Usted está aquí: domingo 29 de julio de 2007 Opinión Eje Central

Eje Central

Cristina Pacheco

Burbujas de champaña

Lucio cumplió la palabra empeñada a sus abuelos: obtuvo el doctorado en economía al año exacto de que ellos habían muerto. Pese a la triste coincidencia, sus padres, Conchita y Macario, le ofrecieron una cena en la que departió con familiares y, sobre todo, con amigos. Entre las felicitaciones y los brindis casi nadie probó el menú planeado por Conchita: crema de espárragos, pechugas en salsa blanca, pastel con helado de vainilla y, al final, sidra rosada.

Los discursos no estaban previstos. Fue don Macario quien golpeó la cuchara contra una botella para solicitar la atención de sus invitados. Entre lágrimas recordó al niño travieso y al joven rebelde que al fin se había convertido en "todo un doctor". Su emoción le ganó aplausos, pero él enseguida pidió silencio: "¿Saben? Lamento que mi hijo no haya elegido la medicina, porque así no tendría que seguir pagando los dinerales que me cobran los médicos por no aliviarme de las reumas".

Nuevos aplausos y carcajadas celebraron la vena humorística de Macario. Lucio sintió que le subía la temperatura y decidió aflojarse la corbata. Los asistentes interpretaron el movimiento como señal de que el doctor iba a tomar la palabra: "¡Que hable, que hable!", gritaron. Lucio se negó, pero ante la insistencia de sus invitados se puso de pie, escanció sidra rosada y levantó su copa. Claudio, su antiguo compañero de la secundaria, le preguntó si pensaba declamar El brindis del bohemio.

Lucio meditó ante la concurrencia, ávida de escucharlo: "Mi querido Claudio, no tomaré prestadas de un poeta las palabras. Hoy me las dictan mi corazón y el recuerdo de dos grandes ausentes: mis abuelos. Hace un año exactamente se nos adelantaron en el camino. No es simple coincidencia. Siento que me demandan elevar el nombre que heredé de mi abuelo, Lucio, a niveles donde pueda ser útil a la sociedad, al pueblo del que orgullosamente formo parte".

La voz se le quebró. Conchita hundió la cara en el pañuelo que alguien le brindó para que derramara su emoción. Conmovido, Lucio fue hacia ella y la abrazó: "Un día esta sidra rosada que tanto nos deleita se convertirá en champaña. Lo juro por mi nombre: Lucio Alcántara Hernández". Su padre lo corrigió: "Doctor, hijo, doctor".

II

Al cabo de diez años Lucio cumplió su juramento. Una vez que tomó posesión de sus oficinas como subsecretario, llegó a casa de sus padres para celebrar en la intimidad su triunfo. Otra vez estuvieron presentes parte de la familia y los viejos amigos, pero la cena se ordenó a un restaurante japonés.

La sorpresa de la noche fue el regalo que Lucio les llevó a sus padres y del que les hizo entrega al comenzar su discurso: "Parece que fue ayer el día en que recibí mi titulo de doctor". Macario quiso repetir la broma que años atrás le había ganado aplausos, pero no llegó más allá de las primeras palabras: "Lo único que lamento es que mi hijo no haya elegido la medicina...", porque todo el mundo estaba ávido de escuchar al subsecretario: "En aquella memorable ocasión prometí que la sidra rosada con que brindamos entonces se convertiría en champaña, y ¡aquí la tienen!"

Lucio levantó la botella de Veuve Cliquot como si se tratara de un cinturón de campeonato. Hubo exclamaciones, aplausos y besos en las mejillas del triunfador. "¡Que la abra, que la abra, que la abra!", pidió la concurrencia. Lucio se dispuso a complacerla: "Les propongo que brindemos por los dos grandes ausentes: mis abuelos". Conchita se opuso: "No, quiero guardar esta botella como recuerdo de la noche más hermosa de mi vida. En este momento, si Dios lo ordenara, moriría tranquila y satisfecha". Los invitados se pusieron de pie y guardaron un minuto de silencio sin apartar los ojos de la Veuve Cliquot.

Consciente de sus nuevas responsabilidades, Lucio se despidió temprano. Todos los acompañaron a la puerta. Conchita lo bendijo varias veces, como si el subsecretario fuera a emprender un viaje al espacio y le prometió no importunarlo llamándolo por teléfono: "Mejor cuando tengas tiempo, nos hablas tú". Macario le hizo una petición: "Tu primo José está sin trabajo. Me pidió que te preguntara si podrías..." Lucio estrenó su perfil magnánimo: "Hombre, claro. Dile que pase a verme a la oficina. Voy a necesitar otro chofer".

