Usted está aquí: martes 10 de julio de 2007 Ciencias Cielo y tierra, expedición fotográfica por lo invisible del universo

El libro presenta imágenes de bacterias, organismos celulares, planetas y nebulosas

Cielo y tierra, expedición fotográfica por lo invisible del universo

Los seres humanos están a la mitad entre lo más pequeño y lo más grande, afirma David Malin, consejero científico del texto

El volumen, a medio camino entre el arte y la ciencia

TANIA MOLINA RAMIREZ

“Estamos ciegos a todo, excepto a la rebanada más delgada del universo en el que vivimos”, se lee en el prefacio del libro Cielo y tierra: de lo visible e invisible (Phaidon-Océano, 2004).

Semejan árboles, uno junto al otro, dibujados por la mano de un niño. Se tratan de partículas del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), magnificadas 360 mil veces.

Sobre un fondo azul cielo, redondas figuras coloradas están esparcidas por doquier. Podría ser una pintura moderna, exhibida en el museo Guggenheim, de Nueva York. No, son partículas del virus de la hepatitis B aumentadas un millón de veces.

Tres imponentes gigantes dominan el horizonte. Se trata de las, sí, colosales columnas de polvo de la Nebulosa del Aguila, tomadas por el Telescopio Espacial Hubble.

Estas son algunas de las cientos de impresionantes fotos, incluidas en Cielo y tierra, de objetos invisibles al ojo humano, tomadas usando diversas tecnologías, como potentes telescopios y microscopios o resonancia magnética.

Las imágenes son “de cosas demasiado pequeñas o que ocurren muy rápido para que nos percatemos” o “inimaginablemente grandes y distantes y que ocurren en escalas temporales tan largas como el tiempo mismo”, explica en la introducción el reconocido astrónomo y fotógrafo David Malin, quien fue consejero científico del libro, el cual incluye imágenes astronómicas suyas.

El libro presenta las fotos en secuencia, según escala y distancia. Desde lo más pequeño en la Tierra hasta galaxias a años luz de distancia.

También hay esperma, la bacteria e. coli, cabello, un copo de nieve, un intestino, la superficie de la lengua (que es capaz de quitar a cualquiera las ganas de besar).

Como observó un lector de la publicación en una página de Internet, “es uno de esos libros que te hacen darte cuenta de lo bien que uno está al no poder ver a niveles microscópicos”.

Paisajes internos

También hay imágenes menos inquietantes, como la de la vitamina C cuando se cristaliza y transforma en algo así como plumas de aves exóticas. Un corte transversal de un pedazo de caoba, que podría ser un detalle de joyería. Un huevo en una trompa de falopio, como una luna sobre un planeta. El órgano encargado de que oigamos, que semeja una formación rocosa en espiral, dentro del mar.

Hoy, “los mejores instrumentos ópticos pueden magnificar cerca de mil 500 veces” los objetos, explica Malin.

Conforme avanza el libro, el tamaño y la distancia de lo fotografiado se incrementan: se ve, por ejemplo, desde el transbordador espacial Columbia, la estructura Richat, en Mauritania, conocida como “el ojo del toro” por su forma. Un ciclón tropical sobre el Pacifico occidental en 1985, tomado desde una altura de 373 kilómetros, y el huracán Bonnie, acercándose a costas estadunidenses, en 1998.

Se aleja uno más y aparecen la imagen de la Tierra desde la Luna; el cometa Halley; los planetas Mercurio, Venus, Marte, Neptuno, Plutón; los hermosos anillos de Saturno, y la Vía Láctea.

Hasta llegar a lo grande y lejano, como la estrella gigante Antares, a 520 años luz y 500 veces el diámetro del Sol; la cabeza de caballo de Nebula, o sea, una nube opaca de gas y polvo en Orión que, efectivamente, parece una cabeza de caballo que se asoma en un mar de nubes, y una galaxia llamada Sombrero, como a 30 millones de años luz, que semeja, según los científicos, “un sombrero mexicano”.

“La luz de los objetos que están más lejos de unos 12 mil millones de años luz no ha tenido tiempo para llegar a la Tierra, ya que el Universo no ha existido el tiempo suficiente. El borde del universo observable está definido por el tiempo de viaje de la luz, más que por cualquier frontera física”, explica Katherine Roucoux, quien escribió los textos informativos y fue la investigadora editorial del libro.

“Sorprendentemente, los seres humanos están como a la mitad entre lo más pequeño y lo más grande que conocemos”, dice David Malin.

El libro, a caballo entre la ciencia y el arte, queda retratado en las palabras de William Blake incluidas en la publicación: “To see the world in a grain of sand/ and a heaven in a wild flower” (Ver el mundo en un grano de arena/ y el cielo en una flor silvestre).

 
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