Usted está aquí: viernes 15 de junio de 2007 Opinión La descomposición de la ANP

Editorial

La descomposición de la ANP

Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y máximo dirigente de Fatah, disolvió ayer el gobierno de unidad nacional encabezado por Ismail Haniyeh, jefe a su vez de Hamas; asimismo, el líder palestino declaró el estado de emergencia y aseguró que solicitará la intervención de una fuerza militar multinacional en la Franja de Gaza, donde desde hace una semana se vive una intensa confrontación armada. Hamas, por su parte, afirmó, por medio de su vocero Sami Abu Zuhri, que Haniyeh continuará al frente del gobierno palestino y rechazó la decisión de Abbas al considerar que ésta "no tiene ningún valor en la práctica". Esta declaración encierra un acertado y doloroso diagnóstico de la situación que se vive en esa región de Medio Oriente: dado el enorme grado de descomposición de la sociedad y la institucionalidad palestinas, resultan inútiles las medidas asumidas por Abbas, porque las instancias formales han perdido significado. En los territorios palestinos imperan hoy en día poderes fragmentados y fácticos, y la viabilidad de las instituciones creadas en el marco del proceso de paz de Oslo es por demás incierta. La ANP sólo puede mandar allí donde los milicianos de Fatah mantengan el control, y otro tanto ocurre con el gobierno de Haniyeh y los combatientes de Hamas.

La parte menor de la responsabilidad por esta terrible regresión corresponde a la corrupción en las filas de la organización fundada por Yasser Arafat y al fundamentalismo de los seguidores de Haniyeh. Pero los culpables principales de esta descomposición son Israel, sus aliados occidentales y los organismos internacionales, por perpetuar, apoyar y tolerar una ocupación brutal e ilegítima que, a lo que puede verse, ha terminado por asfixiar las expresiones embrionarias de un gobierno palestino.

Las instituciones que habrían debido operar en Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental tenían como condición necesaria la aplicación de los acuerdos de Oslo de 1993 y el retiro de las fuerzas ocupantes a las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días. Con ello habrían disfrutado del margen de acción necesario para emprender la construcción de un Estado entre Israel y Jordania. Pero de 2000 en adelante el gobierno de Tel Aviv decidió torpedear el proceso de paz y reactivar la lógica de la confrontación bélica contra un enemigo mucho más débil e inerme. Con ese designio en mente, los gobiernos encabezados por Benjamin Netanyahu, Ehud Barak y Ariel Sharon emprendieron la demolición sistemática de la ANP y retomaron la política de agresiones genocidas sistemáticas contra la población palestina, todo ello con el respaldo tácito o manifiesto de Washington y con la pasividad cómplice de la Unión Europea, Rusia, China, Japón y la Organización de Naciones Unidas.

Los gobiernos occidentales condicionaron una y otra vez su respaldo a la construcción de un Estado palestino a la adopción de un modelo de democracia representativa. Pero cuando los palestinos, en un proceso comicial intachable, pusieron en el gobierno a Hamas, Estados Unidos y la Unión Europea, en el colmo de la incongruencia, desconocieron los resultados y emprendieron un criminal bloqueo de fondos a la autoridad palestina. Por lo demás, Occidente ha venido exigiendo a los ocupados que se comporten en forma civilizada, pero calla ante las atrocidades que los ocupantes cometen en forma regular contra los liderazgos, contra la población y contra la infraestructura de Cisjordania y Gaza.

Es claro que ningún gobierno puede funcionar de manera regular cuando padece el bombardeo cotidiano de sus oficinas y sedes, cuando se encarcela arbitrariamente a sus funcionarios, cuando se le impide el acceso a fondos que legítimamente le corresponden. En el caso de la Palestina ocupada, toda esta hostilidad internacional ha desembocado en la pulverización de las instituciones y en un alarmante barrunto de guerra civil. Los responsables de esta situación han multiplicado así los sufrimientos y la frustración de los palestinos y han creado el caldo de cultivo para un nuevo auge del terrorismo desesperado.

Finalmente, Estados Unidos, la Unión Europea y, sobre todo, Israel, habrán de enfrentar el vacío de interlocución que ellos mismos crearon, lo cual posterga de manera indefinida las posibilidades de una nueva negociación de paz, sume a los palestinos en el horror adicional de las luchas intestinas y le garantiza a Israel un nuevo periodo de inseguridad y zozobra.

 
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