Usted está aquí: domingo 15 de julio de 2007 Política Confían mujeres de Castaños en que militares violadores sean condenados

Relatos angustiosos de las agresiones sufridas en las 5 horas más largas de su vida

Confían mujeres de Castaños en que militares violadores sean condenados

Sólo claman justicia; viven con temor ante la posibilidad de que los liberen

SANJUANA MARTINEZ ESPECIAL PARA LA JORNADA

Ampliar la imagen El 11 de julio de 2007 entre 20 y 25 soldados llegaron a este lugar y agredieron y violaron a las sexoservidoras del cabaret ubicado en Castaños, Coahuila El 11 de julio de 2007 entre 20 y 25 soldados llegaron a este lugar y agredieron y violaron a las sexoservidoras del cabaret ubicado en Castaños, Coahuila Foto: Sanjuana Martínez

Castaños, Coah. Es la una y media de la mañana. La música estridente apenas deja escuchar las voces de los clientes. En la pista, cuatro parejas bailan a ritmo grupero. Frente a ellos esperan, sentadas, 14 mujeres, trabajadoras sexuales de El Pérsico Dancing. La sordidez de este lugar lo convierte en icono del abuso de poder del benemérito Ejército Mexicano.

La entrada está custodiada por cuatro policías. Don Mario, el mayor, de 58 años, recuerda lo que sucedió hace exactamente un año, la noche del 11 de julio, cuando vivió una "auténtica pesadilla". Fue el primero ak que los militares de La Partida, la zona castrense del 14 regimiento motorizado del Ejército, sometieron a golpes para después agredir sexualmente a prostitutas y bailarinas.

Eran entre 20 y 25 soldados: "Andaban bien locos, alcoholizados o drogados. Gritaban y daban órdenes a punta de pistola. A mí me quedó el trauma. Nunca se me va a olvidar. Yo pensé que ese día iba a morir", dice este hombre fortachón, vestido de negro con gorra de beisbol.

En el interior, el cabaret vive una noche intensa con una veintena de clientes. Desde el ataque castrense, El Pérsico se ha vuelto famoso y no hay jornada sin que alguien pregunte a las muchachas sus experiencias de aquella noche: "Váyase a la chingada. Estamos hasta la madre de tanto curioso", espeta sin contemplaciones, mostrando su enojo ante el flash de una cámara fotográfica. Va vestida con minifalda de mezclilla, cabello pintado y pronunciado escote.

Sus compañeras la secundan. Las chicas demandan, con violencia verbal e intimidaciones físicas, la destrucción de la foto: "No queremos que nos hagan más publicidad. Este es un trabajo como cualquier otro y de aquí no nos vamos a ir".

Efectivamente, como si se tratara de rehenes, de mujeres sometidas al síndrome de Estocolmo, las trabajadoras sexuales de la zona de tolerancia han decidido plantar cara y no moverse de su lugar de trabajo, pese a la agresión militar y a las amenazas de los elementos castrenses que antes de irse les advirtieron: "Si nos denuncian, vamos a volver a matarlas". Por eso es tan importante para ellas lograr una sentencia condenatoria para los ocho militares presos en el Cereso de Monclava y para los cuatro aún prófugos.

La barra, rodeada de focos multicolores, es el centro neurálgico del lugar. Las chicas cobran 10 pesos por baile, pero su ganancia la obtienen de la venta de cerveza y de los servicios que ofrecen en los cuartos ubicados en la parte trasera del antro. Uno de los clientes advierte: "A mí no me tomen foto, porque me voy a casar. Yo no quiero salir en ningún periódico. Imagínese qué va a decir mi novia. ¿Qué no lo entienden?", insistía el joven de 25 años, con evidentes signos de embriaguez y angustia inusitada.

