Usted está aquí: domingo 15 de julio de 2007 Opinión La deuda de la ciudad: tentaciones políticas e irresponsabilidad fiscal

Mario M. Delgado Carrillo*

La deuda de la ciudad: tentaciones políticas e irresponsabilidad fiscal

La deuda de la ciudad de México se convirtió durante la pasada campaña electoral en parte central de la guerra sucia en contra de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador. La información se manipuló y se mintió abiertamente para generar una situación de desconfianza hacia el manejo de las finanzas en la capital y la capacidad de los gobiernos de izquierda de conducirse con responsabilidad fiscal.

Resulta sorprendente que aún en círculos normalmente bien informados, se logró sembrar una sombra de duda sobre la salud de las finanzas de la ciudad. Lo anterior, a pesar de que los mercados otorgan la más alta calificación posible a la deuda y apenas si alcanza el 2.7 por ciento del tamaño de la economía capitalina, a diferencia de la deuda federal que representa casi la mitad del producto nacional. De hecho, el crecimiento de la deuda del DF durante la pasada administración fue prácticamente igual a la federación y, por lo tanto, el grado de responsabilidad fiscal de ambos gobiernos fue similar.

Desde 1997, la discusión en torno a la deuda del DF ha sido de naturaleza política y no en relación con las necesidades financieras en materia de infraestructura. El PRI y el PAN en la Cámara de Diputados fueron restringiendo el financiamiento por esta vía a la ciudad hasta hacerlo prácticamente inexistente: actualmente, el techo de endeudamiento representa menos de 1% del presupuesto total. Con el monto autorizado para 2007 -mil 400 millones de pesos- se podrían construir apenas 3 kilómetros de Metro. No obstante, la ciudad de México es la que más recursos dedica a inversión como porcentaje de su gasto y somos el primer lugar nacional en obra pública.

Ante la irresponsabilidad política del acoso económico, no queda más que mantener una estricta disciplina fiscal por parte del gobierno de la ciudad y desarrollar la capacidad de innovar esquemas financieros que permitan a la capital no sólo mantener, sino acelerar el ritmo de sus inversiones para mejorar la calidad de vida y no perder competitividad en la nueva economía global.

El mercado internacional de capitales atraviesa por un momento de enorme liquidez, atribuible principalmente al largo periodo de bajas tasas de interés en Estados Unidos. Es decir, hay mucho dinero barato en búsqueda de proyectos rentables de mediano y largo plazo para colocarse. Para aprovechar esta coyuntura, el gobierno de la ciudad puso sobre la mesa de los grandes capitales sus contratos de deuda pública por un valor de 38 mil millones de pesos con la finalidad de buscar mejores condiciones en los mismos. La respuesta del mercado ha sido más que sorprendente: las ofertas superan por el doble -cerca de 80 mil millones de pesos- el monto de deuda a refinanciar. Además, las tasas son históricamente bajas y los plazos ofrecidos son superiores a los 25 años, en un mercado de dinero donde hasta hace poco el largo plazo era de 28 días.

Para algunos la deuda de la ciudad es enorme; pues bien, en el mercado de capitales hay instituciones financieras nacionales e internacionales que la pueden comprar dos veces, están dispuestos a conceder plazos que superan varias generaciones y además a un costo más barato que el actual. Las ofertas recibidas son un mensaje muy claro y contundente de confianza de los mercados hacia la ciudad. Pero al parecer este mensaje no ha llegado a algunos que se empecinan en tratar de mantener sojuzgada a la capital y su gobierno.

En caso de que el Ejecutivo federal no autorice el esquema de refinanciamiento que impulsa el Gobierno del Distrito Federal, se perdería una gran oportunidad para mejorar de golpe las condiciones de la deuda. Se impediría generar ahorros y reorientar recursos que actualmente se destinan al pago de intereses a proyectos de inversión en infraestructura como transporte, agua, drenaje profundo y vialidades.

Quien toma decisiones de finanzas públicas con una intencionalidad política pone en riesgo la estabilidad de un país. Eso hemos aprendido de nuestra larga historia de amargas experiencias ocasionadas por desequilibrios fiscales. No es casualidad que en la mayoría de las democracias modernas la necesidad de mantener finanzas públicas sanas es un tema que se asume por todas las fuerzas. Las diferencias ideológicas se reflejan en los programas que cada gobierno desarrolla, no en el manejo de las finanzas. Esto ha funcionado como un blindaje para la economía con respecto a las disputas políticas.

Si en la ciudad se obstaculiza la entrada de capitales que permitan mejorar su perfil de deuda por razones ajenas a criterios financieros, estaríamos afectando el paradigma que hemos logrado construir como país en los 10 años recientes de que las finanzas públicas se conducen con disciplina profesional y no con irresponsabilidad política.

La guerra sucia en contra del supuesto desempeño de un gobernante en materia económica en el contexto de las campañas electorales puede servir para alterar el rumbo de una elección a favor de algunos. Sin embargo, el manejo político de decisiones económicas altera el rumbo de la economía y perdemos todos.

*Secretario de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal

 
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