Los invitados regresaron a la casa, pero sin la estrella de la noche la reunión decayó y pronto se despidieron. Sobre los muebles quedaron los sushis y los tempuras intocados, en el centro de la mesa la botella de champaña ante la que derramaron lágrimas los dos padres orgullosos de su hijo: "Todo un doctor, todo un subsecretario. Y tal vez mañana..."

Aunque era tarde Conchita decidió ponerse a ordenar la casa: le parecía que la confusión de platos, copas y servilletas no cuadraba con la elegancia de la Veuve Cliquot. Las protestas de Macario fueron inútiles y no tuvo otro remedio que ayudarla hasta que al fin sólo quedaron en la mesa el arreglo floral de aves del paraíso y la champaña.

Aunque fuera el sitio más visible de la casa, la Veuve Cliquot no podía quedarse allí. El matrimonio pasó buena parte de la noche buscándole un lugar adecuado a la que ya era una reliquia. Macario propuso ponerla en una vitrina especial. Encontrarla les llevó dos días. Su colocación implicó varios cambios en el decorado: removieron las fotos de los abuelos, las dos marinas que los custodiaban y el reloj en forma de pez, sólo así quedarían juntos la botella de champaña y el título de Lucio.

III

Atrapado en sus muchas responsabilidades Lucio espació las visitas a la casa de sus padres y las llamadas telefónicas. Conchita y Macario satisfacían su necesidad de contacto mirándolo ocasionalmente en la tele y en los periódicos y contemplando la vitrina donde resplandecía la botella de champaña.

Parientes lejanos y amigos olvidados empezaron a visitar al matrimonio. En otras circunstancias la irrupción de tanta gente les habría parecido gravosa, pero ahora los alegraba porque les permitía hablar de su hijo entre tazas de café soluble y galletas "tipo danés". Macario siempre se las ingeniaba para repetir su viejo chiste acerca de la medicina y explicar el valor de la Veuve Cliquot, que ya era parte de la familia.

Una noche, a deshoras, recibieron la visita de Lucio. Se veía exhausto y malhumorado. Estaba regresando de un viaje y a punto de emprender otro, así que no podría quedarse mucho tiempo. Sus padres lo agobiaron a preguntas que él respondió con vaguedades: "¿Cómo es la oficina del Presidente?" "Cuando asistes a un banquete, ¿no te haces bolas con tantos tenedores?" "¿Tienes novia? ¿Cuándo nos las presentas?" "¿Podrás llegar pronto a secretario?"

Lucio declaró que por el momento no tenía tiempo para mujeres y en cuanto a sus posibilidades de ascender respondió con una sonrisa enigmática, conspirativa. Al despedirse miró hacia la botella: "Se ve rara y no me gusta que hayan quitado los retratos de mis abuelos. ¿Por qué no ponen la Veuve Cliquout en el trinchador?".

Conchita, que sólo aspiraba a complacer a su hijo, en cuanto él se fue acató la sugerencia: las fotos, la marina y el reloj volvieron a su sitio original; en cambio copas y platones salieron del trinchador para dejarle todo el espacio a la Veuve Cliquot. Todo parecía perfecto, excepto el hueco dejado por la vitrina en la pared. Reconocieron que se veía horrible y acordaron llamar a un albañil.

IV

El matrimonio se pasaba las horas ante el televisor viendo noticieros o recortando fotografías que a Conchita le resultaban pequeñas comparadas con el talento de su hijo. Una mañana, al recoger el periódico, se alegró al ver que la imagen de su Lucio abarcaba un cuarto de la primera plana. Su alegría desapareció enseguida: "Subsecretario investigado por malos manejos".

Incapaz de continuar, le entregó a Macario el periódico. Su sonrisa también se desvaneció desde que empezó a leer el artículo donde el reportero aludía a la prepotencia de Lucio y a su afición por restaurantes de lujo, donde era famoso por su abundante consumo de vinos Vega Sicilia y champaña.

Conchita lloró por las que consideraba calumnias. Macario la tranquilizó explicándole que de seguro se trataba de un golpe bajo para impedirle a Lucio el ascenso a la secretaría. Varias semanas sostuvo su defensa frente a los vecinos que llegaban para mostrarles los diarios.

Un viernes por la tarde vieron en un periódico de nota roja la foto de Lucio a plana completa bajo el encabezado: "¡Otro que se nos pela!" Líneas más abajo: "El subsecretario Alcántara Hernández desapareció. Seguirán las investigaciones hasta sus últimas consecuencias. Hay pistas". Macario y Conchita leyeron el resto de las noticias en privado. Al final estuvieron de acuerdo en que su hijo no merecía semejantes calumnias y en previsión de que alguien fuera a su casa para interrogarlos mudaron la botella de Veuve Cliquot al clóset. Allí sigue junto con los recortes que documentan el meteórico ascenso de Lucio.

 
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