Usted está aquí: sábado 23 de junio de 2007 Espectáculos El Faro, otro hogar en el oriente del DF para cientos de jóvenes

Hoy celebra su séptimo aniversario con Celso Piña, La Vieja Guardia y Los de Abajo

El Faro, otro hogar en el oriente del DF para cientos de jóvenes

"Tiene que ser un espacio comunitario y no de corrientes políticas", dice Eduardo Vázquez

"Se saboteó el plan original y terminó por transformarse en un no-proyecto": El Gritón

TANIA MOLINA RAMIREZ

Ampliar la imagen En la actualidad, el recinto alberga a mil 850 alumnos, quienes toman 50 talleres. En la imagen, el edificio en obra negra, hace ocho años, diseño del arquitecto Alberto Kalash En la actualidad, el recinto alberga a mil 850 alumnos, quienes toman 50 talleres. En la imagen, el edificio en obra negra, hace ocho años, diseño del arquitecto Alberto Kalash

Ampliar la imagen Instalación y mural dedicado al migrante Instalación y mural dedicado al migrante Foto: Jesús Villaseca

Ampliar la imagen El famoso túnel El famoso túnel Foto: Jesús Villaseca

La Fábrica de Artes y Oficios de Oriente (El Faro), proyecto cultural del gobierno del Distrito Federal, fundamental en la vida de la ciudad, cumple hoy siete años en Iztapalapa, lapso en que el arte ha creado una comunidad, en esta zona herida por la marginación económica y social.

Algunos que acompañaron la gestación de El Faro opinan que se alejó del proyecto inicial, a tal grado que ya no responde al primer sueño. Afirman que ello se debe en parte al poco apoyo de anteriores administraciones de la Secretaría de Cultura del DF (de la cual depende El Faro), a decisiones de la dirección precedente, o a ambas cosas.

El hecho es que El Faro sigue vivo. Y quizá, en buena medida, se deba simplemente al hambre de cultura de la comunidad de la zona que acude a El Faro y lo ha hecho suyo, a pesar de los pesares.

Miles de personas han encontrado un lugar donde expresarse mediante la música, la pintura, la carpintería, la fotografía, la escultura y los alebrijes, y que, por la falta de espacios públicos, de otra manera no lo hubieran podido hacer. Además, lo han realizado con destacados artistas, como Gabriel Macotela, Jesusa Rodríguez, Daniel Jiménez Cacho y Efraín Herrera. También han presenciardo destacados actos: desde conciertos de músicos africanos hasta Panteón Rococó, o, incluso, lucha libre, a los que de otra manera difícilmente hubieran accedido por falta de dinero o porque simplemente no se presentan en esta zona, y a los cuales acuden tanto público local como de otras partes. Todo esto se ha llevado a cabo, según la administración actual de El Faro, con reducidos recursos.

Quizá lo más importante en una sociedad que privilegia el aislamiento y el individualismo, es que miles de personas han encontrado una comunidad desde la cual crear. Yago, de 21 años, vecino de la zona, apasionado de la pintura y asiduo participante en talleres de El Faro, expresó con enorme claridad: "Ya sea pintar un grafiti o hacer una escultura, creo que El Faro es el único y primer lugar donde se puede hacer eso, en el que la banda puede interactuar sin agredirse. En cualquier otro sitio quieren sobresalir uno u otro; en cambio, aquí todos lo logran. El trabajo habla por todo El Faro. Es una comunidad".

En entrevista, la actriz Jesusa Rodríguez, primera maestra de teatro que tuvo El Faro, también destacó que el trabajo se haga de forma colectiva, "en contraposición con los proyectos individuales, de los niños bien y sus trabajos exquisitos, que en realidad son de gran vulgaridad porque sólo piensan en sí mismos. Mientras, El Faro sí es la exquisitez, el ser colectivo".

Durante un descanso antes de pintar "un planeta de peyote", Yago continúa: "Es un espacio libre". Se refería a "libre" en varios sentidos, pues las actividades son gratuitas: "Desgraciadamente la cultura no es muy apoyada en México. En los pocos lugares que existen, cobran. Y en el oriente (de la ciudad) mucha banda busca lugares para lo que le gusta hacer".

