Usted está aquí: miércoles 18 de julio de 2007 Opinión Tiembla la industria nuclear

Alejandro Nadal

Tiembla la industria nuclear

El terremoto que afectó el lunes pasado la planta nucleoeléctrica de Kashiwazaki-Kariwa, en la costa occidental de la isla de Honshu, en Japón, es un revés importante para la industria nuclear. Quizás dentro de unos días esta noticia ya no ocupe la primera plana de los diarios, pero tenga usted la seguridad de que las implicaciones para la imagen de la industria nuclear serán devastadoras.

La central de Kashiwazaki es la más grande nucleoeléctrica del planeta, con siete reactores de agua hirviente de alrededor de 1.2 megabatios cada uno. El terremoto alcanzó 6.8 en la escala de Richter y aunque no provocó un número de muertes elevado, sí fue lo suficientemente potente como para desatar un incendio en uno de los transformadores eléctricos de la unidad 3 de la central. También ocasionó una fuga de agua con niveles significativos de radiactividad. Los dos problemas, se supone, fueron controlados con cierta facilidad, según el informe improvisado que a toda velocidad emitió la compañía Tokyo Electric Power, TEPCO, dueña de la central (y de otras tres plantas con otros 10 reactores).

Japón es el tercer país en materia de generación de energía nuclear (detrás de Estados Unidos y de Francia). Sus 52 reactores nucleares en operación producen 45 mil 740 megabatios, lo que representa más de 34 por ciento del total de la energía eléctrica consumida en ese país. Pero Japón se localiza sobre cuatro placas tectónicas y es una de las naciones con mayor riesgo sísmico del mundo: un temblor cada cinco minutos en promedio. En 1923, el terremoto de Tokio provocó la muerte de 142 mil personas y se calcula que existe una probabilidad de 90 por ciento de que en los próximos 50 años se produzca otro gran terremoto en esa ciudad. En octubre de 2004, un movimiento telúrico afectó la provincia de Niigata (donde se localiza la planta de Kashiwazaki), causando 40 muertes y destruyendo más de 6 mil casas.

Se supone que la ingeniería sismo-resistente está muy avanzada en Japón, pero frente a terremotos de alta intensidad, aun los mejores edificios pueden sufrir daños severos.

El 17 de enero de 1995 un sismo de 7.3 grados en la escala de Richter afectó Kobe y destruyó buena parte de la infraestructura de ese puerto comercial. Los daños paralizaron las operaciones portuarias durante meses, perturbando el comercio internacional en toda la cuenca del Pacífico, provocando daños económicos astronómicos. No por nada el de Kobe ha sido catalogado como el terremoto más caro de la historia.

Las plantas nucleares no son estructuras fáciles de proteger. La intrincada red de componentes de alta precisión (barras de combustible, moderador, tuberías para refrigerante, agua y vapor, con muchas válvulas y bombas) las convierten en sistemas vulnerables.

El sitio donde se ubica la planta de Kashiwazaki no es muy bueno desde el punto de vista geológico. La planta está construida sobre terreno dominado por arena, con una base de roca sólida a 30 metros de profundidad. Los cimientos tuvieron que penetrar hasta cuatro pisos en el subsuelo, con el fin de asegurar la cimentación y reducir la vibración causada por la resonancia sísmica. Aún así, los reactores de las unidades 2, 3, 4 y 7 fueron afectados con un paro automático (SCRAM, por sus siglas en inglés), en tanto que las unidades 1, 5 y 6 fueron cerradas para ser inspeccionadas. El apagón asociado a los SCRAM afectó más de 21 mil 700 hogares en la provincia de Niigata.

Los primeros informes después del temblor del lunes señalan que se derramaron al mar 100 tambores con desechos radiactivos de baja intensidad. Siguiendo el síndrome de los operadores de plantas nucleares, la empresa TEPCO inmediatamente afirmó que esta fuga no representaba ningún peligro para el ambiente. ¡Cuánta eficiencia cuando se trata de liberar de responsabilidades a la empresa!

La industria nuclear encontró un aliado poderoso en la polémica sobre cambio climático. El argumento es que los reactores nucleares civiles no contribuyen a la acumulación de gases de efecto invernadero (GEI). El lobby de la industria nuclear se ha puesto a explotar vigorosamente esta veta, en su esfuerzo por rescatar su imagen en la opinión pública mundial. Claro que después del descalabro de Isla de Tres Millas y de la catástrofe de Chernobyl, ésa no ha sido una tarea fácil.

La industria nuclear tiene dos talones de Aquiles. El terremoto de Kashiwazaki recuerda el primero: la seguridad de una planta nuclear no puede ser garantizada y como los daños al ambiente y salud humana pueden ser enormes, esta tecnología entraña un riesgo intolerable. El otro punto débil es el de los desechos nucleares. Al final de cuentas, la opción nuclear significa cambiar un contaminante por otro: gases invernadero por desechos tóxicos de alta peligrosidad y de una vida media de miles de años. ¿Cuál prefiere usted?

 
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