Usted está aquí: domingo 12 de agosto de 2007 Cultura Oriente y Occidente, unidos por sus tradiciones líricas

NOCHES DE POESIA EN CURTEA DE ARGES, RUMANIA

Es urgente cantar la poesía, señala el autor Joao Sevivas

Oriente y Occidente, unidos por sus tradiciones líricas

Dedicado al Sol y la Luna, esta edición del festival literario reunió escritores que representan la literatura de dos mundos. Los poetas Tarek Eltayeb, de Egipto, y Tigran Paskevichyan, de Armenia, fueron dos de los ganadores de los principales rubros del certamen

ricardo yaÑez (especial para la jornada)

Ampliar la imagen Joao Sevivas, Sanja Lovrencic, Dorta Jagic, Lisa Mayer, Giovanni Santese y Michaël Glück, poetas que participaron en la undécima edición de las noches de poesía de Curtea de Arges Joao Sevivas, Sanja Lovrencic, Dorta Jagic, Lisa Mayer, Giovanni Santese y Michaël Glück, poetas que participaron en la undécima edición de las noches de poesía de Curtea de Arges Foto: Tarek Eltayeb

Ampliar la imagen Los poetas Tarek Eltayeb, de Egipto; Oleksyi Dorgiy, de Ucrania; Michaël Glük, de Francia, y el periodista Cristian Saban, traductor al rumano de textos de Cristina Pacheco y Coral Bracho Los poetas Tarek Eltayeb, de Egipto; Oleksyi Dorgiy, de Ucrania; Michaël Glük, de Francia, y el periodista Cristian Saban, traductor al rumano de textos de Cristina Pacheco y Coral Bracho

curtea de arges, rumania. ¿Y quién era esa mujer? Desordenado como soy, busco su nombre en los periódicos, en el libro, en el programa, y no lo encuentro. Una mujer robusta, large, lozana, llena de vida. Llena, fue lo que me impresionó, de voz, y de un registro emocional bien manejado; no, no bien manejado, diestramente llevado a la interpretación de emociones ajenas. Una voz poderosa más que potente, que lo era, lo es, una voz que sabía de otras voces lo que esas otras voces se traían entre palabras. Doina, ahora lo recuerdo. Doina, el nombre de por lo menos, según entendí, tres canciones rumanas. Doina, dueña de una presencia que haciéndose sentir se como evaporaba para que en esa evaporación se –también como– precipitase el pensamiento, la idea, el espíritu de la poesía específica que… no, no la decía, la alentaba, le donaba su aliento –que como que crecía a la par que el del poeta interpretado. Doina, ¿sobra decirlo?, leía las versiones al rumano.

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Noches de poesía en Curtea de Arges, su undécimo año. Una organización impecable aun con algunas diferencias de pensamiento, enriquecedoras, entre los convocantes. Como suele ocurrir, algunas de esas noches en las fronteras del programa. La vivida por mí como mejor una en la que se repitió, y luego, en la sesión final, para fortuna de todos volvería a repetirse, la canción Un grito, del muy joven italiano Giovanni Santese, quien por ella se llevó uno de los galardones del festival organizado, con otras instituciones (entre ellas el Ministerio de Cultura, los consejos distrital y municipal de Arges y Curtea de Arges respectivamente, la Casa de la Cultura George Toparceanu, la Unión de Escritores de Rumania y el episcopado de Arges), por la Academia Internacional Oriente-Occidente, que preside el poeta Dumitru M. Ion. La dirección artística del festival está a cargo de su señora esposa, asimismo poeta, Carolina Ilica.

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Un grito, traducido libremente del francés: “Un grito ha quedado en la playa/ Un hombre de corbata lo recoge/ Pero en su mano se disuelve/ Huye hacia otra playa// Mientras que meditaba sobre sí mismo/ Enjugaba las lágrimas de la pesadumbre/ No lejos de un umbral triste/ Ríe orgulloso de ser diferente// No consigue llorar con nadie/ Porque aunque ha estado rodeado de numerosas gentes/ El grito se sentía solo/ Porque al centro del movimiento desvía el vuelo/ Decide acabar su camino/ Al sentir fatal del destino, la palabra no es sino sonido y humo// Instintivamente evitaba todo cambio/ No obstante la necesidad de experimentarlo/ Tiene la impresión de ahogarse/ En la corriente de frases reconfortantes// Y en esta severa confusión/ Rechaza a la chica de los ojos verdes// Cuando quiere retenerla es demasiado tarde/ Zozobra así en la incertidumbre// Algo harto de emociones/ Entreabre sus labios ante otra boca/ Mas se percibe tan vacío como ella sucia/ Sucia de otros gritos de pavor/ Entonces él se impone un corte/ Censurando todas las emociones// Es fría la noche en la playa/ Quizá haga menos frío en el agua del mar/ Convencido decide sumergirse/ Sin duda es la elección mejor// Borrosa la mirada sobre una luna demasiado joven/ Comienza a tragar agua/ Pero un grito lo hace tocar y fuerte fondo/ Y lo devuelve a la superficie// Flotando nuevamente/ Tiene todo el aire de un lamento/ Mas contra ese aire sonríe/ Un músico un poeta o un artista/ Debió llorar en vista de esto// Es difícil ser feliz”.

