Usted está aquí: martes 21 de agosto de 2007 Ciencias Educación hoy

Javier Flores

Educación hoy

Ampliar la imagen Impulsar la educación de los jóvenes es el camino para abatir las desigualdades, es la forma en la que México puede contar con los cuadros calificados para enfrentar con éxito los retos que plantean las economías basadas en el conocimiento. Es lo que puede garantizar un futuro digno para millones de mexicanos Impulsar la educación de los jóvenes es el camino para abatir las desigualdades, es la forma en la que México puede contar con los cuadros calificados para enfrentar con éxito los retos que plantean las economías basadas en el conocimiento. Es lo que puede garantizar un futuro digno para millones de mexicanos Foto: María Meléndrez Parada

La mejor opción que tenemos es la educación. No hay otro camino. Veámoslo desde dos escenarios: Si aceptamos que la desigualdad es el más grave problema de nuestro país, o bien, si consideramos la inserción de México en el mundo actual, las respuestas pasan inevitablemente por el sistema educativo. Entonces, estamos en serios problemas. El gobierno de Felipe Calderón no da las respuestas adecuadas ante estos desafíos. Le importan poco o nada. Los mexicanos no podemos permanecer impasibles ante las políticas que ignoran las necesidades nacionales. Algo hay que hacer, cuando además se trata de un gobierno carente de legitimidad. Calderón no puede ocultar que nos lleva a la ruina, él lo sabe, también lo saben los intelectuales que lo han apoyado, todos lo sabemos. Sin avances en la educación vamos hacia un precipicio.

No me voy a quedar en los lugares comunes de culpar a la maestra Elba Esther Gordillo, símbolo de la tragedia y degradación educativas. La culpa es de todos por permitir que esto suceda. México no se lo merece. Somos como una especie de hacienda porfirista, que para su funcionamiento tiene que apoyarse en la ignorancia de los peones, que deben servir a un patrón, rico e ignorante. Así es como nos ven quienes hoy nos gobiernan, así es como quieren que permanezcamos, para continuar impunemente con el saqueo de nuestros recursos naturales, con la explotación de los más pobres. Esta es simple y llanamente nuestra realidad… O una parte de nuestra realidad.

La mejor forma de combatir la desigualdad es la educación, ¿por qué? Porque es una de las vías –de eficacia probada por generaciones– para ascender en la escala socioeconómica. Cada familia lucha por que sus hijos estudien la primaria, secundaria y preparatoria, sueña que algún día serán abogados, médicos, ingenieros o arquitectos, ofrenda la vida en este propósito, son más sabias que nuestros gobernantes.

Todos queremos lo mejor para nuestros hijos. Pero las puertas están cerradas a nuestros sueños. Hay miles de estudiantes rechazados. Dígase lo que se diga, esto es una tragedia para México. Cómo es posible: jóvenes que desean estudiar y que son empujados a la nada. ¿Qué clase de país es aquél que abandona a sus jóvenes? Es inaceptable, por falaz, el argumento de que se formarían ejércitos de desempleados. Los mejor preparados pueden inventar o crear sus propias fuentes de ingreso en mejores condiciones que los que se encuentran al margen del conocimiento.

México no tiene la posibilidad para brindar cobertura educativa a los jóvenes que lo solicitan en los niveles secundario y terciario, y al mismo tiempo es incapaz de alcanzar los niveles que se necesitan para enfrentar los requerimientos de una economía globalizada. Parecería que estamos en un callejón sin salida… Pero no todo está perdido.

La semana pasada fuimos testigos de una imagen notable y esperanzadora. Un gobernante legítimamente electo, acompañado por el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Juan Ramón de la Fuente, y por el director general del Instituto Politécnico Nacional, Enrique Villa Rivera, anunciando un programa que beneficia a los estudiantes de bachillerato en el Distrito Federal. Es una imagen más fuerte y digna que cualquier fotografía del gabinete presidencial. Los representantes de las instituciones educativas y científicas más importantes del país, que son parte esencial de nuestra historia, saben exactamente qué es lo que hay que hacer para sacar al país de la postración. Impulsar la educación de los jóvenes es el camino para abatir las desigualdades, es la forma en la que México puede contar con los cuadros calificados para enfrentar con éxito los retos que plantean las economías basadas en el conocimiento. Es lo que puede garantizar un futuro digno para millones de mexicanos.

El programa que puso en marcha el gobierno del DF, que encabeza Marcelo Ebrard (por conducto de Axel Didriksson, su secretario de Educación), no es cualquier cosa. Se otorgan becas y otros estímulos a los estudiantes de bachillerato con el objetivo de que concluyan satisfactoriamente sus estudios. Es apenas una parte del programa educativo en la ciudad de México; lo que viene es el bachillerato universal, es decir, que todos los jóvenes (sí, todos) puedan estudiar la preparatoria, con el apoyo de la UNAM y el IPN mediante el uso de las nuevas tecnologías.

El gobierno de Felipe Calderón va por su lado, dando palos de ciego, sin saber qué hacer en materia educativa, o mejor dicho, haciendo lo que sabe: destruir el futuro. El problema es que comienza a perfilarse una asimetría, pues mientras en el DF se avanza con pasos firmes, en algunas regiones de la República la educación vive una de las peores tragedias.

La educación produce hombres y mujeres libres, mientras que la idea de la hacienda porfirista apunta hacia una nación de esclavos.

 
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