Usted está aquí: domingo 15 de julio de 2007 Opinión La mia Italia

Arnaldo Córdova

La mia Italia

La mia Italia, dicho así, en italiano, no es, ciertamente, la que yo conocí hace 46 años. Ahora es la sexta potencia mundial. La mia Italia está en el pasado, cuando yo, un joven de 25 años escasos (porque todavía no los cumplía), llegué a Italia, poseído por dos obsesiones: una, estaba decidido a darme una formación intelectual que no había podido adquirir en mi provinciana Morelia y, dos, las mujeres italianas (no en el sentido de que fuera a la caza de ellas, sino que, más bien, quería conocerlas y ver si era capaz de encontrar el amor entre ellas). En ambos rubros tuve éxito, más del que yo me hubiera imaginado antes. Como decía Mariátegui de sí mismo, de Italia, al final, me llevé dos o tres ideas fundamentales y una hermosa y sabia esposa que me hizo feliz y que me dio una familia bellísima que ahora es mi consuelo cuando ella, por desgracia, ya no está conmigo.

Cuando yo llegué a Italia por primera vez, a finales de 1964, era un país pobre, no tanto como el nuestro, por supuesto, pero pobre en una Europa que despegaba pujante. Había entonces, según me decían, más de 9 millones de trabajadores emigrados en el norte de Europa. En el tren en el que viajé desde París a Roma durante 14 largas horas, regresaban para sus vacaciones miles de ellos. Yo entonces no hablaba italiano y, en la lejanía de la memoria, me veo ridiculísimo tratando de entenderme con ellos en inglés o francés, lenguas que por entonces poseía en niveles ínfimos. Viajar por Italia hoy es viajar por las vías del primer mundo, un mundo rico y próspero. Este país, empero, está en crisis desde hace varios años. La pequeña empresa altamente tecnologizada que hizo la fortuna de Italia ya forma parte del pasado. Pero Italia es todavía el primer mundo.

Mientras viajo de Roma rumbo a Turín, rememoro a mi vieja Italia, pobretona y un poco tercermundista, que todavía no lograba salir de la posguerra y en la que tantos afectos y tantas ilusiones coseché, pero en la que se daban ya milagros que no eran usuales en las viejas sociedades aristocráticas y oligárquicas de la vieja Europa. Mi esposa era hija de un barbero veneciano y de una mujer de una comunidad rural del Veneto. Era, por lo tanto, veneciana de pura cepa, nacida en Roma. Pues ella se formó, siendo pobre, como una intelectual de primer orden. En aquella Italia, muy conservadora, pero cuya juventud vivía algo así como el destape que luego vivieron los españoles, todo era posible y yo lo viví. De una ciudad levítica y mocha como Morelia, pasar a vivir en un país en el que los jóvenes comenzaban a hacerse presentes y a vivir como ellos querían fue para mí descubrir un nuevo mundo. Esa Italia era maravillosa, no obstante que estaba llena de sotanas y la mafia hacía estragos inconcebibles.

Recuerdo, mientras viajo a Turín, a mi amada esposa. Cuando nos conocimos supimos que estábamos hechos el uno para el otro. Eso me hace pensar que tuve un éxito rotundo en mis dos obsesiones: el estudio y las mujeres. Obtuve una buena formación intelectual; mi maestro, Umberto Cerroni, era apenas un joven asistente de profesor a sus 36 años y él se hizo cargo de mí. Me enseñó todo lo que tenía que aprender para ser un verdadero científico social y un buen jurista. Me entrenó pacientemente, dándome todo su tiempo (me pasaba con él casi todos los días, tal vez porque entonces él necesitaba alguien con quien compartir sus inquietudes y ni siquiera los comunistas le hacían caso por entonces). El formaba parte del grupo de brillantes intelectuales que se decían alumnos de Galvano Della Volpe, el cual era un marxista de nuevo cuño, racional, kantiano y democrático. Cerroni, que hace unos meses falleció, me hizo a la nueva manera.

Mi éxito con las mujeres italianas se reduce a mi amada. Era una joven comunista (como yo). Compartíamos ideales, sueños y ambiciones. Los dos éramos muy ambiciosos y nuestro máximo deseo se cifraba en ser dos buenos intelectuales, con una concepción del trabajo como una verdadera religión, sin dejar de ser comunistas. Con todas las italianas de las que me enamoré (no fueron muchas) siempre tuve un problema: a la hora en que les insinuaba que fueran a México conmigo, simplemente, me mandaban al demonio y me hacían ver que éramos diferentes y que, para ellas, México, quizá, estaba en algún remoto lugar de Africa. Con mi esposa encontré el milagro de una mujer absolutamente libre de prejuicios. Ella ni siquiera notó que yo era de otra nacionalidad y que físicamente era diferente a los suyos. Para ella sólo era un joven que le había gustado mucho y con el que decidió vivir toda su vida.

¡Ah!, la mia Italia. ¡Sus contrastes milenarios! En mis tres años de estudiante aquí la recorrí varias veces. Cuando viajaba al norte (il Settentrione) veía pujante al primer mundo que comenzaba a instalarse en este país maravilloso. Cuando viajaba al sur (il Meridione) veía a la Italia romántica, atrasada, atávica, violenta y tradicionalista. Me gozaba, sobre todo, mis viajes al sur. Allí encontraba a la gente más parecida a la que yo tenía en México. La mayoría de mis amigos son del sur, calabreses, sicilianos, napolitanos. Con ellos aprendí a conocer Italia y a hablar el italiano (en Roma se hablaba romanaccio, no italiano). Pero fue con mi esposa con quien lo perfeccioné, hasta donde lo puede hacer un extranjero. Y también comprobé que la mejor academia para aprender una lengua es la cama.

Viajando a Turín, mi amada esposa no me abandona nunca. Voy recorriendo los bellísimos paisajes de Italia y en ellos veo sus hermosos ojos azules (que luego estampó en mis hijos). La tengo siempre frente a mí y la oigo hablarme y decirme tantas cosas de su Italia de aquellos tiempos, que la vio nacer y la vio crecer como la mujer maravillosa que siempre fue y que, para mi fortuna, decidió irse a vivir conmigo a México. La mitad de la sangre de mis hijos es de esta tierra. Amo a este país, aunque ahora me es extraño. Ya no es el que yo conocí hace 46 años, no podía seguir siendo el mismo. Podría decir que es alla mia Italia a la que de verdad amo. La Italia de mi hermosa y bellísima compañera.

 
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