Usted está aquí: lunes 20 de agosto de 2007 Opinión Mar de datos

León Bendesky

Mar de datos

En semanas recientes se han advertido las consecuencias del nuevo ciclo de expansión del crédito en Estados Unidos, ahora en el mercado hipotecario. El asunto se centra en el segmento de los préstamos de baja calidad que fueron creciendo al amparo de la especulación durante la etapa del auge de la construcción de viviendas.

En la etapa de corrección, como se le llama en los altos círculos financieros de los gobiernos al ajuste post especulativo, lo que prevalece es la gran fluctuación en los precios de los valores en los mercados, especialmente el de acciones. Es en ese mercado donde se expresan los estados de resultados de las instituciones hipotecarias, muchas ya quebradas, de las empresas de la construcción, las que producen y venden materiales y la red de proveedores y, finalmente, los demás bancos que soportan toda la estructura del crédito.

En el mar de datos que hoy se genera a diario no hay forma de apreciar una tendencia clara del comportamiento de los mercados, los resultados de las jornadas de transacciones bursátiles son erráticos. Los primeros en abrir diariamente en Asia marcan algunas tendencias que se comunican de modo muy rápido por la interconexión electrónica.

La confianza de los ministros de Hacienda de varios países, no se corresponde con la alarma que se percibe entre los operadores del mercado y en los bancos con fondos cada vez más riesgosos. La evidencia de que las cosas no están tan sólidas como algunos pretenden es que la Reserva Federal redujo el viernes 17 de agosto en medio punto porcentual las tasas de interés a las que presta dinero a los bancos con problemas. Esta medida no se tomaba desde el ataque a Nueva York en septiembre de 2001.

Esta es una decisión de emergencia, de eso no cabe duda, que indica la gravedad del problema. Pero no deja de llamar la atención que la variación en esa cantidad el precio del dinero sea una de las muy pocas medidas disponibles que el banco central más importante del mundo tiene para afrontar una crisis financiera de gran magnitud y cuyos efectos se podrían transmitir por todas partes.

No puede dejarse de advertir que la economía es una disciplina muy rudimentaria cuando se trata de los asuntos que parecen estar en el Olimpo de las altas finanzas, pero que afectan a la vida cotidiana de la gente que puede perder el empleo, la pensión y reducir su nivel de consumo. Y todo ello en el marco de un sistema económico de alcance mundial que se caracteriza en esta fase de su desenvolvimiento por provocar una creciente desigualdad social. Las crisis son siempre procesos de redistribución de los recursos de unos grupos y empresas a otras, en los que necesariamente se involucran los recursos públicos en manos del gobierno.

No hay modo de saber hoy si la acción de la Reserva Federal será bastante para contener el severo ajuste financiero que puede aún darse. Junto con el Banco Central Europeo han puesto más dinero a disposición de los bancos para sortear esta etapa de fragilidad. Puede no ser suficiente y no hay mucho más que puedan hacer.

En el mar de datos económicos y financieros no hay tampoco evidencia de que la economía mexicana mejore su desempeño. Los cambios que se requieren están lejos de ser siquiera planteados por este gobierno, como tampoco lo fueron en los dos sexenios anteriores.

La estabilidad de los precios sigue agarrada de condiciones externas: los ingresos petroleros o la contención de los réditos en Estados Unidos. En ambos casos la situación es precaria y no podrá durar mucho más. Esta semana el precio del dólar, que es la verdadera ancla contra la inflación, subió 11 centavos en su cotización oficial. Sobre la productividad y la inversión, que son los sustentos claves del crecimiento y la estabilidad, no hay planteamientos serios en la política fiscal y monetaria. La pasividad es notoria y la reforma fiscal que se está promoviendo es una reacción parcial ante las grandes distorsiones tributarias y sus resultados esperados son, en el mejor de los casos, muy pobres para aliviar la presión financiera que hay sobre el Estado y fomentar el aumento del nivel de la actividad productiva.

Ni el Ejecutivo ni el Congreso están enfocados en el problema del crecimiento, el empleo y la redistribución del ingreso. Otros asuntos les parecen más importantes y se alejan cada vez más de lo que pasa en las calles. ¿Será otro de los efectos de la transición? De ser así es bastante perverso.

En este entorno ha provocado alguna sorpresa la reciente información de la Cepal sobre las expectativas de crecimiento en América Latina. Este año México se ubica en el último lugar, y para el entrante sólo estará por encima de Haití y Paraguay. Pero no debería sorprender. En la economía mexicana no hay ninguna fuerza interna que provoque el crecimiento y la muy alta concentración del ingreso es un elemento adicional de estancamiento que ya se ha hecho crónico. La economía se nueve por una fuerza inercial cuya aceleración es cada vez menor.

 
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