Usted está aquí: lunes 27 de agosto de 2007 Política Estimado señor Marcelo Ebrard

Aline Pettersson

Estimado señor Marcelo Ebrard

Le dirijo estas líneas porque yo, como usted, estoy preocupada por nuestra ciudad. Esta ciudad nuestra inabarcable y heterogénea. Y no puedo permanecer callada ante asuntos que nos conciernen a todos.

Le comento también que sé que usted no ha sido ciego a la injusticia lacerante que nos rodea. Usted fue votado para un puesto de gran magnitud y busca caminos para la ciudad y sus habitantes. Por eso le escribo.

No entiendo la imposición del Hoy no circula los sábados, cuando se demostró antes que la gente no descartaba sus coches viejos. Estos eran compartidos por familia y amigos. Y circulaban varios días de la semana para subsanar el día vetado a sus vehículos más nuevos. Y, así, la ciudad se llenó de más humo. Usted declaró que, “pese a lo controvertido de la medida”, ésta va a ser instalada de nuevo. ¿Por qué? Créame que no lo comprendo, cuando ya demostró su ineficacia. ¿Por qué hoy va a ser diferente? ¿Qué gana la ciudad con ello, que circulen más coches contaminantes el sábado? Si se tratara de una primera vez habría el beneficio de la duda, ¿pero a sabiendas?

Por otra parte, el nuevo Reglamento de Tránsito busca paliar problemas y hacer más conscientes a los defeños de sus obligaciones cívicas. Soy la primera en celebrar medidas que nos beneficien a todos. Sin embargo, le sugiero que un día de bici, la deje de lado y aborde un taxi. Pregúntele al conductor qué opina, vale la pena. No sé a usted, pero a mí me estrujan las respuestas, porque la intención puede ser inmejorable, pero, ¿y la corrupción en la oficina que atiende a los taxistas? “Señito” –me dicen– prefiero dar una mordida”. Y luego narran su respectivo calvario. Es decir, repito de nuevo aquí que tenemos una lacra de mucho tiempo. La corrupción vertical en la que todos incurrimos y que se vuelve horizontal. Se me ocurre pensar que, ya que la solución es tan a largo plazo, la rigidización de las medidas debería ser paulatina para que éstas puedan ser asimiladas y obedecidas. No hay generación espontánea y tanto los conductores como los policías seguimos siendo los mismos.

Y ahora llego a otro punto espinoso: la Torre del Bicentenario. Sé que el INBA declaró al edificio que ocupa el predio, donde se piensa construir la torre, un sitio protegido, y yo le comento que el edificio me parece horroroso. Pero si se le adjudicó hace ya tiempo un valor urbano, me parece también que debería ser respetado. Nuestra ciudad ha ido perdiendo construcciones señeras (aunque, en mi opinión, ésta no lo sea), pero si hay expertos que investigan y clasifican, que saben de qué hablan, debería acatarse su dictamen. Sería un buen ejemplo para todos nosotros.

Más allá del edificio en cuestión, yo le pregunto, ¿qué es lo que vamos a celebrar? Nuestra Independencia y la lucha que buscó remediar la injusticia que prevalece en la población. Pero la injusticia ha crecido y crecido, pese al millón de muertos de la Revolución, ya no hablo de los de la guerra de Independencia. Y ahora las diferencias económicas son más abismales.

¿Cree usted que construir un edificio que aloje a la gente de dinero, por muy bello que sea el proyecto arquitectónico, es la mejor opción? ¿Qué le dirá este edificio a la inmensa mayoría de los habitantes de la ciudad y del país? El Angel es un monumento al que pueden acceder todos. ¿Será éste el caso de la Torre? ¿O será que los albañiles solamente estarán en ella mientras la construyan?, ¿pero y después? Un trabajo temporal no me parece la mejor forma de celebración. ¿Celebración del poder del dinero o de qué? Y luego una edificación como puerta de entrada a la zona de la oligarquía. Quiero decirle que no es que yo pretenda solidarizarme con ella. Pero no deseo coronar el aniversario con el lujo de un edificio que se va a comer terrenos del Bosque de Chapultepec, que va a arropar a los magnates, que va a entorpecer más el flujo vehicular… Sí, el de los carrazos, pero también el de los camiones que transportan a los trabajadores a sus puestos. ¿Cuánto tiempo más le llevará a la secretaria, al jardinero, al empleado, a la cocinera? ¿Será que, con contemplar la Torre del Bicentenario desde la ventanilla polvosa del transporte público, se darán por bien servidos con el monumento? ¿Será?

 
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