Usted está aquí: domingo 1 de julio de 2007 Cultura De Lenin a McDonald's, la calle Arbat engloba las caras que conviven en Rusia

Pasarela de moda con ecos del comunismo, la vía refleja una cierta prosperidad súbita

De Lenin a McDonald's, la calle Arbat engloba las caras que conviven en Rusia

En la acera un grupo teatral representa el drama nacional: un personaje con una estrella roja y otro con el símbolo del dólar se disputan a un tercero, quien luce un gesto de angustia

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

Ampliar la imagen Una amazona recorre la calle Arbat, entre símbolos del pasado histórico ruso y el presente capitalista Una amazona recorre la calle Arbat, entre símbolos del pasado histórico ruso y el presente capitalista Foto: Arturo García Hernández

Moscú. La antigua calle Arbat, de Moscú, es un escaparate donde se aprecia con toda nitidez el recambio de valores y los nuevos significados de los símbolos en que se encuentra la sociedad rusa.

En este andador -uno de los lugares más visitados de la capital rusa-, el turista lo mismo puede adquirir las tradicionales matrioshkas, una tarjeta postal, un gorro de piel para el invierno o una muñeca de porcelana, que una boa viva, un águila aturdida, un busto de bronce de Lenin, una máscara antigases de la Segunda Guerra Mundial, un cartel propagandístico soviético original, un sable de cosaco o un icono de Nuestra Señora de Vladimira -patrona de Rusia-, presuntamente del siglo XVI.

En uno de los extremos de la calle, un auténtico restaurante McDonald's marca el inicio del recorrido; enfrente, a mitad de la calle, un pequeño mercado ambulante comparte el espacio con un puesto de venta de artesanías. Ahí, entre los cafés de postín, las tiendas de ropa de marca, los bares y restaurantes, una niña violinista toca Yesterday de Los Beatles y la pulcritud de su interpretación le recuerda al visitante que Rusia es tierra de grandes músicos.

En otro punto del andador, un grupo de teatro callejero escenifica el momento histórico que vive el país: un personaje con una estrella en el rostro, símbolo del antiguo régimen, y otro con el símbolo del dólar, se disputan a un tercer personaje vestido de blanco y con expresión de angustia. Y mientras unos punks fuman, beben cerveza y escuchan música en un callejón aledaño, una amazona recorre la calle sobre un caballo blanco, como descendida del cielo en un pegaso.

Moda y fausto en la calle

A simple vista, Rusia parece atravesar por una etapa de bonanza económica, que se manifiesta en dos de los máximos estandartes de las sociedades de consumo: los automóviles y la moda.

Cada día circulan en Moscú más de cuatro millones de automóviles que hablan del estatus de sus propietarios. Muchos son importados, de lujo y modelo reciente. Después del cataclismo económico que hundió a gran parte de la población en la pobreza durante los años 90 del siglo pasado, el poder adquisitivo ha aumentado notablemente en fechas recientes y la gente ha podido adquirir vehículos. De acuerdo con Mijail Jmeliov, especialista en temas económicos de la agencia Novosti, el ejemplo "más fehaciente del cambio de las preferencias de consumo en la sociedad rusa es la situación en el mercado de automóviles. La venta de vehículos de marca extranjera en el total de ventas en Rusia ha crecido de 11.8 por ciento en 2002 a 68 por ciento en el primer trimestre de 2007".

La capital rusa no estaba preparada para la invasión de automotores. Si alguien piensa que no hay nada peor que encontrarse atorado en el Periférico de la ciudad de México a las seis de la tarde de un viernes de quincena, tiene que manejar en la capital rusa cualquier día de la semana. Trayectos que en condiciones normales podrían cubrirse en media hora, requieren de cuando menos dos horas de paciencia.

En El imperio de lo efímero, el filósofo francés Gilles Lipovetsky sostiene que la moda ha llegado a ocupar un lugar central en las sociedades regidas por el consumo y los medios masivos de comunicación; la moda es el "último eslabón de la aventura plurisecular capitalista-democrática-individualista"; la expresión máxima del proceso de renovación y obsolescencia programada que sostiene la venta de bienes y servicios.

¿Eso explica que las calles, parques, estaciones del Metro y cuanto lugar público haya, estén convertidos en pasarelas de modelaje por la belleza y exquisita elegancia de las mujeres moscovitas? Sería exagerado decir que todas, pero sí muchas, sobre todo las más jóvenes, portan lo último de lo último en la moda, "ropa de marca", en una variedad alucinante.

Hay quienes advierten que esta prosperidad es efímera y ficticia; una burbuja que tarde o temprano reventará, pues -como ocurre en México- la economía rusa depende en un alto porcentaje de ingresos por exportación de hidrocarburos.