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¿De dónde volvíamos esa noche? No lo sé. Reviso el programa y veo que de Villa Florica, donde nos atendieron a cuerpo de rey y donde, a la brisa de una luna dorada, Santese había cantado. Antes, los demás también, o casi todos, lo habían hecho, luego de decir un poema, que esta vez no se tradujo, era una tarde/noche de musicalidad. En la cena alguien sacó la armónica y dejó escuchar el Himno a la Alegría. Ya en la terraza del hotel que, jardín de por medio, da al bulevard Basarabilor, –“vieja calle del rey”, según me explicaron–, el portugés Joao Sevivas le pide a Santese que no se lleve la guitarra y al rato me hacen, ellos y el rumano George Mihalcea, bajar la mía. Allí, con la canción del más joven de todos y un poema que fue armando en la marcha (y sobre el cual de todos modos improvisaría finalmente) se decidió un performance donde Sevivas y Mihalcea recitarían, uno en portugués y el otro en rumano e inglés. Allí se lamentaron que en mi muy breve recital de vieja canción mexicana no hubiera incluido Amparo, melodía de un amigo de La Barca, Jalisco, llamado Francisco y apodado El Abuelo, con letra –recortada, pero muy, muy bien– de Federico García Lorca. Claro, la música está estructurada sobre un esquema antiguo, pero es de los 60.

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Joao Sevivas, quien en una dedicatoria afirma: “es urgente cantar la poesía que vive dentro nuestro: Un poeta no hace poesía/ La poesía no se hace/ Se siente/ Y tan poeta es quien escribe/ Como quien siente y ya// No nada más es escrita la poesía/ Si bien puede ser una carta, un testamento/ O letras sólo, meras letras/ Aunque con vida/ Deben tener a diario mucha vida// Llama es la poesía/ Congoja amiga// Que la vida colma de amor y dolor// Mas desde siempre es vida/ Trátese del más simple de los gestos/ O llegue en forma de un poema”.

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Otra noche, la última del festival, se cantó, se bailó. Sevivas tocó, y muy bien, el acordeón, hubo un grupo folclórico, música y danza, que discretamente, para retirarse, fue sacando de sus sillas uno a uno a los poetas, metiéndolos a la coreografía, mientras también uno por uno los bailarines del grupo imperceptiblemente desaparecían. Esa otra noche, ya algo llena de nostalgia, no sé si prematura, me hace pensar en un texto de uno de los poetas más agradables y de mayor edad del festival, Oleksyi Dovgyi, de Ucrania (aquí en versión algo libre, del inglés): “El sol de invierno no dura mucho tiempo,/ Mas ahora, ¡el sol!/ La nieve cayó pulquérrima,/ los árboles han sido tallados contra su claridad,/ el cielo creció profundo,/ los rostros de la gente lucen alegres./ Por doquier: en las manos,/ en las palabras, los contactos, las miradas/ –¡el sol!/ Inevitable, persistente/ rueda en jardines y casas,/ filtra su luz/ por entre la espesura de las ramas/ y penetra/ en la sangre, la carne/ de todo lo que es./ La vida dando/ Sol/ De invierno.”

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Alguien en uno de los viajes (los hicimos a la presa Vidraru, a la Villa Florica, al Castillo Bram) me había dicho que mostraba yo un sentimiento permanente de tristeza, algo así. Fue a la bajada del camión y otra persona de pronto me llamó. No volví a ver al poeta que me había dicho eso. Me pareció exagerado. Pero esa noche, la última, se filmó la celebración y en un santiamén la editaron. Me quedé frío: las únicas dos tomas de mi rostro mostraban la misma expresión, una expresión ausente. Lo curioso es que no, no lo estaba, estaba emocionado, concentrado en la música y danza de este país (danza de evoluciones o giros infinitos, según oí decir más tarde), sólo que involuntariamente (bien a bien no lo sabía, hasta que vi el video) reprimía la emoción. Desde luego que esa efusión se desbordaba o contenía con justeza en los demás. Me avergoncé.

