Usted está aquí: martes 19 de junio de 2007 Opinión Veinte años de Superbarrio

Marco Rascón

Veinte años de Superbarrio

Superbarrio ya no está en la calle. Todo lo que pensó, por lo que luchó, lo que lo creó y, a su vez, sus creaciones, están donde se guarda la historia y la memoria: en un museo.

El de Superbarrio es el único movimiento popular mexicano que ha terminado en un museo, porque no existe más en la realidad ni como herencia; porque no es ya lo que alentó desde la ciudadanía, los barrios, los vecindarios y el imaginario colectivo que construyó, defendió y reconstruyó: no sólo viviendas, sino también formas de luchar, cuando la rigidez de las formas y las consignas era sagrada.

Superbarrio alentó la participación social y política, la lucha cívica, a miles y miles de ciudadanos, dignificándolos y prestigiando la exigencia de sus derechos. No era pedir ni "que nos dieran", sino la refundación de una conciencia popular de las obligaciones y los derechos.

Superbarrio hizo conciencia en las garantías no sólo de cada uno, sino el derecho a la ciudad, y para ello animó a pensar en la urbe como una tarea colectiva y solidaria, que generó cientos de organizaciones y comités de defensa del barrio, defensa inquilinaria, solidaridad obrera, apoyo a las provincias en lucha, respaldo a plebiscitos, la Convención de Anahuác por el Estado 32, la Convención del Movimiento Urbano Popular, políticas de salud pública contra el sida, organización de mujeres, institutos de vivienda, festejos colectivos de quinceañeras, y fue parte de la lucha por la democracia en el país que enfrentó todas las dificultades, censuras y acosos, manteniéndose firmes, él y la Asamblea de Barrios, junto con Cuauhtémoc Cárdenas, a lo largo de la usurpación salinista.

Desde esa forja Superbarrio no podría coexistir con el oficialismo, y menos cuando le impusieron como doctrina desde su propia trinchera las formas más aberrantes del clientelismo, el corporativismo, la corrupción y la antidemocracia que lo hicieron como héroe no sólo nacido de la imaginación, sino de la necesidad transformadora.

El Partido de la Revolución Demo-crática, al nacer, pidió humilde espacio entre el poderoso entusiasmo popular, para crecer como un instrumento democrático al servicio de la democracia. Luego receló y desde una visión sectaria grupos, aliados en secreto con el salinismo, se propusieron la destrucción de todo movimiento con independencia y fuerza propia. Su tarea fue buscar someter a los movimientos que le habían dado origen, dividirlos y desprestigiarlos.

Para las burocracias, era inadmisible que existieran movimientos con fuerza y credibilidad fuera del partido. A lo largo de sus afanes, Superbarrio cuestionó de fijo el papel de los medios de comunicación, particularmente la televisión y su papel mediatizador.

La televisión mexicana nunca pudo asimilar a Superbarrio, y por ello éste quedó como patrimonio propio de la historia de la ciudad y fue un arma no entregada como muchas, en especial la de construcción de medios de comunicación propios.

Superbarrio es conocido en el mun-do. Fue inspiración para movimientos populares en Brasil, Venezuela, Chile y Argentina, donde se formaron "asambleas de barrio".

En España y hasta en Filipinas llegaron personajes creados por movimientos inspirados en Superbarrio. En Amsterdam, París, Barcelona, Caracas, Río de Janeiro y La Habana Superbarrio influyó en el imaginario de los luchadores de finales de la década de los ochenta y de los años noventa.

Superbarrio declinó su candidatura en favor de Cuauhtémoc Cárdenas. En 1996 fue postulado a la presidencia de Estados Unidos y gozó del apoyo de Noam Chomsky, Eduardo Galeano y numerosos intelectuales que animaban no sólo la forma, sino el contenido y la fusión de la lucha social y democrática.

Superbarrio, gracias a su poder de ubicuidad, podía estar al mismo tiempo y ser noticia simultánea en la lucha contra un desalojo de vivienda, afuera de San Lázaro apoyando una iniciativa de ley, marchando en solidaridad con trabajadores de provincia, apoyando huelgas.

La máscara y su identidad secreta fueron la inauguración de un ciudadano colectivo, y a lo largo de sus luchas emitió 12 declaraciones de los barrios de la ciudad de México, las cuales fueron llamados a organizarse democráticamente, a explicar, no a afiliarse a un club cerrado. Lo fundamental no era él, sino lo que haría perdurar los principios, la organización, el debate y el acuerdo colectivo.

Superbarrio es precursor en México y el mundo de nuevas formas de participación y acción. Hizo de la parodia, la farsa y el carnaval instrumentos de cuestionamiento al poder. El humor y la ironía fueron armas de gran valor. Su fuerza venía de su capacidad de alianza, de sumar, de crear entusiasmo en la capacidad de autoorganizarse, de creer y confiar en cada uno de los participantes y no de la sospecha de que en cada crítica había una traición.

Veinte años no son nada, afirmó Superbarrio. Un día, como llegó, se fue, sin pedir nada a cambio ni definirse como la "verdadera izquierda", sabiendo que hay una responsabilidad en cada quien. Por eso Superbarrio se encuentra en un museo, como parte de historia de la ciudad, y eso no lo podrá ocultar nadie.

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