Usted está aquí: martes 3 de julio de 2007 Opinión El pez afgano

Pedro Miguel

El pez afgano

Este fin de semana la aviación militar de Estados Unidos, en apoyo a las fuerzas de la OTAN en Afganistán (ASIF), bombardearon la aldea de Hiderabed, en la que se habían refugiado combatientes del Talibán. Reportes procedentes del lugar informaron más tarde que al menos cinco viviendas habían quedado completamente destruidas, que se contabilizaron unos 120 cuerpos sin vida y que entre ellos había varios de mujeres y de niños. Nadie conoce las cifras exactas. El gobernante de la región de Gerishk, Dur Alishah, dijo que los lugareños estaban tan enojados después del ataque que no permitieron a los funcionarios "gubernamentales" (las comillas son porque en Afganistán no existe nada parecido a un gobierno) verificar el número preciso de los fallecidos. La coronel Maria Carl, portavoz de la ISAF, dijo que la cantidad de muertos civiles era "muy inferior" a la que reportaron los afganos y tranquilizó al planeta: "Nos esforzamos continuamente por mantener el número de muertes civiles lo más bajo posible".

Lo mismo vienen diciendo los mandos militares de la ISAF y sus jefes -los estadistas occidentales-, pero ya es difícil creerles: desde hace mucho tiempo, los "accidentes" y "errores" se suceden con una frecuencia espeluznante y en lo que va de este año se han contabilizado 230 "bajas colaterales" como consecuencia directa del accionar de las tropas occidentales. Hasta la marioneta Hamid Karzai ha debido aparentar indignación y hace una semana comentó, se supone que con ironía: "Uno no combate a los terroristas disparando contra un objetivo a 37 kilómetros de distancia; esto inevitablemente provocará víctimas civiles".

Algunos darán por buena la explicación de que los aviadores y artilleros de Europa y Estados Unidos en Afganistán son asombrosamente estúpidos, pero no malintencionados: sus únicos objetivos son los organismos de los terroristas y no los de los niños que juegan con piedras en los villorrios desérticos ni los de los ancianos que toman té en su casa, si es que todavía les alcanza el dinero. Ya si Dios sopla para que el proyectil se desvíe, o si al operador le viene una contracción involuntaria en el dedo, procede una disculpa, y a lo que sigue.

Hay otra posibilidad: que las fuerzas de la OTAN hayan adoptado la táctica contrainsurgente de horrorosa memoria en muchos países devastados por conflictos de baja intensidad: "quitarle el agua al pez", es decir, devastar el contexto social y demográfico en el que se mueve el enemigo a vencer. Esa táctica se llama My Lai en Vietnam, Panzós en Guatemala, El Mozote y Sumpul en El Salvador, Acteal en México, Grozny en Chechenia, todo Gaza en Palestina, y tiene muchos otros nombres de localidades arrasadas en diversas latitudes. El principio es simple y al parecer los teóricos de la represión parafrasearon a Mao: si, según la pedestre metáfora del dirigente chino, la población campesina es el agua en la que se mueve el pez de la revolución, hay que secar el agua para acabar con el animal. Llevado a la práctica, el consejo significa secar -es decir, despojar de sus fluidos corporales, principalmente, sangre- a quienes de un modo o de otro apoyan a los irregulares, subversivos, sediciosos, terroristas o cualquiera que sea el calificativo que se aplica al rival bélico.

Las implicaciones de esta hipótesis son inquietantes: tal vez esos impresentables talibán, que tantas atrocidades cometieron cuando tuvieron en sus manos el destino infortunado de Afganistán, no sean un simple atajo de terroristas sino un pez en el agua, es decir, un movimiento armado con respaldo popular en extensas regiones del país, y hasta es posible que los elegantes militares del primer mundo que comandan la ASIF no sean muy diferentes de los genocidas tropicales que rubricaron su paso a la historia con las matanzas referidas arriba y con muchas otras.

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