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El poeta, de todos modos creo, vive una sensación de extrañamiento y en ese extrañamiento me parece todos, con mayor o menor suavidad, quizá dulzura, todos estábamos metidos pues, como dice Lucía Olaru Nenati del poeta, es “El que regula la frontera/ Entre el ser y el no ser/ El que sabe verter/ La lluvia del alma de plata sobre nuestros cuerpos/ hasta que el ser y el no ser se difuminan/ El único que llena la mira/ Llegado de ninguna parte/ Pero cuando la arcilla se agrieta/ Se aparta del mundo/ Como lluvia de plata… / La viva escala del follaje de la luna/ Hace brillar su alma”. (En éste y otros textos –inglés y francés– conté para la traducción con la ayuda de Martha Palacios y Antonio Riestra). Otro extrañamiento, también feliz, éste propuesto por Lisa Mayer: “Me conduces encendida/ como un rebaño por el alcor// Ambos hemisferios/ descansan en silente caricia/ para que tenga más amor a la palabra/ que el lugar de su nacimiento// La sombra blanca de las casas/ nos siguen a distancia/ como si fuésemos amantes/ del principio de los tiempos// Plantas/ nueces y moras/ en mi pecho/ una violeta// Salí/ rumbo al mercado/ ofreciendo tu luz/ en manojos y ramos”.

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De la enciclopedia: Arges es un distrito ubicado en la zona centro meridional de Rumania, en la región de Valaquia, al oeste de la región de Muntenia. Tiene una extensión de casi siete mil kilómetros cuadrados. La ciudad de Curtea de Arges (Corte Real), indica la tradición, fue fundada por el príncipe Radú el Negro en el siglo XIII. Historia y leyenda se mezclan en la que fuera residencia de los primeros representantes de la dinastía Basarab, “los fundadores y los legisladores”. El más antiguo rastro arquitectónico descubierto allí data de finales del siglo XII y principios del siguiente. En la primera década del XVI se erigió la iglesia del Monasterio de Arges, único en el sureste de Europa, un monumento original de valor cultural incalculable. “Se dice –leemos en un folleto– que muchos artistas se inspiraron después en su diseño para la construcción de las iglesias más hermosas de los siglos XVII y XVIII, pero sin éxito en cuanto a alcanzar la maestría de su modelo”.

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La leyenda del maestro Manole. Se dice que al construir la catedral del monasterio el alarife Manole veía venirse abajo cada noche lo erigido durante el día. Se preguntó cómo detener el desastre y tuvo la visión de que debía emparedar en el edificio a la primera mujer con que se encontrara. Ocurrió que la suya llegó con el bastimento y la sacrificó. Según me lo contaron, ella imploraba, pedía agua, y el maestro Manole, así me fue relatado, “lloraba y construía, lloraba y construía”.

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Un jurado presidido por Carolina Ilica y conformado además por Horia Zilieru, Ovidiu Ghidirmic, Florentin Popescu, Echim Vancea y Dumitru M. Ion, decidió los premios de la undécima edición del Festival. El correspondiente a poesía internacional, en el que estuvieron postulados asimismo Lisa Mayer y Joao Sevivas, lo obtuvo Tarek Eltayeb, cuyo nombre asombrosamente significa “estrella” (Tarek) y “hombre bueno” (Eltayeb), de Egipto, de quien reproducimos a continuación la primera parte del poema Atrapado en su sombra: “Camino detrás suyo/ atrapado/ en su sombra./ No hago intentos de escaparme/ como él quisiera verme./ No miro/ al que viene a nuestro encuentro/ y nos saluda.// Furtivamente, doy un paso afuera/ del lienzo de su sombra./ El sol quema/ y retomo mi lugar.// Pero ahora he visto/ lo que él ha ocultado,/ lo que, caminando adelante de mí,/ no ha mencionado/ a pesar de sus muchas palabras/ que me ha impedido/ ser reconocido por mi sol.// Me rebelo contra/ la frialdad de su sombra,/ contra la oscuridad./ Doy un paso hacia el sol./ Allí permanezco/ hasta que él desaparece/ con su sombra…”

