Usted está aquí: martes 17 de julio de 2007 Economía La difícil tarea

DESARROLLO SOCIAL

DESARROLLO SOCIAL

La difícil tarea

Ampliar la imagen Foto: Víctor Camacho Foto: Víctor Camacho

De acuerdo con la ONU, en 1990 más de una persona de cada cuatro carecía de acceso seguro al agua. Para 2015, esa vergüenza sólo será de la mitad si los jefes de Estado mantienen las magníficas promesas que hicieron, en septiembre de 2000, en la oficina central de Naciones Unidas en Nueva York. Las promesas, que también incluyen reducir a la mitad la pobreza y el hambre, educación para los niños del mundo, frenar las enfermedades y librar a las madres y a sus hijos de muertes prematuras, han sido traducidas en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

Es posible lograr que las cosas se hagan, aunque no al ritmo que exigen los ODM. Tomemos a Malí, por ejemplo. Este país sin acceso al mar, asentado en la región Sahel y en el desierto del Sahara, debería ser uno de los países menos prometedores para el desarrollo. Es el tercero de abajo arriba (en el lugar 175) en el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas, sólo por encima de su vecina Nigeria y de la empobrecida Sierra Leona. Sin embargo, los gobiernos occidentales y las agencias de ayuda, sin hablar de Libia, el Banco de Desarrollo Islámico y el Chino, están confluyendo en Malí con grandes expectativas y mucho dinero.

¿Por qué ha generado Malí tanta esperanza, mientras que la cercana Nigeria y Guinea, por ejemplo, provocan simplemente exasperación? Malí tiene un gobierno, conducido por Amadou Toumani Touré, que dedica la mayor parte de sus limitados recursos a lo que se denomina "Lucha contra la pobreza", en vez de malgastarlos en menaje de oficina. El compromiso de Touré es reconocido por los pobladores, que acaban de relegirlo para un segundo mandato.

También ha sido premiado por los donantes. Malí es uno de sólo cinco países africanos que han pasado los rigurosos criterios de la Cuenta para el Desafío del Milenio (MCA), de Estados Unidos, lo cual le reportará 460 millones de dólares durante los próximos cinco años, una enorme cantidad para un país cuyo presupuesto gubernamental es de apenas de alrededor de mil 500 mdd.

Ese progreso continuo complace, pero no satisface, a los guardianes de los ODM, como Jeffrey Sachs, consejero especial de la ONU y abogado incansable de los objetivos. Están poco dispuestos a bajar sus expectativas, y argumentan que los objetivos son semejantes a los derechos humanos, obligaciones solemnes que no admiten transacción. De acuerdo con este razonamiento, las necesidades del mundo en desarrollo se pueden contabilizar, calcularse el costo de las dosis más baratas, y determinarse la factura resultante. Todo lo que resta es que el mundo rico acepte la cuenta, de modo que la salud de un país pobre y los ministerios de educación puedan hacer su trabajo.

Sin embargo, la mayor parte de los ODM no explotan esas fortalezas. Si un país quiere proporcionar educación a sus niños y salvar a sus infantes y madres de una muerte prematura, tiene que reclutar los esfuerzos de miles de profesores, enfermeras y comadronas quienes, en su totalidad, deben ejercer cuidado, diligencia y juicio.

Esta escrupulosidad no es fácil de comprar o importar, excepto en comunidades de escaparate como los Pueblos del Milenio de Sachs, de los cuales hay varios ejemplos muy impresionantes en Malí. En el caso de estos servicios, el vínculo entre gastos y resultados es notoriamente débil.

El éxito no depende tanto de mariscales de campo como Sachs, sino de soldados de a pie como Rita Dana, enfermera auxiliar y partera en el distrito de Bardhaman.

Con mucha paciencia, Rita Dana examina a más de 60 embarazadas al día, las cuales caminan distancias de hasta 3 kilómetros, con dolor abdominal, vómitos o pies hinchados, peligrosos síntomas de hipertensión. Algunas de las trabajadoras se presentan aunque la inundación les llegue "hasta las rodillas", dice Mohammed Hossain, consultor del Unicef, pero quizá una cuarta parte de los centros, añade, no estará abierta cuando se requiera.

Entre más calificado esté un médico, más seguro es que se vaya. El hospital de distrito de Matlab, Bangladesh, cuenta con mesa de operaciones, lámpara, cilindros de oxígeno y una máquina para anestesiar. Todos los implementos llevan etiquetas que los identifican como donativos de EU y están relucientes, en parte porque no se usan. Varios cirujanos y anestesiólogos se han entrenado ahí, pero ninguno se ha quedado. "A menos que les apuntemos a la cabeza con una pistola, los doctores no se quedan", comenta Shams Arifeen, investigador del Centro Internacional para la Investigación de las Enfermedades Diarreicas de Bangladesh.

Los doctores y paramédicos plantean un conjunto de problemas; los pacientes y los clientes otro. Los trabajadores del centro no pueden confiar en que todos acepten sus consejos. Por ejemplo, Farida Yesmin aconseja a una joven madre, la cual espera a su cuarto hijo, sobre la necesidad de descansar y evitar levantar cubos pesados de agua. La madre de una vecina, asomando la nariz por la ventana, ofrece una segunda opinión: "el trabajo nunca me hizo ningún daño", insiste.

Las supersticiones no son las únicas fuentes de competencia. Charlatanes bien surtidos del sector privado son dados a proveer a la gente de lo que quiere -medicamentos, principalmente- y no siempre de lo que necesita. Un paramédico gubernamental, en cuyo escritorio cae agua de las goteras, confiesa que a veces prescribe vitaminas sólo porque sí, pues sus pacientes no piensan salir de la clínica con las manos vacías.

Políticas de caridad

El truco consiste en guiar a la gente pobre para que exija lo que necesita y obtenga lo que demanda. Por ejemplo, un reporte reciente sobre los ODM, realizado por la oficina del Banco Mundial en Bangladesh, elogia los esfuerzos de Gonoshasthaya Kendra (GK), organismo asistencial orientado a la salud, cuyos inicios fueron los de una clínica de campaña que trataba a las víctimas de la guerra de independencia de Bangladesh. Nacido en la batalla, el grupo cree en la "tensión creativa" entre los pobres y quienes les dan servicio. Siempre que alguien muere en la aldea, el grupo lleva a cabo una ceremonia pública post-mortem.El objetivo no es culpar o enjuiciar per se -el enfrentamiento podría alejar al gobierno-, sino recordar a los servidores públicos que alguien los observa, y que los negligentes serán señalados y humillados.

Pero, ¿podrán los donadores cultivar esta forma de llevar las políticas a la localidad? Las propuestas de ayuda no abundan en menciones a la comunidad. Los escépticos opinan que los donadores sólo usan la palabra "comunidad" para ajustar sus proyectos y sus horarios. También les preocupa que ceder el control al pueblo signifique dejar la ayuda en manos de la mafia local.

Quizá lo que los donadores pueden hacer es orar para que evolucionen las políticas más productivas, y entonces apoyarlas.

FUENTE: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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