Usted está aquí: lunes 13 de agosto de 2007 Opinión La Bastilla de las palabras

Hermann Bellinghausen

La Bastilla de las palabras

Mientras los políticos, los intelectuales y los columnistas de prensa y televisión se llenan la boca con la palabra “democracia”, ésta es cada vez más pobre, descompuesta, mercantilizada y canalla. En todo caso la “democracia” como la entienden ellos. Ya para qué abundar en el circo y fraude de 2006. En la represión brutal, ilegal e impune de un año para acá. En los partidos camaleones que entre más avanza su “democracia” más se parecen entre sí y menos gente vota por ellos.

Lo reciente: el tongo en las elecciones locales de Oaxaca con un abstencionismo que ni con los trucos que se saben los priístas lograron disimular, y el duelo de hienas para gobernar Baja California. Es la democracia de estos días. Nada que ver con la perorata justificatoria de los intelectuales del régimen, desde una ceguera de clase que por supuesto niegan.

Los comicios legales se han convertido en pasaporte a la impunidad para delincuentes. En Oaxaca como en Tijuana, Los Pinos y San Lázaro, se agencian fueros con cargo al presupuesto. Es el caso de la ex procuradora ulisista en los momentos más álgidos del movimiento que aún sacude a Oaxaca, Rosa Lizbeth Caña Cadeza; candidata plurinominal, para no errarle, pues tiene cuentas pendientes con la justicia.Y no por las mentiras descaradas que emitió desde aquel puesto, sino por los hechos delincuenciales de los que fue corresponsable. Hubo muertos, golpeados, torturados, sabotaje de Estado.

La visita de máximo nivel de Amnistía Internacional sólo acrecentó el clamor de que los atropellos recurrentes obedecen a una política federal, no a un “descontrol” por incompetencia, ni las limitaciones que impone el federalismo (¿de cuándo acá?), como se justificó el gobierno calderonista. La justicia en México apesta en su trato a los movimientos sociales, los pueblos, los sindicatos y cualquier otra chusma; en la impunidad policiaca y de sicarios, mientras cae todo-el-peso-de-la-ley para los inconformes y hasta los meros pobladores de territorios codiciables que el mercado vacía de cualquier identidad colectiva.

Lo de Baja California fue alarmante, aún para los niveles históricos que lo “alarmante” ha alcanzado entre nosotros. Dos figuras dominantes del naufragio del PRI, hechos a la corrupción impoluta (hasta se les atribuyen muertes), La Maestra y el Zar de las Apuestas Legales, se disputaron la puerta de entrada y salida del país, la ruta de todas las rutas. El grupo Atlacomulco perdió en su audaz intento de asaltar el gobierno bajacaliforniano con un candidato tan impresentable y alarmante como la ganadora alianza de ex priístas y panistas que se la pasan dándole para atrás a la soberanía nacional.

Como diputados, gobernadores, presidentes, jefes policiacos o jueces, se van cubriendo las espaldas mientras hacen negocio y se asocian con el crimen organizado. La matazón entre cárteles es un inconcluso ajuste de cuentas de los poderes que se disputan las plazas. Partidos, familias, empresas, funcionarios se funden con capos y mafias, y se hacen más vulnerables a los halcones de Washington que ven la suya como nunca antes desde que se llevaron California, Texas y anexas.

En una disociación asombrosa, los que promueven el espíritu de la “democracia” y predican a la izquierda que se civilice, sacan sus polendas académicas, de prestigio intelectual y presencia mediática para defender del “enemigo” sus negocios, los de sus socios y del gobierno, sin mencionar siquiera la desviación represiva del sistema, la impunidad de ligas mayores que reina, la profunda desigualdad social que hace que para la mayoría de los mexicanos resulte irrelevante quién gobierna si, literalmente, todos son lo mismo y pasarán sobre ellos cuando se les pegue la gana.

Los intelectuales del régimen gastan sus municiones en burlarse de alguna izquierda naca o de anacada, y entre menos “politicen” o “socialicen” sus parrafadas, más tranquilos darán sus dentelladas de amargura y arrogancia, y como las lanzan desde arriba, las hacen parecer chistosas. Entre ellos se las ríen. Con un aparato de instituciones, medios virtuales y de producción, fuerza disuasiva y poder económico, la “democracia” y las “elecciones” que hoy avergüenzan al país son un cascarón vacío.

Es sabido que la democracia puede ser de otras maneras, con ejes de legitimidad y consistencia ética. Si no llegamos allá, nos alcanzará el totalitarismo del mercado. “La democracia liberal va rumbo a una forma de dictadura corporativa. Esto significa un cambio histórico y no se debe permitir que los medios sirvan de fachada para ocultarlo; por sí solo se ha convertido en un asunto popular y candente, y susceptible a la acción directa”, afirmó el periodista y documentalista australiano John Pilger en reciente entrevista con Amy Goodman. Recordó a Tom Paine, el único miembro no francés de la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa, quien advertía que “si se niega a la mayoría la verdad y las ideas de verdad, vendrá el momento de tomar por la fuerza la Bastilla de las palabras”. Para Pilger, “ese momento llegó ya”.

 
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