El mismo Jmeliov hace notar en un artículo reciente que el aumento en el consumo de los rusos también tiene que ver con la creciente tendencia a comprar a crédito: "Los créditos otorgados a los ciudadanos han crecido 80 veces en siete años. El monto de la deuda acumulada alcanza el 7.7 del PIB".

Aunque reconoce que el crecimiento del consumo "es el mejor impulsor" de la economía, señala que "junto con la actividad crediticia y de consumo también crece el monto de los créditos vencidos". Sin embargo, los bancos "están tranquilos" porque "la proporción de las deudas 'malas' en los activos de los bancos rusos es insignificante: 0.6 por ciento del total de créditos otorgados a la población y a las empresas".

Tal vez los rusos no han oído hablar del caso mexicano y ese asalto a las finanzas públicas -llamado inicialmente Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) y después rebautizado como Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB)- para pagar créditos bancarios irresponsablemente otorgados.

Continuidad de los caracteres

Apenas sale el convoy de la estación Kitay Gorod, una oscura voz de bajo retumba sobre el silencio viscoso que ondula en el vagón. Como repelidos por la onda expansiva, los pasajeros cercanos al origen de la tronante voz se apartan y abren un claro alrededor de un asiento lateral. Ahí está un par de incipientes veinteañeros, petrificados. De pie, inclinado sobre ellos, el dueño de la voz de bajo brama palabras iracundas. Fornido, pelirrojo, barba tupida, llameantes ojos aguamarina, piel blanca rosada. Ronda los 60 años, viste un traje azul sucio y gastado. De su antebrazo izquierdo cuelga una bolsa de naylon; en la mano derecha empuña una afilada hoja metálica -improvisado puñal- con la que apunta al vientre de uno de los jóvenes mientras observa amenazante a su alrededor. El miedo de los testigos es su cómplice. Los hombres que bebían cerveza dejan la botella sobre sus asientos, entre las piernas, y observan en silencio. Las madres abrazan a sus hijos. Cada quien su vida.

La escena se prolonga tanto como tarda el convoy en llegar a la siguiente parada. En esas circunstancias el tiempo es relativo: un minuto puede ser eterno. Tómese en cuenta que la distancia promedio entre las estaciones del metro de Moscú es de mil 400 metros (en la ciudad de México es de 880). El fuereño, improvisado cazador de arquetipos y estereotipos, alcanza a vislumbrar en esa imagen el ataque de ira que condujo al zar Iván IV, El Terrible, a matar a bastonazos a su hijo para después lamentarlo por el resto de sus días.

En medio de la furia, Voz de Bajo de pronto parece dubitativo, no denota la decisión de los primeros instantes. Quizá lo pensó mejor. Quizá lo conmovieron las miradas implorantes o ligeramente recriminatorias de algunos pasajeros. Quizá fanfarroneaba y nunca tuvo intención de herir a nadie. Quizá... El inminente arribo del convoy a la estación Chysty Prudy apresura el desenlace. El hombre echa la punta de metal en la bolsa de plástico y sale rápido del vagón escupiendo una diatriba, incomprensible para el fuereño. Los veinteañeros abandonan su condición de estatuas de piedra, se miran con incredulidad, algo dicen entre ellos y sueltan una carcajada.

Al evocar el hecho, al fuereño le queda el recurso fácil de refugiarse en el tópico del "carácter ruso", al que se refiere la académica Tamara Djermanovi en su ensayo Dostoyevski entre Rusia y Occidente (Herder Editorial, 2006). Señala dicha característica como uno de los factores que atizan la querella histórica entre ambas regiones del mundo: cuando Dostoyevski "denuncia que Occidente ('decadente') no ha comprendido nunca a Rusia ('mesiánica') ni ha sabido aproximársele de manera auténtica, a la vez reconoce que ello responde a una serie de factores fatídicos que marcan el carácter ruso como la eterna irracionalidad, la desmesura, el amor propio, así como también una imposible combinación de prepotencia e inseguridad, especialmente manifestada en su contacto con el mundo occidental".

Algún grado de verdad debe haber en la idea, pero no pueden hacerse afirmaciones categóricas sobre un país tan vasto y diverso, y una sociedad tan compleja. En ese sentido, cabe preguntarse qué tanto se parecen los rusos del siglo XIX a los del incipiente siglo XXI. O también: ¿El 'carácter ruso' es algo que comparten tanto Nikolai Gogol como Vladimir Putin; Tchaikovsky como Stalin; Lenin y María Sharapova; el difunto Boris Yeltsin y Anna Kurnikova?

 
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