"Banda" sin dinero para ir a funciones en el Auditorio Nacional o el Centro Nacional de las Artes, ni siquiera para tomar cursos en escuelas privadas.

Y libre, porque quienes están ahí sienten que, al ser suyo el espacio, son sus responsables y, por lo tanto, son libres. No están en una escuela en el sentido formal: "Acá puedes aprender lo que se te antoje, y de la manera que quieras. Aquí todos comparten todo. Aquí nadie niega nada".

-O sea, ¿uno puede hacer lo que se le dé la gana?

-Sí y no. No puedes hacer algo contra tu espacio. Al contrario, puedes mejorarlo. Si le pides apoyo a alguien -del taller que sea, de la edad que sea-, aunque no te conozca, te lo da. No te va a negar una palabra, como afuera: si pides la hora, muchas veces ni te voltean a ver, sólo por tu aspecto o tu forma de hablar. A la mejor tienen dinero, pero no vida propia; se dejan llevar por las apariencias, por el consumismo. Aquí, en El Faro, como que es más real. Encuentras a gente que en la calle puedes ver vendiendo chicles, lavando coches, hasta un ama de casa o una persona de 70 años haciendo cualquier cosa que le haga pasar un buen rato. O, simplemente, puedes ver a los niños divirtiéndose en las montañas de El Faro, corriendo entre los árboles. Aquí hay para todos.

Yago se refiere a las montañas de tierra y roca que rodean el alargado edificio principal, en forma de barco enclavado.

Muchos se sienten parte de El Faro, a tal grado que lo consideran otro hogar.

Algunos por gusto, como Irek Tayén, de 11 años, que asiste con sus activos padres, con quienes lleva una amorosa relación. Irek participa en los talleres de periodismo comunitario, fotografía y teatro, y preguntó si podía tener un cuarto en El Faro.

Otros, por necesidad. Agustín Estrada, director y miembro fundador, contó que han llegado chavos que se escaparon de sus hogares.

El Faro ha sido, pues, en muchos sentidos, una guía: "Es una luz en un océano de oscuridades de producción masiva, de chatarra disfrazada de exquisito. En el Faro hay sustancia, no apariencia", dijo Jesusa Rodríguez.

De cierta manera, Yago expresó algo similar: "Estamos en nuestra realidad y en lo que tal vez era México antes: un pueblo de artesanos y artistas, de músicos y fiesta y baile".

En una zona con una comunidad rota, para muchos ha significado "darle un sentido a su vida a partir de un trabajo artístico", apunta Daniel Giménez Cacho, quien, junto con Laura Almela, impartió un taller de teatro.

Un periodista en ciernes

Alam Yael Bernal Avendaño tenía unos 11 años cuando, desconfiado, entró al taller de fotografía del reportero gráfico Jesús Villaseca, Premio Nacional de Periodismo y trabajador de este diario.

Poco antes, la madre de Alam había muerto. En una pelea con vecinos, le dieron un balazo en la puerta de su casa. Falleció al poco rato de haber ingresado al hospital. Alam lo atestiguó todo.

Una tía suya, fotógrafa de fiestas sociales, en un intento por rescatarlo, lo llevó al taller.

Las primeras palabras del maestro no impresionaron a Alam. La imagen que salió de la caja de zapatos, sí. Con una cámara estenopeica habían sacado una foto de una Virgen de Guadalupe pintada en una pared de El Faro. "Me empezó a gustar cómo de una caja se podían tomar fotos", recordó el chavo tímido pero con el rostro limpio, sin enojo. Luego ocurrió "algo muy chistoso: hice otra foto, a la misma distancia, sin mover la caja", y salió diferente, "como si la hubiera tomado desde abajo. No se puede explicar cómo. Me empezó a llamar la atención".

Hoy, Alam tiene 14 años y, claro, quiere ser periodista. Y, en cierto sentido, ya lo es: participa en la publicación quincenal de La Mirada, hecha por alumnos y profesores de El Faro.

