Usted está aquí: domingo 8 de julio de 2007 Mundo EU y Rusia mantienen diferendo sobre el escudo antimisiles

Ante presiones de Washington, Moscú vislumbra que el mundo vuelva a ser bipolar

EU y Rusia mantienen diferendo sobre el escudo antimisiles

JUAN PABLO DUCH

Moscú de julio. Empeñados en obtener ventajas uno sobre el otro en materia de seguridad, Rusia y Estados Unidos mantienen ya durante meses su pulso en torno a los componentes del escudo antimisiles que el segundo quiere instalar en Europa oriental, pero es cada vez más claro que no existe punto de acuerdo posible mientras el Kremlin y la Casa Blanca sigan aferrados a planteamientos inadmisibles para la contraparte.

Así -desde la perspectiva rusa- la intención estadunidense de colocar una estación de radares en la República Checa y una decena de interceptores en Polonia, más que habilitar los medios técnicos que permitirían neutralizar un misil lanzado por Irán, hipotético riesgo, pues la república islámica aún carece de artefactos con alcance suficiente para llegar a Europa, representa una seria amenaza para la seguridad nacional de Rusia.

Estados Unidos argumenta que los nuevos componentes del escudo antimisiles no son armamento ofensivo para atacar a Rusia. Los militares rusos, sin embargo, consideran que la estación de radares y los interceptores mermarían la capacidad del Kremlin de lanzar misiles contra cualquier país europeo, aunque por razones de elemental supervivencia nunca llegue a tal extremo, antesala de una hecatombe nuclear.

Por ello, tras convencerse de que su colega estadunidense, George W. Bush, no parece dispuesto a dar marcha atrás, el presidente Vladimir Putin empezó a ejercer presión sobre los aliados europeos de Washington mediante una estrategia dual.

De un lado, recurre a un discurso cargado de amenazas, basado en la revisión de los equilibrios militares en Europa, a través de sugerir la posibilidad de decretar moratorias y de denunciar varios tratados de control de armamento, sin faltar medidas instrumentadas en los momentos más álgidos de la guerra fría y reconsideradas luego, como la eventual decisión de apuntar los misiles rusos hacia blancos en Europa occidental.

Y, de otro lado, promueve la iniciativa de usar de modo conjunto con Estados Unidos estaciones de radares rusas, en lugar de colocar los componentes del escudo antimisiles en la República Checa y Polonia. Primero ofreció Putin el radar que arrienda Rusia en Gabalá, Azerbaiyán, y hace unos días, en la cumbre de Kennebunkport, en Maine, Estados Unidos, habló de incluir en un sistema común "la estación de advertencia de lanzamientos de misiles que está en construcción en el sur de Rusia", cerca de la ciudad de Armavir, en la región de Krasnodar.

Putin también propuso a Bush "crear en Moscú un centro de intercambio de información sobre lanzamiento de misiles y otro análogo en una de las capitales europeas, por ejemplo, Bruselas, que trabajarían en circuito cerrado y tiempo real".

Pero la iniciativa de Putin, desde la perspectiva estadunidense, adolece de un serio defecto al limitarse al intercambio de información y dejar en manos de Moscú el botón que activaría los interceptores y, por ello, sólo puede ser complementaria de su escudo antimisiles, en primer término de los interceptores propios que quiere instalar en Polonia.

Y para colmo, el enfrentamiento verbal con Estados Unidos adquiere en Rusia cada vez más rasgos electoreros de cara a los comicios legislativos para renovar la Duma en diciembre próximo.

En ese contexto, con el ingrediente adicional de ser parte del juego sucesorio de Putin, se inscribe la reciente advertencia formulada por el vicepremier Serguei Ivanov, de que, si Estados Unidos rechaza la iniciativa rusa de establecer un sistema antimisiles conjunto, Rusia podría "reubicar parte de sus misiles en la región de Kaliningrado", fronteriza con Polonia.

Aparte de que ello no resolvería el problema de los interceptores de Estados Unidos en Polonia, es un sinsentido mayúsculo: los misiles estratégicos que posee Rusia son capaces de batir objetivos en cualquier lugar de Europa, sin necesidad de derrochar ingentes cantidades para emplazarlos "más cerca".

Tampoco sería razonable colocar en Kaliningrado sistemas Iskander con tan sólo 270 kilómetros de alcance, cuando el arsenal ruso cuenta de sobra con misiles más efectivos en precisión y potencia.

En el fondo, en términos estrictamente militares, tal vez preocupe al Kremlin menos de lo que aparenta la instalación del escudo estadunidense en Europa oriental, dado que no es indispensable una estación de radares en la República Checa para obtener la información que ya se consigue vía los satélites espías, de igual manera que Rusia tiene muchísimos más misiles que los que podrían destruir los 10 interceptores en Polonia.

El problema es sobre todo político y guarda estrecha relación no sólo con el rechazo ruso a la prepotencia estadunidense en su enésimo intento de imponer decisiones a los demás. En el Kremlin, a la par que existe pleno convencimiento de que el mundo no es unipolar, comienza a pesar mucho la tentación de creer que, con modernizado armamento y abundantes energéticos, igual podría algún día volver a ser bipolar.

 
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