Usted está aquí: martes 12 de junio de 2007 Opinión Quejas y quejumbres

Teresa del Conde

Quejas y quejumbres

Hace poco la pintora Ilse Gradwhol me convocó a que la acompañara a revisitar algunas áreas del centro histórico de Tlalpan. Refiriéndose al jardín central y a la entrada de la parroquia, me dijo: ''Están destruyendo algo que estaba bien; es como una brutalización de sentimientos hacia objetos y elementos que tenían valía".

Me mostró, además, unos murales horribles realizados, uno en 2001, y otro en 2006, que al parecer se inscriben en un proyecto denominado ''dame un muro y te diré quién somos". En otra zona, la de avenida Insurgentes, hace tiempo que vemos una especie de celosía de fierro que parece ahorcar los árboles, realizada con el loable propósito de impedir que en caso de accidente los automóviles pasen a la calzada que va en sentido opuesto, cosa que ya ha sucedido con todo y la celosía, cuyo diseño es, por lo menos, mediocre.

Estas cuestiones tienen que ver no sólo con la conservación del patrimonio nacional y con la estética, sino también con la ecología. Hay aditamentos y objetos que acrecientan brutalmente la contaminación visual.

Desde el pasado 22 de abril los vecinos de San Angel y todo aquel que transite hacia Ciudad Universitaria, se ve obligado a ver (no hay de otra, a menos que se tape uno los ojos) la exposición escultórica del maestro morelense José Sacal -quien, según sé es amigo de José Luis Cuevas, vecino de San Angel.

La exposición se despliega en un área que no tiene pasto: la explanada que mira al poniente del rebautizado parque de la Bombilla, no otro que aquel jardín por décadas conocido como parque Obregón, debido a la existencia allí del monumento al general y Presidente, allí cayó abatido por los disparos de José de León Toral, el 17 de julio de 1928, durante un banquete. El diseño del parque de la Bombilla correspondió al arquitecto Vicente Urquiaga, ancestro de Juan Urquiaga Blanco.

El monumento a Obregón fue inaugurado el 17 de julio de 1935. Un año antes se había convocado a un concurso promovido por el Departamento Central, entonces a cargo de Aarón Sáenz. El proyecto ganador fue el presentado por el escultor Ignacio Asúnsolo, en mancuerna con los arquitectos Enrique Aragón Echegaray y el propio Vicente Urquiaga.

Ya no es del dominio común saber que Aragón (quien firmó el monumento) introdujo modificaciones desafortunadas a la maqueta de Ignacio Asúnsolo, fueron éstas las que produjeron la idea de que la pirámide truncada, que no es tal, imitaba a los monumentos del canal de Suez. La construcción no está a la altura de las esculturas de Asúnsolo, en piedra chiluca, pero éstas se adaptan bien a su sección inferior.

Asúnsolo realizó tanto las que flanquean la puerta, de mayores dimensiones que ésta, como los grupos laterales de tónica revolucionaria, que están entre lo mejor que produjo la llamada Escuela Mexicana de Escultura (denominación de Agustín Arteaga). En la cara posterior hay nopales sonorenses y el águila nacional.

El monumento a Obregón vale sobre todo por los grupos escultóricos en la tónica de la integración plástica y fueron victoriados por Siqueiros, Diego Rivera, Vito Alessio Robles, Margarita Nelken y más tarde Raquel Tibol.

Este texto tiene por objeto llamar la atención del jefe delegacional de Alvaro Obregón, Leonel Luna Estrada, y de nuestro jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, debido a lo siguiente: esculturas y monumento necesitan una revisión y un diagnóstico encaminado a que se preserven. Pero necesitan también verse libres de competiciones visuales inadecuadas. La explanada no debe abarrotarse, bastantes árboles hay allí como para lograr una vista decorosa del parque, del monumento y del espejo de agua, con todo y las congestiones de los fines de semana pródigas en tianguis.

José Sacal está en el derecho de mostrar sus esculturas, de venderlas, intercambiarlas, etcétera. Lo que hace en materia tridimensional, ¿es arte? Sí, es arte, su intención es esa y sus receptores (coleccionistas, políticos, etcétera) lo toman como tal. Pero no todo el arte es buen arte, hay mucho mal arte por doquier y no hay que seguir pensando en que ''arte" es un término sacrosanto.

Tal vez este maestro tiene en su haber obras menos discordantes que el torso dorado de ímpetu geometrizante, o que una especie de Cristo que se echa un clavado, pieza que se titula Holocausto. Parece tener predilección por las extremidades inferiores de todos los seres y por eso se exhibe también una pata de gallo gigantesca y un pie.

Pero en la duda, libertad, José Sacal la tiene para hacer lo que le venga en gana y exhibir donde lo inviten, en este caso, en la delegación Alvaro Obregón.

Lástima que fue en La Bombilla. Su escultura Migraña (buen título), fue donación suya destinada a colocarse frente a la librería municipal de Ciudad Nezahualcóyotl, que lleva el nombre de la escritora y periodista Elena Poniatowska, inaugurada el pasado 13 de mayo. Por cierto, Elena vive a espaldas de ese parque.

 
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