Usted está aquí: viernes 8 de junio de 2007 Opinión Penultimatum

Penultimatum

El desconcierto de Ratzinger

JOSEPH RATZINGER ES uno de los teólogos más importantes de la Iglesia católica. Convertido en Benedicto XVI, ha hecho en su breve desempeño como pontífice pronunciamientos que han causado desconcierto.

POR PRINCIPIO, ACUDIO en visita pastoral y política a su país de origen, Alemania. En Auschwitz, uno de los campos de concentración establecido por Hitler y sus secuaces para desaparecer a los judíos, a diversas minorías y a los grupos y personas ''anormales", le reclamó a su dios por haber permitido esos crímenes. Su reclamo fue muy criticado porque cada vez se sabe más de la colaboración y la complicidad que la alta jerarquía católica, encabezada por Pío XII y los integrantes de algunas órdenes religiosas, tuvieron con el régimen nazi, con Franco en España y Mussolini en Italia. Todo esto lo documenta in extenso Fernando Vallejo en su reciente libro, La puta de Babilonia. Una vez vencida Alemania y sus aliados, el Vaticano se convirtió en agencia para expedir pasaportes y salvoconductos que permitieron viajar a Sudamérica y otras partes del mundo a no pocos de los responsables del exterminio.

TAMBIEN EN ALEMANIA, en Ratisbona, Ratzinger habló del carácter violento del Islam. Lo hizo, con la autoridad que le confiere el haber sido elegido por Dios como su representante en la tierra. Y, además, el de ser infalible.

SI BIEN EL silencio y la complicidad con Hitler espera un mea culpa de la Iglesia, en el segundo caso, apenas llegado a Roma, Ratzinger tuvo que rectificar, pero sin que esto quiera decir que renuncia a imponer sus dogmas a las tres cuartas partes de la humanidad que profesa otros credos. Miles de millones que, por no creer en ''el único Dios de justicia y por tanto castigador", se irán al infierno, ese lugar ''del que se habla poco en este tiempo, pero que existe y es eterno", según definición de Benedicto XVI quien, con otras palabras, vio en el infierno a un campo de concentración de la solución final.

DURANTE SU VISITA a Brasil, el teólogo máximo dijo que el catolicismo no fue impuesto en América y que ''Cristo era el salvador que anhelaban los indígenas silenciosamente", ese dios desconocido que los indígenas, ''sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas". Pronto tuvo la respuesta de dos mandatarios sudamericanos y de los grupos indígenas y los sacerdotes y creyentes que reconocen que ''el dios que los indígenas esperaban" fue impuesto sin piedad por los colonizadores españoles y portugueses. Ahora Ratzinger, el mismo que condenó a los musulmanes por imponer su fe con la espada, dice que la conquista espiritual de los colonizadores estuvo revestida de ''sufrimiento e injusticia hacia los antiguos habitantes de América Latina".

MUCHOS PREGUNTAN DONDE está el piloto que debe conducir sin tropiezos la barca de Pedro. Y ya entrados en gastos teológicos, ¿por qué no les ofrece una disculpa a los musulmanes, o por lo menos una explicación tan difusa como la que da para aceptar que la crueldad contra los indígenas fue un gesto servicial en lo tocante a su vida eterna?

 
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