Ojarasca123  Julio 2007


 

El festival de la Sierra de Radio Huayacocotla

Alfredo Zepeda, Damoxí, Veracruz. Ya se hizo costumbre. El Festival de la Sierra reunió de nuevo a los pueblos, como viene sucediendo desde hace veinte años en la vertiente de cañadas que bajan desde las cumbres de la sierra del norte de Veracruz, hasta los lomeríos de la Huasteca.

Cada año se ofrece como anfitriona una comunidad diferente, a la manera como se organizan los mayordomos en las fiestas del carnaval y de los santos patronos. Esta vez el compromiso correspondió a la comunidad de El Tomate en los altos del Texcatepec otomí, donde crecen los pinos y los oyameles.

El último sábado de mayo, desde la mañana comenzaron a subir por las veredas que trepan desde La Pesma y Cerro Gordo, de Cuayo la Esperanza y Apetlaco, de El Mirador y Chintipán hasta el remanso donde se reparten los solares de la comunidad de Damoxí (El Tomate). Venían de más de treinta comunidades de la sierra de Veracruz y los linderos de la Huasteca, de Texcatepec y Tlachichilco, de Zontecomatlán e Ixhuatlán, Zacualpan y Huayacocotla, hasta completar más de dos mil.

Se juntan en el festival los tres pueblos, los nahuas, los ñuhú (otomíes) y los mazapijní (tepehuas) cuando llega el tiempo de rozar la tierra para sembrar el maíz de temporal, el xopanmili, a últimos del mes de mayo. En el cartel repartido previamente en las comunidades, arriba de la foto de una mujer nahua mirando al horizonte lúcido de la montaña, se escribió el lema de la fiesta: Unidos en el mismo camino y en un solo corazón.

Floriberto Sanjuán de la Cruz, delegado de la comunidad de El Tomate lo explicó al dar la bienvenida: "Últimamente han llegado los vientos que nos dispersan. Los jóvenes se nos van al norte, por tanta necesidad. Los gobiernos solamente nos visitan para dividirnos. De lo único que nos llenan es de abandonos. Pero nosotros estamos vivos. Estamos fuertes y completos de energía. Es lo que estamos sintiendo cuando vemos llegar a tanta gente, a ustedes que somos los tres pueblos, los otomíes, los nahuas y los tepehuas. Y en la mesa de la ofrenda vamos a ir poniendo nuestras mazorcas de maíz, doce por cada comunidad, con los cuatro colores de este alimento nuestro, los de las cuatro esquinas del mundo. Ésa es la señal de que somos diferentes y somos iguales.

"Y como ya se acostumbra" --continuó--, "también invitamos a nuestros hermanos totonacos, los de la orilla del mar, para que nos ayuden con su danza en el palo volador, el tok xini, que era de toda la Huasteca y ahora ellos guardan para la humanidad. Para que se junte el cielo con la tierra, igual que los pueblos nos vemos unidos en este día en un mismo corazón".

Siguieron toda la tarde del sábado y la mañana del domingo la palabra, la danza y la música de viento. El paso ligero de la danza de las mujeres nahuas de Apetlaco, el flotar de los pies de las jóvenes de Cuayo, más solemne, al ritmo nítido de los violines huapangueros. La banda Infantil Juvenil de N´kinhuá y la Renacimiento de Tzicatlán, que apenas estrenaron trompetas y saxofones a principios de año, mostraron que ya la música la traían en el corazón desde siempre. Cada comunidad su mensaje y su símbolo, su cera y su maíz, porque no se asiste a la fiesta sin dejar la huella de una participación.

Todo el festival está significando la unidad, la identidad y la resistencia de los pueblos. Cuando la gente se junta se puede espantar el sufrimiento. La danza y la música, la palabra y la comida compartida por los tres mil que se congregan, dicen que las gentes del oriente quieren darle futuro a esta montaña donde hace mil años los puso juntos el Toteco Toteotzin de los nahuas, el Ojá de los ñuhú, el Kimpai Dios Kan de los tepehuas mazapigní.
 

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