En el número más reciente denuncia a un maestro de su escuela quien extorsiona a los estudiantes, presume ser ex jefe de policía y, por lo tanto, es intocable.

Quiere ser periodista, efectivamente, "para denunciar los abusos que cometen las autoridades".

-¿No te da miedo?

-Sí. Vi en las noticias que México es el país más peligroso para dedicarnos al periodismo, después de Irak. Pero yo digo que si le hiciéramos caso al miedo, a este país no lo sacaríamos adelante.

De los 50 talleres que actualmente tiene El Faro, los de fotografía son los más populares, con 180 alumnos, de un total de mil 850. Aun así, las clases no se dan en las mejores condiciones; se imparten en un túnel de poco más de tres metros de ancho: un cilindro de concreto que cruza la montaña de tierra mencionada. El sábado pasado, había unos 30 alumnos sentados en sillas plegables. Platicaban sobre las fotos suyas que un proyector exhibía sobre la pared del fondo del túnel. El maestro, Jesús Villaseca, comentaba sobre la composición y la relevancia de las imágenes, que serán incluidas en un libro de fotografías tomadas por los alumnos (será el segundo en editarse).

El origen

El Faro nació de la idea de que el gobierno tenía el deber de ofrecer lo mejor a las comunidades marginadas, no como acto paternal, sino por obligación.

Eduardo Vázquez Martín, fundador y hombre clave del proyecto, quien entonces era director de Desarrollo Cultural del Instituto de Cultura de la Ciudad de México, explicó, en entrevista, que El Faro tiene "dos columnas": "ser un espacio de educación artística no escolarizada y popular" y "un centro que procura recuperar el espacio público e integrar a la comunidad".

En cuanto a la primera columna, la idea era ofrecer la más alta calidad a quienes no podían acceder a escuelas formales de arte, ni a espacios que ofrecieran actos culturales. Así, entre los primeros maestros, apasionados y entregados, se encontraban, por ejemplo, Fernando Macotela en el taller de escultura; Jesusa Rodríguez, el de teatro, y Efraín Herrera, el de diseño.

No se trataba de levantar otra casa de cultura: "No es una infraestructura cultural para pobres, sino un proyecto de integración social", siguió Vázquez.

La idea era "romper la marginalidad", que se comunicara la comunidad artística y los sectores que, "si acaso, eran espectadores", comenta.

Para muchos de aquellos maestros fue un privilegio trabajar ahí. Fue como salirse de sus cajitas de cristal. "El artista, si no trabaja en función de su comunidad, pierde, porque sus ideas siempre serán más pobres que las de la comunidad", expresó Jesusa Rodríguez, quien contó que a partir de aquel taller "mi vida cambió mucho; después me seguí, más en contacto con un mundo más real".

Vázquez dice que el asunto de "integrar a la comunidad" se ha cumplido: "Es un referente de Iztapalapa que antes no había".

Respecto de los talleres, agregó: "Han funcionado, se ha creado obra". Pero añadió que ahora había que buscar "la manera de certificar esos conocimientos" y que haría falta "renovar la plantilla de profesores".

Un edificio abandonado, que iba a ser oficina de gobierno, sobre calzada Ignacio Zaragoza. Ese era el sitio donde se alzó El Faro. "Estaba sepultado en 10 años de basura. Lo desenterramos. Era una nave, un galerón vacío. Lo emocionante es que lo hicieron los usuarios: es una estructura abierta, y se fue adaptando", explicó Alberto Kalash, arquitecto que planeó la sede original y la propuso para ser El Faro.

Jesusa Rodríguez, recordó sus talleres: todavía no estaba terminado el edificio, "era un barco encallado en el polvo", y, entre revolvedoras de cemento, montaron Prometeo, con 70 chavos que tenían "otra forma de mirar el mundo", que no podían acceder al teatro: "Era impresionante ver las ganas de estudiar. Había gente con mucha más amplitud de lo que quieren hacer en el teatro (que en otros talleres)".

