Usted está aquí: lunes 2 de julio de 2007 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

La legitimidad marca la diferencia

Presiones políticas y mediáticas contra Ebrard

Las suposiciones de la derecha gobernante

Para un gobierno que nace de entre la basura del fraude electoral, al que no le importó la voluntad de la gente porque su misión era hacerse del poder -de cualquier modo- para continuar el proyecto de depredación social, es y será difícil tratar de entender que un gobernante legitimado por una elección limpia respete la decisión de las mayorías, y por ello, por sobre todas las demás consideraciones, se niegue a convertirse en comparsa de quien tomó el poder apoyado en la más descarada burla al deseo político del sufragante.

Esa podría ser la postura del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, que pese a las presiones de todo tipo -políticas y mediáticas, principalmente- se niega a pertenecer al coro que canta loas a quien usurpó la posibilidad de cambiar el destino del país.

Felipe Calderón y la derecha en general cierran los ojos a las diferencias. Suponen, por ejemplo, que para la gente no existen diferencias entre PRD y PAN, que un gobierno encabezado por la izquierda hubiera permitido, sin mayor problema, que en México se conjugara la contradicción vergonzosa de tener al segundo hombre más rico del mundo y a la población más pobre.

Supone la derecha, urgida de reconocimiento, que la gente piensa que es lo mismo mandar granaderos a reprimir a las víctimas de la política neoliberal, como en el caso de Guadalajara, y que ahora los despoja hasta de la posibilidad de tener una vejez tranquila, gracias a la nueva ley del ISSSTE, que permitirles tomar las calles para gritar, como último recurso, su desacuerdo con el que los oprime.

Pues no, no es lo mismo. Son las diferencias las que permiten que exista un concurso para decidir por dónde debe caminar el país, cuando menos en teoría. Para no ir muy lejos, esa expresión maniquea de: "por encima de las diferencias", es poner una nueva trampa, es mandar el mensaje llano y claro de que las elecciones no sirven de nada.

Y eso es, a fin de cuentas, la verdad. Las elecciones las gana el que tiene más poder, el que tiene más dinero para comprar las voces que desde la radio o la televisión machacan el cerebro de quienes los ven o los oyen, para pretender hacer cierto lo falso, así, y con la complicidad de las autoridades electorales, ganar las elecciones. La idea es desalentar el voto para seguir haciendo de las suyas.

Por eso, llegar a la conclusión de que por encima de las diferencias hay que llegar a acuerdos, no es más que la negación de las formas políticas que rigen a un gobierno, pero atiende, eso sí, a la urgencia de legitimación, a la necesidad de complicidades que requiere un mandato, cuando menos, cuestionado en su legalidad.

Claro que a la decisión del Frente Amplio Progresista, que encabeza López Obrador, y a la postura de Marcelo Ebrard se habrá de contestar con el lugar común: "un Presidente gobierna para todos", lo malo es que no se nos ha dicho si esos todos son nada más los banqueros, o los dueños de algunos medios de comunicación o exactamente ¿quiénes son?, porque hasta ahora el desmantelamiento de los mecanismos políticos y jurídicos que permitían la regulación, el reparto equitativo de la riqueza, continúa sin mayor problema.

Así pues, las diferencias son reales, son fondo y forma. Por eso es muy importante que desde las esferas de poder que mantiene la izquierda en el DF, más que la retórica oportunista, las diferencias en el quehacer se ahonden de tal modo que sea claro cuál es el camino de un gobierno y otro.

De pasadita

Al cumplirse un año del fraude electoral, Luis Carlos Ugalde repite que no dejará su puesto. Seguramente lo que quieren, él y sus secuaces, es repetir la historia en las elecciones intermedias y de ello, como la situación de los hijos de Martha Sahagún, como los usureros del IPAB, o el caso de Hildebrando Zavala y su empresa, además de otros que por falta de espacio ya no mencionamos, no se dice ni una palabra.

Aunque para eso está la gente que ayer volvió a llenar el Zócalo y refrendó su compromiso por luchar junto con Andrés Manuel López Obrador, por el cambio definitivo al rumbo del país. Allí estuvieron, allí están, y se ve difícil que alguien los pueda callar. Esa sí es una razón para la democracia.

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