochados, que tiene la originalidad de ponerle la chuleta, bistec, ribeye o filete, enteros, dentro de la tortilla; las salsas buenísimas, mi favorita, la roja y verde asada, con trozos de cebolla.

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