Agrega: "Había desde el que cantaba en el metro hasta tramoyistas y actores", personas que comprendían que la actuación era todo: desde barrer hasta dirigir, que llegaban "sin prejuicios y con ilusiones". Llegaron a montar Prometeo en el Festival del Desierto, en una mina, a 60 metros de profundidad.

"El Faro debería de ser un ejemplo en contraste con el CNA", dijo Jesusa. "Un sitio de talleres a nivel popular es mucho más eficaz que un CNA exquisito para las clases medias acomodadas", de "cultura apoltronada. Sigue estando en los barrios la fuente de creatividad más intensa".

Experiencia que sirve

Al crear El Faro de Oriente, sus fundadores abrevaron de experiencias como la del pintor Francisco Toledo en Oaxaca y de los proyectos de los años 50, como el Taller de la Gráfica Popular o, en su origen, las escuelas Esmeralda y San Carlos.

Además de los talleres de artes y oficios, hay una biblioteca, una estación de radio en gestación y un espacio con un proyecto del Instituto Tecnológico de Massachussetts, donde se imparten cursos de robótica, diseño gráfico, animaciones, radio por Internet y para editar videos.

Más allá de los frutos, el Faro de Oriente ha sufrido serios tropiezos.

Los recursos

Tiene que lidiar con pocos recursos, según los propios talleristas y la administración del lugar. Este año cuenta con cerca de 13 millones de pesos. La queja común es que los salarios de los maestros son bajos y muchas veces llegan con retraso.

Eduardo Vázquez aseguró que la Secretaría de Cultura capitalina no sólo no ha apoyado a El Faro, sino que "ha habido confrontación".

Enrique Semo, durante su gestión (Director y luego Secretario de Cultura, 2001-2005) "fue un desastre", afirma, Daniel Giménez Cacho. "No creo que porque el gobierno sea de izquierda haya una visión cultural interesante, propositiva. Se siguen peleando conceptos de arte elitista y popular cuando lo que importa es la calidad".

"¿Dónde se juntan los chavos? Un gobierno que se dice de izquierda no les ha dado alternativas", opinó, por su parte, el músico Rafael Catana, tallerista de El Faro.

Por otro lado, el Faro sufrió deserciones de valiosos artistas, como Macotela y El Gritón, que lo dejó herido. Este, entrevistado por correo electrónico desde Madrid, opinó que "si antes había un proyecto alternativo y abierto que impulsaba la creatividad de los alumnos, los maestros y el personal administrativo, lo que hay ahora es un centro de 'entretenimiento', más dirigido a que los estudiantes 'pasen' el tiempo y que muchos de los profesores se aferren a éste como simple fuente laboral".

A su juicio, se "saboteó el proyecto original cooptando toda iniciativa creativa; y eso, sumado a un raquítico presupuesto y a la falta de un verdadero proyecto de política cultural por parte de Enrique Semo y Raquel Sosa (ex Secretaría de Cultura), terminó por transformar al Faro en lo que es ahora: un no-proyecto".

Espacio libre

Vázquez, por su parte, opinó que El Faro "tiene que ser un espacio de la comunidad cultural y no uno de corrientes políticas que lo pelean".

Y pronosticó que "tiene futuro si se le permite vivir sin convertirse en un botín político, ya que cuando en una escuela de arte el tema es quién tiene el poder, la escuela está en crisis". Lo que tiene que estar en el centro es "la formación, la promoción y la distribución del arte".

El Gritón escribió que hace falta "redefinir el proyecto y asignarle mayor presupuesto", entre otras cosas, y que "Elena Cepeda tiene la oportunidad de propiciar el encuentro de la comunidad cultural de la Ciudad de México para que sea ésta la que defina qué es lo que quiere que sea El Faro y, de pasadita, que estableciésemos entre todos un modelo de política cultural", que responda a las necesidades de los artistas, los promotores culturales y de los habitantes, en general, de la Ciudad de México".

Por lo pronto, hoy habrá bailongo con Celso Piña, Los de Abajo y La Vieja Guardia para celebrar los siete años de vida de El Faro. Entrada libre. (Calzada Ignacio Zaragoza s/n, colonia Fuentes de Zaragoza)

 
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