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De la terna compartida con Oleksyi Dovgyi y Marlena Braester, de Israel; Tigran Paskevichyan, de Armenia, se alzó con el premio europeo de poesía: El arte de escribir una carta (se advierte que para evitar confusiones donde el autor había puesto diagonales nosotros pondremos guiones): “En lontananza vive una mujer,/ y aquí están los colores vacíos.// Los colores tienen/ –naturalmente–/ bóveda y paredes.// En las paredes hay puertas.// En las puertas, cerrojos/ –picaportes diversos, chapas–.// Tras las puertas cuartos/ –vacíos o casi–.// Casi porque/ hay una mesa en cada pieza.// Y en cada mesa/ vino y manjares a elegir/ –se diría llegados de otras partes–.// Y si los colores no se acaban/ es tiempo de escribir/ “Te abrazo…”,/ tiempo de doblar la hoja,// tiempo de ponerla en el sobre/ y de pasarlo por la lengua,/ tiempo es de cerrarlo,/ y de decirse que el mundo ciertamente es virtual.”

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El premio de poesía de los Balcanes lo obtuvo Dorta Jagic, de Croacia: Literario, sólo literario: La noche previa al examen/ de místicos cristianos/ sueño que en el cuerpo negro de san Agustín/ vuelo a través del espacio, buscando estrellas,/ especialmente supernovas./ De repente doy con una estupenda atrás de mí/ era Greta Garbo,/ y con un guiño escribe en mi mano:/ estuve siempre tan lejos de la tierra,/ aun si quemaba fuera tanto tiempo ha/ la arena de luz todavía llueve en ti…/ y muy feliz de conocer a alguien de la tierra/ me ofrece una botella de leche materna/ secretada por su mamá,/ la gran Alfa Centauro.

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Radu Carneci, de la Fundación Nacional Bvoare para la Protección de la Naturaleza y las Artes en Rumania obtuvo el gran premio de literatura rumana (no hay ternas en este caso): “Tu silencio parecido al cielo mudo, parecido/ a mares presintiendo la tormenta, parecido a montañas/ después de la nieve, parecido a bosques borgoñeses/ parecido a grandes silencios boreales// Tu silencio parecido a volcanes en espera/ parecido a brasas de roble no abatido, parecido/ a pájaros, a piedras después del amor/ parecido a los grandes silencios boreales// Tu silencio, vastas llanuras esperando la lluvia/ silencio de semillas enamoradas/ silencio de los grandes silencios boreales// Tu silencio, mi silencio, nuestro silencio,/ el mío, el tuyo, el nuestro, sin límites, donde dios/ desciende, no será sino un silencio infinito...” Y Michaël Glück, de Francia, fue nombrado nuevo miembro de la Academia Oriente Occidente: “la luz cae/ en nuestros ojos/ nosotros tenemos/ el cielo a la inversa/ al fondo de nuestro cráneo// la boca abierta/ escupimos/ la sangre de nuestras mil y una noches/ tenemos entre los dientes/ trozos de manzana ácida// la tinta bajo la lengua/ gusto de eclipse// un ojo es sol negro/el otro es rojiza luna o/ monóculo de nostalgias// en cada uno de nosotros/ esa doble quemadura.

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La 11 edición del festival estuvo dedicada al sol y la luna, y dentro de la actividad editorial de la academia, que tiene una amplia colección de títulos, se publicó la antología correspondiente. Imposible dar cumplido reconocimiento aquí a la labor de todos y cada uno de los participantes. Baste decir que la introducción corre a cargo de Carolina Ilica (de quien asimismo se inauguró dentro del festival una exposición de poemas y bordados, El libro de lana), que en el índice aparecen 41 poetas, que en el transcurso del festival se invitó a algunos más a aunarse a la fiesta de la palabra y que algunos nombres de los traductores de la antología son Victoria Milescu (poeta), Olimpia Iacob, Cocoa Soroceanu, Laurence Traiger, Odette Jurca, Andreea Olaru Cervatiuc, Constantin Frosin, Adam J. Sorkin y Alexandru Pascu. También entre otros en el volumen aparecen los poetas Grigore Grigore, Lana, Lida Sherafatmand, Mardena Kelmendi, Ivan Esenski, Najet Adouani, Gheorghe Paun, Dimitris P. Kraneotis, Myumyum Tahir, Vitore Stefa Leka, Aleksandar Milosevic, Luis Gerardo Mármol Bosch, Hadaa Sendoo, Paul San Petru, Sanja Lovrencic y Robert Stallaerts. El festival se llevó a cabo del 18 al 24 del pasado mes.

 
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