Las chicas, con vestidos ceñidos, muestran sus kilitos de más sin ningún complejo. Lo que importa es sacar para ir viviendo, para lograr salir adelante en este destino que les ha tocado o han elegido. El aspecto de la clientela no deja lugar a dudas: se trata de la clase trabajadora, de los hombres de menos recursos económicos, cuyos ingresos no alcanzan para pagar el elegante table dance Zepelin de Monclava. En realidad, lo de menos es la imagen. La mayoría viste pantalones vaqueros, botas y sombrero de la zona norte del país.

"La mayoría son casados. Muchos te echan el rollo de sus broncas con la esposa. A veces resultan insoportables, generalmente por el olor. Casi todos tienen mal aliento y un tufo de alcohol y cigarro. Luego, la falta de aseo, porque vienen de trabajar y les apestan los sobacos. Es horrible. La dejan a una noqueada", cuenta con risas Paty, bailarina de Las Playas.

La música en este cabaret es menos estruendosa. El lugar está semivacío. Es lunes y sólo hay tres hombres en distintas mesas, seminconscientes por el alcohol. De pronto, el programador de música anuncia: "Aquí tenemos a Paty, chica sexy". La música disco retumba en el lugar iluminado de manera tenue. En el centro de la pista hay un tubo de acero. Paty sale con un atuendo diminuto dispuesta a divertir y entretener a los tres hombres, quienes pese a sus cadenciosos movimientos nunca levantaron la mirada.

Al terminar las tres piezas que ella misma elige, recoge su ropa y pasa al camerino. Se viste nuevamente con un ceñido minivestido de leopardo. Dice que disfruta mucho la danza: "Siempre me gustó bailar. Nunca he ensayado. Las coreografías son espontáneas. No me subo al tubo porque me hago daño. La vez pasada una chica se mató al caer mal del maldito tubo", dice sonriendo esta madre de dos hijos, estudiante de una carrera en sistemas computacionales y diseño gráfico. Su entrega y dignidad en el trabajo es producto de su amor de madre, del compromiso que tiene para criar a sus hijos, frente a un padre ausente: "Es un trabajo como cualquier otro. Yo hago esto para ir pagando mis estudios y deudas. Me traspasaron una casa y hay que liquidar las mensualidades".

Sin querer, Paty revive el miedo y la angustia de aquel 11 de julio del año pasado: "Llegaron gritando: 'encuérense todas, pinches putas'. Nos pusieron de espaldas a la pared allí afuera, como si se tratara del paredón. Entre dos me sometieron. Uno me apuntaba a la cabeza cortando cartucho, y otro me agredía sexualmente. Me metieron el dedo con algo que traían en la mano que me ardía mucho. Fue horrible, tanto que todavía tengo dificultades para conciliar el sueño, a veces tengo que tomar más o menos para poder dormir. Otras veces no duermo más que dos o tres horas diarias. No he vuelto a dormir igual, por las pesadillas. Tengo mucho miedo, incluso cuando veo a alguien de uniforme verde me pongo a temblar."

Fuma sin parar y de vez en cuando da sorbos a una Tecate light. Gana 300 pesos por noche, además de los extras por la venta de cerveza: "¿Cómo se puede olvidar una cosa de esas? Eso nunca se olvida. Eso te queda para el resto de tu vida. Creí que íbamos a morir. Fueron las horas más largas que he vivido. Quería que terminara todo lo más pronto posible", dice al recordar que los militares sometieron ambos cabarets por espacio de cinco horas.

"Son unos monstruos que no tienen sentimientos ni nada", dice Paty mientras se le quiebra la voz. "Llegan con prepotencia. Hombres que por llevar un uniforme abusan de los derechos de cualquier persona. No merecen llevar el uniforme que llevan. Es una ofensa para ese uniforme. No sé si andaban drogados o alcoholizados, pero fueron unos animales, unos salvajes."

De las 13 mujeres, 12 fueron agredidas con penetración vaginal, según los exámenes médicos que también confirman que algunas fueron penetradas con objetos. Siete fueron violadas por vía anal y las otras tres obligadas a realizar sexo oral a los militares: "Hicieron lo que quisieron, hasta que se cansaron y se fueron."

