Usted está aquí: domingo 17 de junio de 2007 Opinión De la ética y la política

Arnaldo Córdova

De la ética y la política

Ampliar la imagen Los políticos Elba Esther Gordillo Morales y Roberto Madrazo Pintado Los políticos Elba Esther Gordillo Morales y Roberto Madrazo Pintado Foto: José Carlo González

La política, vista desde afuera, es una cloaca pestilente y nauseabunda y es probable que haya muy contadas personas en el mundo que no estén convencidas de ello. Y creo que los políticos son los primeros que lo creen y lo saben, con la diferencia de que a ellos simplemente les tiene perfectamente sin cuidado. Pero buena parte de ellos sabe lo que los demás no saben o fingen no saber: que si bien la política es un mundillo tenebroso y siniestro en el que lo normal es que todos cometan contra los demás todas las traiciones, todas las deslealtades y todas las iniquidades que se les pueda ocurrir, también es cierto que la política es la actividad especializada que permite luchar por el poder del Estado (o de cualquier organización), alcanzarlo, ejercerlo y conservarlo.

La política tiene muy mala fama (y muy bien ganada). Creo que fue el Tejón Garizurieta quien en los años cuarenta la definió como "el arte de darle por el culo al que está abajo y de ponerle la misma región anatómica para que haga lo propio al que está arriba". Todos los norteamericanos, casi sin excepción, ven en la capital de su país, Washington, una auténtica Babilonia de corrupción, vileza y traición. Claro que lo es, pero es también el cerebro de la nación y el asiento del mayor poder mundial y ha llegado a serlo, precisamente, por las mismas razones por las que a los gringos se les congela el espinazo de tan sólo pensar en que deben hacer un viaje a esa ciudad para realizar algún trámite obligado.

Por razones de elemental supervivencia, los políticos deben saber estar bien dotados y armados para enfrentar toda clase de traiciones, deslealtades, engaños, tortuosidades, golpes bajos, maldades o seducciones (Gordillo dijo que eso le había pasado con Madrazo) e incluso hipnotismos que les pueden hacer sus contrincantes y hasta sus contlapaches. Y todos saben también que, en su momento, deben estar decididos para hacerles lo mismo si es que eso les produce un mejor posicionamiento o alguna ventaja. Saben, finalmente, que por esas razones nadie va a la cárcel y, si bien es cierto que puede pagar un costo si alguien lo descubre o lo expone en público con pruebas, después no pasa nada, porque no se trata de ningún delito, aunque sí de muchísimas faltas a la moral y a las buenas costumbres, pero tampoco eso está penado por la ley.

Mi querido amigo José Agustín Ortiz Pinchetti anda preocupado por esos problemas. Su punto de vista es que es absolutamente inadmisible que un político sea todo lo que hemos visto que es (creo que, por lo general, puede ser peor). Hace unas semanas me hizo una entrevista desde Florencia, Italia, para que le dijera qué pensaba del tema, comenzando por lo que escribió Maquiavelo al respecto. Creo que no le gustó lo que le respondí, porque en su columna tan rudamente titulada "Contra el maquiavelismo" de hace dos domingos escribió lo siguiente, dándome un severo coscorrón: "Es cierto que un político puede ser eficaz e inmoral simultáneamente, pero las violaciones a la ética no perdonan ni a los políticos. No existen dos esferas separadas: la política está sujeta a los principios de la ética, como cualquier otra actividad humana. El comportamiento corrupto, desleal, traicionero y tortuoso es signo de decadencia, no de habilidad".

José Agustín se refiere a dos respuestas mías. Me preguntó si Maquiavelo aconsejaba ser desleal, traicionero o tortuoso. Yo le dije que en realidad el Secretario Florentino no es que aconsejara al príncipe (al político) ser desleal, cruel, traicionero o falso; lo que él buscaba saber es lo que un príncipe hace para tener éxito, para triunfar en la lucha política, independientemente de sus métodos o de sus recursos. Maquiavelo no daba consejos, aunque lo parezca, sino descripciones de lo que el buen político hace para ganar. También me preguntó si Maquiavelo constató que los políticos de su época se portaban en forma desleal, tortuosa o traicionera. Le contesté que eso no le interesaba, sino ver cómo triunfa un príncipe en la política y estudiar la acción política exitosa del modo más objetivo posible, sin orejeras éticas o religiosas. El nunca juzgó a los príncipes de su época para saber si eran buenos o malos; esto le tenía sin cuidado.

También le dije a mi querido amigo que estoy convencido de que la ética no va con la política: es otra esfera de la vida de los hombres en sociedad. Si metemos a la ética con la política vamos a acabar corrompiéndola y adulterándola. Y a la política la vamos a acabar pervirtiendo hasta hacerla totalmente infuncional. Maquiavelo independizó a la política de la moral, para poder entenderla; Kant independizó al derecho de la moral, asimismo, para poder estudiarlo como tal. La ética no nos sirve para hacer política ni tampoco para estudiarla. De otro modo, acabaríamos sin ver ni saber nada tanto de la ética como de la política.

La sentencia de José Agustín en su citada columna es flamigerante: el que viola los principios éticos la paga. Pues, con todo respeto para mi amigo, yo no veo que Salinas haya pagado por no respetar los principios de la ética; tampoco veo que Zedillo, ni Fox, ni Gil Díaz, ni muchos otros hayan sufrido tal punición. La Gordillo, que es una violadora contumaz de los principios de la ética, sigue vivita y coleando. Madrazo pagó sus tonterías, no su falta de ética. Calderón fue poco ético, pero ganó finalmente la Presidencia de la República. A los corruptos no se les castiga, me dijo José Agustín. Yo le respondí que sí se les ha castigado, cuando los agarran en flagrancia, si bien habría que agregar que no los castigan precisamente por corruptos, sino, parafraseando a don Luis Cabrera, por pendejos.

La política es así. Estoy pensando en qué diría Salinas de Gortari si alguien le preguntara si él piensa que es éticamente bueno. O si se le preguntara a la Gordillo qué es la moral para ella y a tantos otros. Probablemente dirían, con el Alazán Tostado, Gonzalo N. Santos, "la moral es un árbol que da moras o sirve para pura chingada".

PD. En mi artículo del domingo pasado yo no escribí "las clases obreras", como algún corrector de mala leche me puso, sino "las clases trabajadoras". Todavía puedo distinguir a un trabajador de una fábrica y uno del campo y, también, sé lo que quiere decir "éste" (con acento) y "este" (sin acento).

 
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