Usted está aquí: jueves 28 de junio de 2007 Opinión Efemérides

Soledad Loaeza

Efemérides

El próximo lunes los panistas celebrarán el aniversario de la elección presidencial que llevó al poder a Felipe Calderón. Los lopezobradoristas, en cambio, habrán de rememorar -así lo han anunciado- lo que consideran un fraude, una traición, un robo, una comedia, en fin, un acontecimiento que han llamado de muchas maneras, menos por su verdadero nombre: la derrota de su candidato presidencial.

Los perredistas, por su parte, podrían festejar los mejores resultados electorales de su historia que les aseguraron una buena tajada de representación en el Congreso, o el ascendente monopolio del PRD en la capital de la república, y otras gubernaturas. Los priístas podrían vestirse todos de negro como recordación de un segundo fracaso electoral que, peor aún, los convirtió en la tercera fuerza legislativa; el Partido Verde, Convergencia y el Partido del Trabajo se felicitarán por la capacidad para mantener la relevancia de sus irrelevantes representantes; mientras que Alternativa festejará su registro como partido nacional, y Nueva Alianza brindará con satisfacción a la salud de esa gran maestra cuyo impacto sobre la educación nacional supera al de Vasconcelos, aunque, claro está, en sentido contrario. O sea, que el 2 de julio no puede ser una fiesta nacional porque para cada corriente de opinión tiene un significado distinto: para unos representa el triunfo de la democracia, para otros un asalto criminal contra la democracia.

"No han aprendido nada, no han olvidado nada...", dijo el príncipe de Talleyrand de los aristócratas emigrados que volvieron a Francia con la Restauración, y que se empeñaron en restablecer no sólo un régimen político, sino los patrones de relación política y los comportamientos que los habían llevado al desastre en 1789. Así los lopezobradoristas, tampoco parecen haber aprendido ni olvidado gran cosa en el último año. Ninguna enseñanza han derivado del proceso electoral ni de la movilización poselectoral que organizaron en la búsqueda de la nulidad de la elección, a pesar de que sus actitudes y acciones tuvieron un costo fenomenal para su partido y su candidato.

Según una encuesta de Ipsos/Bimsa de septiembre del 2006 a la pregunta "Si el día de hoy se repitieran las elecciones, ¿por quién votaría usted?" 55 por ciento respondió Felipe Calderón, 28 por ciento Andrés Manuel López Obrador y 15 por ciento Roberto Madrazo. Peor todavía, a la pregunta "¿Por cuál partido nunca votaría usted para presidente de la república si el día de hoy se repitieran las elecciones? 31 por ciento eligió al PRD y sólo 16 por ciento al PAN. El nivel de rechazo que alcanzó el perredismo después del bloqueo al corredor Reforma-Zócalo superó incluso al que había alcanzado el PRI. Tenían que haber interpretado estas señales cuya confiabilidad confirmó en octubre la derrota del candidato perredista a la gubernatura de Tabasco, nada menos.

Impermeables a la experiencia y a la evidencia los lopezobradoristas mantienen estrategias y conductas cuyo análisis ponderado podría explicarles el porqué de la disminución de las preferencias por Andrés Manuel López Obrador en las semanas anteriores a la elección. En febrero de 2006 contaba con 40 por ciento, pero en mayo ya se sabía que había perdido esa ventaja y que la competencia con el candidato panista sería muy cerrada. Ni los señalamientos de la Corte de la injerencia indebida del presidente Fox en el proceso electoral, de las denuncias de supuestas irregularidades, y de las atarantadas confesiones del ciudadano Fox, pueden hacernos olvidar que el candidato del PRD cometió errores graves que le costaron votos: no participó en el primer debate televisado entre los candidatos presidenciales, insultó repetidamente al presidente de la República (que lo era, aunque fuera Vicente Fox), proyectó una imagen de picapleitos que disgustó a muchos y, antes de la elección, manifestó un desprecio notable por las instituciones que despertó inquietud y desconfianza, sobre todo entre las clases medias. No obstante, los lopezobradoristas se empeñan en olvidar el daño que el plantón le causó a la ciudad, poco les importa el efecto de corrupción que acompaña siempre a la movilización de clientelas, y su costo para el gobierno local y para los que aquí vivimos. Las formas de protesta de muchos perredistas y de los lopezobradoristas: los plantones, los desnudos, los bloqueos, las marchas son ya una rutina como los horarios del metro, las paradas del metrobús o los embotellamientos en el periférico -con todo y el segundo piso. A pocos sorprenden, y en la mayoría provocan la más absoluta indiferencia.

A pesar del tremendo descalabro que sufrió, López Obrador no parece dispuesto a asumir ninguna responsabilidad por su caída. Libre de culpa y apoyado en la irresponsable teatralidad de Fernández Noroña, en lugar de ofrecer explicaciones -que se las debe a sus seguidores- alimenta resentimientos, como quien siembra vientos.

 
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