Paty junto con Wendy, Brisa, Malena y el resto han recibido terapia sicológica durante todo este año: "Unas salieron más dañadas que otras, pero a todas nos han quedado secuelas tremendas. Tratarte con prepotencia, amenazarte con una arma, golpes y todo el suceso nos hizo pensar que nos iban a matar."

Las muchachas han tenido que pasar por duras jornadas judiciales en los últimos meses, han soportado careos ruines con sus agresores y repetidas y largas reconstrucciones de los hechos. Dos de ellas decidieron retractarse de sus denuncias, pese a que allí están sus declaraciones preliminares y todos los documentos que acreditan las violaciones sexuales.

Su abogada, Sandra de Luna González, así lo acredita en entrevista: "El delito está comprobado. El juez tiene suficientes elementos para dictar las sentencias condenatorias. Estamos convencidas de que así va a suceder, porque las muchachas, en los careos, en sus ampliaciones de declaraciones testimoniales, donde ha habido más de 100 o 150 preguntas por parte de la defensa de los militares, no han dudado en contestar ninguna y todas han sido coincidentes. Aquí cabe destacar que tenemos el dicho de las ofendidas, hay declaraciones testimoniales de los clientes que acreditan la violencia moral y física con la que llegaron estos elementos del Ejército, y también tenemos los certificados de lesiones. Están las declaraciones de los policías preventivos que también fueron agredidos físicamente por estos militares."

Los ocho militares que permanecen presos gozan de una serie de privilegios que muestran el poder del Ejército. Algunos reciben visitas conyugales sin límite, incluso las esposas disfrutan de largos fines de semana con sus esposos, sin salir de la prisión. También han denunciado que estos soldados gozan de mejor alimentación y condiciones carcelarias, ya que el director del Cereso de Monclova es socio del bufete del abogado de los militares.

"Ellos merecen la pena máxima", comenta Paty sin dudarlo. "Yo lo único que pido es justicia. Necesitamos la tranquilidad de saber que ellos van a quedarse adentro después de todo lo que nos hicieron, aunque totalmente tranquilas nunca más vamos a estar."

¿Qué pasaría si el juez no los condena? Es una posibilidad con la que viven angustiadas las 13 mujeres: "Sería muy malo, porque al rato los militares se van a meter a las casas a violar mujeres. Como lo hacen en Chiapas. Tienen que ponerles un alto."

Los casos de mujeres violadas por militares en la sierra de Zongolica, en Veracruz, de las menores de edad en Michoacán, de las ejecuciones en Sinaloa o los abusos en Oaxaca y Atenco hacen pensar a esta víctima de agresión sexual castrense que urge hacer justicia: "Lo hacen con las indígenas y a veces a esa gente no le creen, pero aquí algunas tenemos escuela y conocemos nuestros derechos. No porque yo sea bailarina y la otra prostituta valemos menos para merecernos esto. Todas valemos."

Las muchachas de El Pérsico y Las Playas temen que los militares no sean sentenciados, porque eso significará que muchos intentarán vengarse por haberlos denunciado. Por eso el sentimiento general, a un mes de que el juez dicte sentencia, es de angustia, miedo, incertidumbre y un insólito sentimiento de nerviosismo.

Enfrente de Paty está Malena, su compañera de pista. Ella fue testigo de todo lo que sucedió hace un año y decidió apoyar a sus compañeras acudiendo al juicio para ofrecer su testimonio: "Fui para que se haga justicia y para apoyar a mis compañeras. Fue algo tan feo que a nadie se lo deseo. La verdad. Pinches militares son unos brutos. Fueron bastante déspotas y prepotentes. En lugar de cuidar las formas. porque traían uniforme, agredieron a todos.

"Los militares se merecen la pena máxima. Eso y más. Pedimos justicia y ojala la ley nos proteja. Es importante castigarlos porque si no van a seguir haciendo lo mismo en todos lados. Ellos no van a parar si no se les castiga. ¿Qué si tengo miedo? Un poquito."

 
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