Usted está aquí: miércoles 25 de julio de 2007 Opinión Bajo la lupa

Bajo la lupa

Alfredo Jalife-Rahme

¡Impopularidad de la globalización en EU y Europa!, según The Financial Times

Ampliar la imagen José María Aznar le hizo perder la brújula a España, país colonizado financieramente por la banca británica y al que correspondía ser uno de los puentes civilizatorios del planeta José María Aznar le hizo perder la brújula a España, país colonizado financieramente por la banca británica y al que correspondía ser uno de los puentes civilizatorios del planeta Foto: Cristina Rodríguez

El portavoz del neoliberalismo global, The Financial Times ("Retroceso de la globalización en los países ricos", 22/7/07), uno de los periódicos más influyentes del mundo, se asombra y muestra su "profunda preocupación" tras los hallazgos del Instituto Louis Harris, que realizó una encuesta multinacional en cinco países miembros del G-7 (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia) y, de refilón, en España sobre el repudio generalizado a la globalización.

Quienes se han beneficiado mayormente de la globalización exhiben la "terrible revelación", explica De Defensa (23/7/07), centro de pensamiento militar-estratégico europeo con sede en Bruselas: "los pueblos del mundo desarrollado, matriz de la globalización, la repudian en su mayoría".

Los "resultados desoladores (¡súper sic!) son aplicables en EU y en Gran Bretaña, con culturas económicas más liberales, o en las economías europeas continentales más dirigistas", explaya Chris Giles, quien admite que la "globalización es vista como una apabullante fuerza negativa por los ciudadanos de los países ricos que desean que sus gobiernos amortigüen los golpes que, según perciben, han provenido de la liberalización de sus economías al comercio con los países emergentes".

¿Pesa tanto la sombra competitiva del BRIC (Brasil, Rusia, India y China)? Desolado y asombrado, The Financial Times constata que los "ciudadanos de los países ricos se sienten inseguros. Ven la globalización como dañina a sus intereses, y se preocupan por las crecientes desigualdades; se muestran nada impresionados por quienes dirigen las grandes compañías, y desean que los políticos hagan el mundo más igualitario".

Uno de los problemas es que la clase política, con sus justas excepciones, fue desmantelada por las lubricaciones financieras de los ejecutivos de ventas de las trasnacionales y solamente queda como último recurso sanitario que los mismos ciudadanos tomen cartas en el manejo de su destino.

A juicio de Giles, una de las consecuencias será que los "resultados abren el camino a políticos populistas (sic) para obtener el apoyo de la retórica (sic) antiglobalizadora con promesas de mayor control regulatorio de las economías". Comenta que "aunque definir la globalización desafía a muchos expertos, la gente de los países ricos tiene pensamientos lúgubres cuando escucha el término". Resalta que "en Gran Bretaña, Estados Unidos y España, menos (sic) de la quinta parte de los consultados respondió que la globalización era benéfica".

Los extravíos y desvaríos semánticos son ciertos y han alcanzado niveles de trivialización propagandística, como la que ha ejercido tiránica y unilateralmente en los multimedia el neoconservador bushiano Enrique Krauze Kleinbort, quien llegó a perorar de manera descabellada sobre la "globalización de la democracia", una verdadera contradicción, cuando nada es más antidemocrático que la desregulada globalización financiera feudal, modelo eminentemente plutocrático y misántropo.

Más sensato, Giles aduce que los "resultados son preocupantes (sic), ya que la mayoría (¡súper sic!) de los economistas cree (¡súper sic!) que la globalización ha sido estímulo del desempeño económico de los países ricos y pobres por igual (sic)". Esto no es un acto de fe, y nunca tales "economistas" (se ha de referir a la fauna neoliberal) pudieron cotejar sus publicitarios dogmas fundamentalistas con los hechos de la vida real.

Cabe preguntar a sir Chris Giles: ¿para quién son "preocupantes los resultados"? Desde luego que no para los ciudadanos libres, quienes mediante su repudio tienen la oportunidad dorada de imprimir un giro a su destino, secuestrado por la parasitaria plutocracia especuladora y enemiga del bien común, la única beneficiada de un modelo pernicioso, a todas luces depredador y antihumano.

La brecha entre pudientes y desposeídos se ahondó en los países ricos: "más (sic) de tres cuartas partes de los consultados respondió que en cada país (Nota: de los seis desarrollados), a excepción de España, piensan (¡súper sic!) que la desigualdad aumentó".

A España, el medieval Aznarstán (ver Bajo la Lupa, 24/6/07) hace mucho que lo hizo perder la brújula: un país colonizado financieramente por la banca británica, que está a punto de ser regresado a su verdadera dimensión con la implosión de su burbuja inmobiliaria y su paulatina expulsión de los sectores estratégicos en Latinoamérica, como consecuencia del renacimiento nacionalista y la insolente intromisión en sus antiguas colonias. Sin contar sus grotescas aventuras militares con mercenarios latinoamericanos, donde comparte las derrotas de sus amos anglosajones en Irak y Afganistán, la aznarista España medieval ya se querelló con China (¡nada más!), Irán (¡nada menos!) y personalidades de primer nivel de Latinoamérica, región que maltrata como a sus conquistados del siglo XVI, y no se da cuenta que representa un vulgar y decepcionante instrumento del unilateralismo bushiano, que está en plena putrefacción.

La gloriosa España de ayer, hoy totalmente irreconocible y a la que correspondía ser uno de los puentes civilizatorios del planeta, la desfiguró la desregulada globalización financiera feudal.

Amén de la revuelta ciudadana contra los parasitarios ejecutivos que gozan de salarios estratosféricos, lo cual ha incitado a que los ciudadanos de los seis países "apoyen mayores impuestos a quienes más ganan", Giles aduce que "varios estudios de desigualdad intergeneracional muestran que los niños de los pobres serán probablemente más pobres en Estados Unidos y Gran Bretaña que en las naciones de Europa continental". ¿Dónde radica la sorpresa, cuando el capitalismo anglosajón es uno de los modelos económicos más bárbaros conocidos por el género humano?

De Defensa comenta en forma sarcástica que la primera "sorpresa" de la encuesta multinacional es la propia "sorpresa dolorosa" de The Financial Times: "¿Imaginó un instante esa gente (sic) que la globalización era popular con los ciudadanos civilizados?"

La "segunda sorpresa, que no es tal", versa sobre "la evidencia de la impopularidad de la globalización" y las reacciones ciudadanas que se manifiestan en otros ámbitos: "desde el repudio a la guerra contra Irak" hasta el "oleaje de antiamericanismo en el mundo", aprecia De Defensa, que destaca el común denominador de una "identificación del inconsciente colectivo de los pueblos contra los embates destructurantes a su identidad". Uno de los siete pecados capitales de la globalización se fincó en la "negación de las identidades nacionales".

Una "tercera sorpresa, que tampoco lo es", a juicio de De Defensa, que abunda en el "desasosiego" de The Financial Times, radica en que los "pueblos anglosajones no son los últimos en oponerse a la globalización". Sucede que los "pueblos de fuerte identidad" tampoco se identifican con las "orientaciones tomadas por sus dirigentes".

Los resultados de la encuesta multinacional de The Financial Times aportan otra prueba más que consolida nuestra tesis de la desglobalización.

 
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