El Estado ofensivo

Al final, lo que más duele a la gente es que le falten al respeto. Y eso es precisamente lo que ha venido sucediendo en este país "gobernado" por una derecha ignorante, desordenada y voraz que se comporta como si estuviera sola y su lógica de comercio depredatorio fuera la única lógica posible.

A los mexicanos el poder nos despoja, reprime, expulsa, saquea, mata, etcétera. Pero primero que nada, no nos respeta. Se burla de nosotros, un nosotros muy vasto donde cabemos casi todos; no el poder, pues nos niega. A esos arriba simplemente les valemos. En las ciudades, las costas, las fronteras, los campos y los campus, que un mexicano sea el hombre más rico del mundo según el oráculo de Forbes no nos vale. Nos ofende.

Mientras gobernaba el PRI, era vox populi que lo gobernantes eran ladrones. Respiraban con la picaresca del manco Álvaro Obregón, su padre: que si una mano roba menos que dos, que si son irresistibles los cañonazos de 50 mil pesos. El cinismo era un realismo. Había una institucionalidad sin embargo, que no pertenecía sólo a los políticos del gobierno y sus parientes; provenía de la Revolución mexicana y nos pertenecía a todos. Ellos la necesitaban para legitimarse, aunque fuera nada más para seguir robando.

Los gobiernos del PAN, en cambio, han resultado más bien asaltantes. Sobre todo con Calderón. Su primer asalto fue la elección misma. Y así se han seguido. La institucionalidad se desmorona. La desmantelan y venden a espaldas de la gente. Ahora sí quién va a creerles. Por eso necesitan el Ejército en las calles y las policías hasta la cocina.

Se ofende a la gente, sus luchas, sus vidas productivas, sus costumbres, historias y compromisos comunitarios. En Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz (y así nos seguimos, de la A a la Z de la República). Mancillan a mujeres y hombres las policías --de municipales a federales--, los delincuentes a quienes se adula llamándolos "crimen organizado", los tribunales electorales, agrarios y judiciales. La marabunta de reidores diputados nomás va endosando esas fechorías mientras cede ante Televisa, Monsanto, Bank of America.

Las aguas y suelos de Morelos, la voz y la autodeterminación de la Montaña de Guerrero, la defensa de la tierra y el territorio en la selva Lacandona, las Huastecas, las sierras Huichola y Tarahumara, los valles y costas de Sonora. La minería asfixia a Torreón (Peñoles) y San Luis Potosí (Minera San Xavier). La industria desaforada ya envenenó Salamanca, Minatitlán, Nuevo Laredo. La gran novedad de los neoliberales son Chichén Itzá Inc. y la condena a muerte lenta y cruel de la educación pública, la seguridad social, los derechos laborales y agrarios.

Bajo nuestras narices pasean, lavan y orean miles de millones de dólares que serán de Melón o de Sandía pero como sea entre ellos quedan. Nos los restriegan. No les importa que no les creamos. No les interesa lo que pensamos. Van tras la ganancia, el más vulgar profit del capitalismo mundial (el primer esquema de pensamiento en la Historia que no considera al futuro, más allá de los réditos de ésta inversión o aquella guerra). En México, el poder sólo así ve las cosas, ya sin pretender alguna grandeza de estadista. Pasamos del Presidente al Gerente, y de ahí al Liquidador.

Arriba se carcajean del hartazgo profundo y sólido del pueblo oaxaqueño. De la ofensa pública que significan la pederastia encubierta por la Iglesia católica y la pedofilia encubierta por gobernadores como el de Puebla. Del insultante poder paralelo del narco y las mafias que controla estados enteros como Tamaulipas o cuerpos policiacos en Monterrey, Acapulco, Tijuana, Uruapan, Caborca y donde sea.

Ofensa tras ofensa. Por todas partes la gente se inconforma y opone, propone otros modos, construye y trabaja con absoluta seriedad y compromiso. Ni siquiera la dignidad de los que resisten inspira respeto a los señores de las procuradurías y los bancos, a los mandatarios peligrosamente ridículos de Jalisco y el Estado de México, a los hijos de la expresidenta.

Que sea la tendencia mundial de los gobiernos neoliberales no consuela de nada. La acción de los asaltantes es impune, progresiva hasta donde la depredación aguante, y en la medida de lo posible (pues no somos un pueblo tonto), manipuladora.

Las personas más respetables y dignas de este país, pueblos enteros, pertenecen a la "chusma numérica" que el poder escarnece con sus abusos. El Estado y los dueños del capital nos ofenden cada día más.
 

umbral



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