Usted está aquí: lunes 13 de agosto de 2007 Opinión Apuros capitales

León Bendesky

Apuros capitales

Los susurros de una crisis se hacen cada vez más audibles. Los apuros financieros provocados por la insolvencia de los deudores en el mercado de los créditos hipotecarios de alto riesgo en Estados Unidos van en aumento. Otra vez el eufemismo de la exuberancia irracional parece venir al caso, como llamó Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal, a la causa del anterior episodio de especulación con la acciones de empresas de tecnología que reventó en 2000.

La especulación financiera es innata al capitalismo. Se deriva del papel central que desempeña el dinero en este sistema económico al ser la expresión predominante de la riqueza, pues es el equivalente general de todas las mercancías, la medida y la reserva de valor.

La historia económica es pródiga en ejemplos de especulación con toda clase de productos que, cuando suben los precios, son fuente de ganancias extraordinarias (más allá de lo que es normal). Es más, se puede especular incluso con las expectativas de ganancia que nunca llegan a realizarse, como ocurrió en Inglaterra en 1711 con las acciones de la Compañía del Mar del Sur.

Debido a las redes de las transacciones financieras, la especulación, como la actual de los préstamos hipotecarios, se transmite entre distintos mercados. La posibilidad de una crisis cuando se crea una burbuja especulativa que se expande hasta desbaratarse, se asocia con lo que se llama una sequía de liquidez, lo que no quiere decir otra cosa que desaparecen los compradores.

En una primera instancia faltan aquellos que compran las casas mediante las hipotecas, debido al aumento de los precios que se provoca por la expansión de la demanda en el mercado inflado por el crédito. Luego, por consecuencia, faltan los compradores de los mismos créditos en el mercado secundario donde participan los bancos y otras instituciones financieras.

De modo que los constructores se quedan con casas que no pueden vender, las hipotecarias se quedan con contratos que no pueden cobrar, y los bancos y casas de inversión se quedan con títulos financieros asociados con las operaciones hipotecarias de los que no pueden deshacerse. De este modo, las deudas entre todos estos participantes del mercado se van quedando sin saldar y eso hace que estalle una crisis.

Como lo que falta es liquidez, término económico que se vincula con el dinero necesario para saldar transacciones en un mercado determinado, en este caso el de bienes raíces, entonces los bancos centrales, que son por definición los prestamistas de última instancia en el sistema financiero, tienen que proveer de liquidez (dinero) para evitar que se precipite la crisis.

Eso es precisamente lo que han hecho en los días recientes la Reserva Federal y el Banco Central Europeo. Pero es muy probable que la situación se agrave de modo tal que esa medida terminal de la política monetaria sea insuficiente. De ahí puede seguir una recesión, o sea, un menor gasto en inversión y consumo que, a su vez, impacta las corrientes del comercio y de los capitales.

No debe perderse de vista que además de todo el asunto técnico involucrado en el funcionamiento del mercado hipotecario y sus articulaciones con el resto del sistema financiero está, sin duda, lo que Keynes llamó los "espíritus animales". Son esa parte del comportamiento que no puede definirse ni medirse, pero que determina finalmente el resultado basado en la configuración de las expectativas. Aquellos que busquen reducir las pérdidas esperadas tienden a vender sus acciones y otros títulos y contribuyen a que se desate una crisis.

Ahí estamos ahora. Pero las burbujas especulativas y la exuberancia irracional no surgen de la noche a la mañana, se van conformando a lo largo del tiempo hasta que suele ser demasiado tarde para frenar la crisis: el ajuste del comportamiento de los agentes del mercado. Mientras se puede especular, como se hizo con los créditos hipotecarios y con los precios de las casas, unas ganancias se van realizando en tanto otras están en proceso de realizarse, pero cada vez en un entorno más frágil debido a la disminución de la calidad de las operaciones de crédito.

Aunque los créditos de mala calidad (conocidos como subprima) representan sólo una parte menor del mercado hipotecario, sus dificultades se extienden a lo largo del sistema y ponen en evidencia la estructura general de los riesgos. Desde agosto de 2005 había advertencias públicas sobre los riesgos de la especulación inmobiliaria. Pero ¿quién quiere oír planteamientos lúgubres en medio de las ganancias fáciles?

Las crisis financieras son recurrentes y su esencia básicamente es siempre la misma. La globalización no contribuye a contenerlas, al contrario; véase si no la secuencia de burbujas especulativas desde la década de 1970, especialmente en México. Pero aunque los mecanismos son identificables y los procesos pueden seguirse a partir de cierta fase de su desenvolvimiento, el ansia de ganancias fáciles, la avaricia, es lo que predomina. En todo caso, la especulación y las crisis asociadas con ella son fascinantes por el modo en que operan los mercados, en que actúan los responsables en las grandes empresas y los bancos, y la forma en que las exponen sus inacabables acólitos.

 
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