Usted está aquí: domingo 12 de agosto de 2007 Política Robos en las islas Marías tras arribo de reos mexiquenses

Las únicas rejas están en las casas, para evitar hurtos

Robos en las islas Marías tras arribo de reos mexiquenses

GUSTAVO CASTILLO GARCIA

Ampliar la imagen Jorge Hernández, El Guamas, el recluso con más años en las islas Marías Jorge Hernández, El Guamas, el recluso con más años en las islas Marías Foto: José Antonio López

Isla María Madre, Nay. Salir de la isla, dicen, es el sueño de todos; la gran mayoría lo hará y sólo uno tal vez no, porque aceptó la culpa de delitos que no cometió en momentos en que había estado a meses de recobrar su libertad.

El caso de Jorge Hernández, El Guamas, representa una cuestión diferente a todas en este archipiélago, porque prefrió hace años convertirse en "pagador" a vivir en otro sitio, llegar a otro penal donde estaría entre rejas, sin posibilidades de caminar en un parque o jugar pelota libremente, estudiar si lo desea, pero lo más importante, perdería su imagen de personaje destacado, histórico, y también desaparecería el respeto que ahora le tienen sus compañeros en la parte firme de estos muros de agua, como llamó José Revueltas a las islas Marías.

En esta prisión hay 936 hombres y mujeres que esperan el día de su liberación, tomar el belleto (barco) que los lleve de la isla María Madre a Mazatlán "para reiniciar su vida", luego de haber purgado, como la mayoría, condenas de 10 años o más, principalmente por delitos contra la salud, aunque también hay muchos que cometieron homicidio o ilícitos de los llamados patrimoniales, como fraude.

La colonia penal Islas Marías representa hoy la posibilidad de una readaptación social, de educarse y prepararse para una nueva vida, afirman los directivos del centro, pero para los internos también es una cárcel como todas, porque aunque no estén en una celda con rejas, las ventanas de sus casas tienen barrotes para evitar robos; hay "padres" o "padrinos", personas con mayor capacidad económica que otras, y que pueden darse algunos lujos; en el penal también existen sustancias que supuestamente no deberían, pero se consiguen a cambio de dinero.

Las islas Marías, dicen, es un lugar "muy seguro y tranquilo". Pero en esta prisión que se localiza en aguas del océano Pacífico, frente a las costas de Nayarit, no todos los visitantes pueden platicar con los reclusos, desaparecer de la vista de los custodios y funcionarios del centro penitenciario siquiera un instante. A decir de algunos lugareños, desde hace unos meses, casi desde que llegaron reos de los penales mexiquenses Neza-Bordo y Barrientos, la situación se ha ido transformando, ha habido algunos robos.

Sin embargo, para Celina Oceguera Parra, titular del Organo Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) federal, de los 936 reclusos hay 25 internos (2.5 por ciento del total de la población penitenciaria) que no se han adaptado y por lo tanto deben regresar a su cárcel de origen, tras haber cometido robos y otra clase de delitos que provocaron su constante envío a lugares de castigo: La Borracha o La Marina.

Esta isla-prisión es como un pueblo alejado de cualquier ciudad, pero con playa, embarcadero, restaurantes, auditorio y aeropuerto (una pista de aterrizaje), y a pesar de ello las calles están sin asfalto. Existen pocas tiendas y en ellas no se puede comprar huevo, azúcar o fruta; todos son productos controlados por las autoridades.

No hay farmacias, ni una sola, tampoco cantinas, pero hay medicamentos que se pueden conseguir, igual que en otras prisiones, "por una lana". Lo mismo ocurre con las bebidas embriagantes, que aparentemente no se consumen, pero hay turbosina, una especie de licor que se obtiene de la fermentación de frutas o semillas. Medio litro vale entre 120 y 160 pesos.

Hay talleres de bicicletas, el único transporte autorizado para los internos; también talleres de artesanías, en las cuales, en algunos casos, tienen impreso o grabado el logotipo de Islas Marías: Universidad del Crimen.

Aunque para muchos esta es la isla del encanto, como la canción que interpretaba Celia Cruz, o casi un paraíso, es a final de cuentas una prisión, en la que se debe pasar lista tres veces al día, cumplir con la melga (fajina o labor penitenciaria asignada) y aceptar sin remilgos que tanto internos como sus familiares de visita o estancia permanente en la isla deben encerrarse en sus casas a las nueve de la noche, porque hay toque de queda y nadie que no sea custodio o marino puede deambular por los caminos de terracería que cruzan de extremo a extremo este pedazo de tierra firme en medio del mar.

Charly, Carlos Manuel Mena Domínguez, asegura, como la mayoría, que es inocente de los cargos que se le imputaron. Es un indígena yucateco que fue aprehendido en Quintana Roo, afirma, por "no hablar inglés, ya que un gringo le dijo a la policía que yo lo había llevado a conseguir droga". Su deseo "es salir dentro de cuatro años" para seguir con su actividad anterior: conductor de taxi.

El Guamas es el hombre más conocido. El personaje que puede contar casi todo lo sucedido desde hace 39 años en esta prisión a cambio de un refresco, una comida o un varo. Jorge Hernández enfrenta una condena de 94 años; ha purgado más de 38 en las islas; antes estuvo en el castillo negro de Lecumberri. Es un ícono de este penal.

"Cuando uno llega aquí todavía se es agresivo, no se sabe conducir uno, cree que todo es igual que en las otras prisiones, pero no, aquí, de entrada, a un nuevo no lo dejan hablar con otras personas distintas a las que lo acompañaron en el viaje. Una vez que te hacen estudios y ven que no eres peligroso, entonces ya te bajan al resto de la población. Aquí es chido, ahora no me iría a otra cárcel, y cuando salga regresaré a mi tierra a trabajar, no a vengarme de quienes me hicieron esto. Aunque debo reconocer que hice cosas malas", afirmó Rabel López Héctor, un indígena mixe.

Ahora que funcionarios federales realizaron un recorrido por la isla, Celina Oceguera supo del caso de Francisco Fandiño, quien lleva más de nueve años preso en la isla y nunca desde su ingreso ve a sus hijos, los cuales, dice, fueron abandonados por su esposa y se encuentran en una casa hogar. Pidió que le permitan, por lo menos, que lo visiten, "aunque sea sólo eso, o si se puede, que los dejen estudiar aquí".

En esta isla-prisión no todo es la historia de cada interno, sino también sus hermosas playas, las cuales ahora no pueden visitar porque un recluso se ahogó cuando buscaba pescar para comer.

Así es esta prisión, a diferencia del siglo pasado, cuando se convirtió en una institución de "exilio para personas que se consideraban un riesgo social o para el régimen del momento".

 
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