Usted está aquí: jueves 26 de julio de 2007 Opinión Cinopsis

Cinopsis

Jaime Avilés

Del sospechosismo en Ratatouille

CUANDO TERMINO LA Guerra Civil española y se alzó con todo el poder sobre las ruinas de aquel país destrozado física y moralmente, el generalísimo Francisco Franco implantó numerosos sistemas de control para evitar que "los rojos, los judíos y los masones" se reorganizaran y trataran de tomar revancha. La censura fue, por supuesto, uno de sus mecanismos favoritos para prevalecer. Libros, periódicos, revistas pasaban por los filtros implacables de su dictadura, igual que el teatro y otras manifestaciones de la inteligencia y la creatividad, a las cuales no escapó, desde luego, el cine.

ADEMAS DE CONTAR con la entusiasta colaboración de los curas que se acomedían a recomendar que los feligreses no vieran ciertas películas donde el cuerpo femenino era mostrado con indiscretos excesos -arriba del huesito del tobillo, por ejemplo-, y de prohibir simplemente aquellas cintas que abordaran temas políticos, el franquismo privilegió sobre todo el doblaje de las producciones extranjeras. Con este recurso, mató -a él que tanto le gustaba matar- dos pájaros de un tiro: el problema del analfabetismo, que a la fecha sigue lacerando a lo que ahora es el reino de Juan Carlos I, y las infiltraciones sutiles de ideas consideradas como "peligrosas" para el régimen.

DESDE ENTONCES, Y vayan que han transcurrido ya varias décadas, las películas dobladas se han convertido en un sello distintivo de ese país. En los 70 era risible escuchar a Jane Fonda, disfrazada de amazona del oeste galopando en su potro y diciendo: "Vamos a ese cortijo", con lo cual los millones de iletrados de la época suponían que entre las praderas de Nebraska y los campos de Andalucía todo era más o menos igual. En cambio hoy, bien entrado ya el siglo XXI, resulta desesperante que Johnny Depp tenga que decir con acento gachupín: "Hostia, que me estoy pillando un cabreo...".

NO ES NOVEDAD que en México, desde el año pasado, las nuevas autoridades federales profesan enorme admiración y nostalgia por el franquismo y, en los hechos, como buena o malamente pueden, están tratando de restaurarlo... aquí. Hay a este respecto un terreno en donde se han apuntado notables avances. Me refiero al del doblaje de las películas de dibujos animados que en este verano han acaparado la inmensa mayoría de las salas de exhibición: la tonta, tediosa y prostituida tercera parte de Shrek, y la magnífica y nunca suficientemente alabada Ratatouille, que junto con La vida de los otros compite ya por el título a lo mejor de lo mejor que hemos visto este año.

PUES BIEN, OCURRE que los dobladores de Shrek a alguien se le ocurrió poner en boca del verde ogro del pantano la palabra "tepocatas", que como nadie ignora tiene y mantendrá siempre la firma indeleble de Vicente Fox, ese gran reformador de la gramática por el cual ahora tanta gente dice "las y los mexicanos", sin advertir que el artículo femenino definido del plural "las" no concuerda con el sustantivo "mexicanos". Pero, bueno, peores barbaridas había en el franquismo de antes.

EN EL SEGUNDO caso, lo que ya de plano confirma la filiación panista de los dobladores, la inspirada rata Ratatouille habla de "sospechosismo", el no menos célebre neologismo creado por Santiago Creel Miranda, otra cumbre del pensamiento neoconservador. Lo peor del caso es que las distribuidoras están reduciendo drásticamente el número de salas que proyectan películas en versión original. No se trata de ninguna manera de una cuestión menor. Si en España es casi imposible oír las voces de los actores extranjeros, en Italia está ocurriendo lo mismo. No nos descuidemos porque al rato Robert Downey junior nos va a sorprender diciendo: "No mames, güey".

POR FORTUNA, GRACIAS al fracaso de la estrategia por la cual Shrek y Los cuatro fantásticos invadieron por dos semanas todas las salas del país, los nuevos estrenos masivos, como Duro de matar 4 y la quinta de Harry Potter -al que algunos despistados ya confunden con Beethoven-, ocuparon menos espacio. Sin embargo, para privilegiar la chatarra hollywoodense, los exhibidores apenas le dedicaron unas cuantas pantallas a Los niños de nadie, pese (o más bien porque) reúne siete cortos de siete maestros del cine mundial como Kusturica y Spike Lee, y no obstante que los fondos que se recauden serán para la Unicef. Pero, bueno, los franquistas del Teletón no están para tolerar competidores desleales.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.