Usted está aquí: martes 19 de junio de 2007 Opinión Frida Kahlo en Bellas Artes

Teresa del Conde/ I

Frida Kahlo en Bellas Artes

Todos los óleos exhibidos en la Sala Nacional y en la Diego Rivera van acompañados de notas extraídas de los textos que varios autores trabajamos para el catálogo. Entre otros, Raquel Tibol, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Margo Glantz, Hayden Herrera, Jorge Alberto Manrique (comentando el autorretrato de Frida con Diego que proviene del Museo de Arte Moderno de San Francisco); Elsa Cross, Ricardo Pérez Monfort, Roxana Velásquez, Luis Carlos Emerich (comentó el autorretrato con cuatro monos de la colección Gelman), etcétera.

Quizá el público leerá estas captions, mismas que, más extensas, aparecen en el libro-catálogo aun no a la vista en estos momentos. O quizá prefiera prescindir de las mismas. Cada quien tiene sus obras predilectas respecto de Kahlo y una de las que en lo personal mayor gusto me produjo volver a ver es el cuadro de las azoteas, titulado Paisaje urbano, 1925, con el que arranca el recorrido. De este cuadro hay, por lo menos, una réplica más (si no es que se trata de una copia). Lo vi por primera vez en posesión de Edda Gilbert y está ilustrado en el catálogo razonado coordinado por Helga Pringnitz (Verlag Neue Kritik. Frida Kahlo Das Gesamtwerk) salvo que no creo que la composición rememore lo que Frida vio desde el piso en el que se encontraba hospitalizada en la Cruz Roja después del accidente tal y como allí se asume. Me parece, además, que es de fecha algo posterior.

El reportaje muy completo de Mónica Mateos del miércoles pasado da cuenta del número de óleos exhibidos y de la disposición que guardan las salas del Museo del Palacio de Bellas Artes, en su totalidad dedicadas a la pintora. Es la primera vez que eso sucede, si bien sus pinturas ya ocuparon, en 1977, la Sala Nacional. Varias entonces exhibidas reaparecen ahora. Algunos representantes de los medios inquirieron a Roxana Velásquez, directora del recinto, si extrañaba la presencia de determinadas piezas. La pregunta es pertinente, pero de sobra sabemos que no todo lo que se quisiera exhibir está a disposición. Todavía en la muestra del Museo Nacional de Arte (Munal) -de junio a agosto de 1983- Frida Kahlo. Tina Modotti pudo verse Lo que el agua me ha dado (1938), entonces en poder de Pablo Fernández Márquez, exhibida por vez primera en la muestra neoyorquina de Frida en la galería Julien Levy. Fue adquirido por Nick Muray, el amor extraconyugal más conspicuo y documentado de la pintora. Hasta donde recuerdo, no está firmado. De allí pasó a otras manos y fue subastado en Sotheby's poco después de la exposición del Munal, el 29 de noviembre de 1983.

En cambio se exhibe El suicidio de Dorothy Hale, la bella modelo que optó por lanzarse del piso 16 del edificio Hampshire, así que funciona a manera de anti-exvoto y entre otras cuestiones revela el muy especial humor negro de Frida. Un minúsculo cuadrito, muy reproducido, pero muy poco exhibido: La niña con máscara de calavera, de apenas 15 x 11 centímetros y pintado sobre metal es también de 1938. Hasta donde sé, proviene de Japón. Otro hallazgo es el retrato de Leo Eloesser (1931), propiedad del Hospital General de San Francisco, que debido a su composición, posee efecto de cubo multiestable si quien lo ve deja de centrar la atención en la figura, el emblemático velero y el boceto de Diego Rivera visible en el muro. Ya allí Frida acusa un cambio radical si se le compara con el Autorretrato de 1926 que pintó para su novio-amante Alejandro Gómez Arias, aunque no se lo entregó entonces, sino hasta principios de 1929, ya con casorio con Diego a la vista.

Guarda estilo similar al Retrato de Alicia Galant (1927) también exhibido y resulta pertinente compararlo con el que le hizo a su amigo ''cachucha" Miguel N. Lira, en el que a indicación de éste (quien le envió una fotografía suya casi de perfil) efectuó en tónica estridentista. En Frida se fue dando ''progreso" tanto en manera de componer como en cuanto a factura, cosa perceptible al comparar el Retrato de Jean Wight, esposa del ayudante de Diego en el fresco de la Bolsa de Valores de San Francisco, con la espléndida y necrófila pintura del Difuntito Dimas Rosas (1937) o con el precioso tondo en el que queda enclaustrada la señora Marucha Lavín (1942), pintado en lámina de cobre. También fue sorpresa ver a la Tehuacana Lucha María (1942) que, por ser tehuacana (¿de Teotihuacán?) no viste de tehuana, flanqueada en la parte superior por la Luna y el Sol.

Quienes se interesen por la gestalt pueden cotejar que allí usa la línea de horizonte para dividir el espacio en dos mitades iguales, misma división del retrato de la niñita indígena de 1929. Es curioso que algunos rasgos de esta chiquilla se correspondan con los suyos: sobre todo las cejas tendidas y un poco la forma de la nariz. En el envés, pero en sentido opuesto, trazó un autorretrato de busto que sirve de anticipo al Autorretrato con aeroplano de 1929 (no exhibido y también subastado; alcanzó la cifra de 7 millones de dólares hará unos ocho años)

 
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