Usted está aquí: jueves 21 de junio de 2007 Política No me defiendas...

Miguel Marín Bosch

No me defiendas...

La relación entre Rusia y Estados Unidos atraviesa por una etapa de turbulencia política. Podría parecer extraño lo que está ocurriendo entre Moscú y Washington en vista de que sus respectivos mandatarios están de salida. Algunos dirán que quizás sea precisamente por esa razón que ha aumentado el griterío entre ellos en meses recientes. Empero hay que tener muy claro lo que está en juego: lo que hagan o dejen de hacer en los próximos meses Vladimir Putin y George W. Bush podría incidir mucho en el camino hacia el desarme nuclear.

Desde la caída del Muro de Berlín se han registrado algunos pasos positivos en la búsqueda de un mundo libre de armas nucleares. En particular ha evolucionado la actitud hacia esas armas de destrucción en masa entre no pocos de los dirigentes políticos estadunidenses durante la guerra fría. Quienes antes propugnaban el crecimiento y mejoramiento del arsenal nuclear de Washington como la mejor forma de disuadir a Moscú de alguna aventura militar en Europa hoy se han convencido de algo bastante obvio: la única manera de asegurarse de que otros países, e inclusive grupos de actores no estatales, no adquieran armas nucleares, es predicar con el ejemplo y lograr la abolición de esas armas, como ya se ha hecho con las biológicas y químicas.

Desde 1945 se han fabricado unas 130 mil armas nucleares, más de 98 por ciento en Estados Unidos y en la antigua Unión Soviética. En algún momento cada uno llegó a tener desplegadas más de 30 mil cabezas nucleares. Con la distensión de los años 70 empezaron a firmar tratados para limitar el tamaño de sus arsenales, y luego para reducirlos. Así ocurrió con los acuerdos SALT, y en 1991 con el tratado START para la reducción de armas estratégicas, es decir, cabezas nucleares montadas en proyectiles de largo alcance. También se concluyeron acuerdos para reducir o eliminar armas nucleares de corto y mediano alcance.

El tratado START fue el primer indicio claro de que la guerra fría había terminado. Es una especie de acuerdo marco en el que Washington y Moscú se comprometieron a reducir para diciembre de 2001 sus fuerzas nucleares estratégicas de unas 10 mil cabezas nucleares cada uno a no más de 6 mil. Y así lo hicieron. También se redujo a un total de mil 600 los proyectiles balísticos estratégicos, además de bombarderos pesados. Asimismo START introdujo un sistema de inspecciones y notificaciones que aseguran que cada parte tiene una idea fidedigna del tamaño y ubicación de las fuerzas nucleares de la otra.

En mayo de 2002, al suscribir con Putin el tratado SORT para las reducciones ofensivas estratégicas, Bush declaró que se había "liquidado el legado de hostilidad nuclear de la guerra fría". Es cierto que SORT obligó a más reducciones en las cabezas nucleares estratégicas ya desplegadas (unas mil 700 a 2 mil 200 para 2012). Pero SORT no prevé un mecanismo de verificación ni obliga a la destrucción de los sistemas estratégicos de entrega, y permite almacenar cabezas nucleares no desplegadas.

En los meses recientes se han intensificado las diferencias entre Washington y Moscú. El detonador de la disputa es la intención de Bush de instalar una base de 10 misiles interceptores en Polonia y un sistema de radares en la República Checa. La idea es defenderse de un posible ataque proveniente de Irán. Se piensa en una supuesta amenaza de Teherán, que hoy no tiene misiles de alcance intercontinental ni armas nucleares. Se dice que si Teherán disparara un proyectil a Estados Unidos, el radar le seguiría la pista y los misiles lo derribarían antes de cruzar los cielos de Europa. Esa es la teoría. En la práctica se trata de un derivado modesto del ambicioso proyecto conocido como guerra de las galaxias de la época de Ronald Reagan. En realidad es un sistema de defensa aún no probado contra una amenaza aún inexistente.

A Rusia le molesta que sus ex satélites se conviertan ahora en bases militares de Estados Unidos. Siente que la OTAN la está cercando. También percibe el sistema antimisiles como una posible amenaza a su propia seguridad. De ahí su vigorosa oposición al proyecto de Bush. Este ha dicho que el sistema defendería no sólo a Europa sino también a Rusia, y está dispuesto a compartir la tecnología con Moscú. Por su parte, Putin no quiere que lo defienda Estados Unidos y le ha ofrecido el sistema de radares ya existente en Azerbaiyán. Pero también ha insinuado que quizás volvería a instalar misiles que apunten a Europa.

Ambos gobiernos han ido subiendo el tono de su retórica. Putin habla de una nueva guerra fría y condena el renovado imperialismo de Washington. Estados Unidos lo acusa de haberse despachado con la cuchara grande en Chechenia, de haber acotado algunas de las libertades civiles y sobre todo de querer desmantelar el proyecto democrático de Boris Yeltsin.

Se vislumbra quizás no una nueva guerra fría pero sí una inclinación por reiniciar una carrera armamentista. Ambos gobiernos han dejado entrever que no estarían dispuestos a renovar el tratado START cuando éste expire en diciembre de 2009.

Bush y Putin se reúnen con cierta frecuencia. Sin embargo, hace unas semanas en Alemania, al margen de la cumbre del G-8, poco avanzaron en su búsqueda de soluciones acordadas sobre las cuestiones que los separan. Quizás la brisa marina de Kennebunkport, en el estado de Maine, donde Putin hará una visita los primeros dos días de julio, ayudará a Bush a repensar lo que está haciendo. De otra forma su legado a su sucesor en materia de armas nucleares podría tener consecuencias nocivas para la causa del desarme nuclear.

 
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