Usted está aquí: jueves 30 de agosto de 2007 Opinión Después del huracán Dean

Alfredo Zepeda*

Después del huracán Dean

Después del paso del huracán Dean, la televisión resalta los destrozos en Mahahual y el ayuno turístico de los que buscan playas y palapas en las zonas de hoteles y restaurantes de la Riviera Maya. Las cámaras muestran los ríos desbordados en la Huasteca.

Alberto Cárdenas hace el recuento de las pérdidas de los productores agroindustriales del plátano en Tlapacoyan. Las bellas plantaciones de las empresas son ahora el espectáculo de la destrucción. Unos productores se repondrán con el seguro y otros modificarán las cifras de las ganancias esperadas. En todo caso ellos se encuentran cerca de las oficinas en las que se gestionan los apoyos del Fondo de Desastres Naturales (Fonden).

Pero pocos se acercarán a las lejanías de las cañadas de la sierra madre oriental, donde viven los indígenas nahuas, otomíes y tepehuas. Una vaga noticia habla de ríos crecidos en Huehuetla y en Ixhuatlán de Madero. Los daños por el volumen de lluvias no son allá los más importantes. Lo que angustió el corazón de los indígenas desde que se supo que Dean entraría al sur de Tuxpan fue el temor a los malos vientos, los xentzó dahí, como les llaman en otomí.

Los otomíes de Texcatepec, al igual que los tepehuas de Tlachichilco y los nahuas de Ilamatlán, en Veracruz, colocados por el INEGI en el rango de los 100 municipios más márginados del país, habían sembrado su maíz de autosubsistencia por el mes de junio con el sistema colectivo de mano vuelta, entre 5 y 15 cuartillos. La siembra se realiza en un solo día con la ayuda de un grupo de compañeros de la comunidad. En los días subsiguientes, cada uno trabajó su mano vuelta en la siembra de las parcelas de los demás. Son entre 15 y 20 días de trabajo sin descanso. Ese trabajo en común, que se desarrolla como rito sagrado, es el que va a asegurar la alimentación de cada familia, desde octubre, cuando madura el maíz nuevo para la fiesta de Todos Santos, hasta la siembra del año próximo. La siembra de maíz es tan importante que no se hacen cuentas en dinero, ni se miden las horas de trabajo. Porque es el modo probado por siglos para asegurar la vida.

El huracán Dean caminó con paso acelerado y cruzó en poco tiempo a desbaratarse en el centro del país después de inundar Tulancingo, pero sus ráfagas de viento llegaron hasta la sierra norte de Veracruz, tumbando las milpas que ya empezaban a anunciar los elotes para el mes de septiembre. Desde los bordes de las montañas los indígenas contemplan cómo la esperanza de la cosecha del maíz, su alimento indispensable, se transmutó en el fantasma del hambre para los meses que se vienen.

Los habitantes de esas sierras, apartados de la vista de los gobiernos, habían sufrido el embate del huracán Diana en 1991, del Gert en 1993 y, en los últimos años, la lluvias retrasadas de octubre que derrumban sobre las brechas los montes sobrecargados de agua. Dean cruzó ahora por donde se entreveran los estados de Puebla, Hidalgo y Veracruz, por lo más intrincado y excluido de las cañadas de la sierra oriental. Los indígenas saben de entonces que los planes DN-III y las “ayudas de emergencia” llegan primero con delgadas láminas de cartón, con cobijas de baja calidad y con despensas para un par de días. Después de llamadas de auxilio se aproximan los trascabos a destapar los caminos más precarios, como hace semanas en Eloxochitlán, luego de la tragedia. La reposición del maíz perdido no llegó nunca. Hace diez años la gente tuvo que gestionar arduamente con el Programa Mundial de Alimentos su derecho a la sobrevivencia.

Los indígenas temen que, después de que las máquinas remuevan las rocas de los caminos, los gobiernos se retiren a olvidarse de la tragedia que para las comunidades indígenas significa quedarse sin maíz. Mayor es el temor de que la ayuda llegue como migajas de la miseria o, peor aún, que se vista de rojo para lucrar votos en los días electorales que se aproximan.

Los campesinos otomíes de Texcatepec calculan que cada familia necesita al menos una tonelada de maíz para su alimento, sin contar el de los animales caseros. Para el total del de las comunidades de ese solo municipio serán necesarias 2 mil toneladas, estimando apenas 3 kilos de maíz diarios por familia. Maíz de calidad, se entiende, no como el que estaba vendiendo Diconsa, con una porción de polvo, a 4 pesos el kilo. Esas mismas cuentas se pueden proyectar a los municipios vecinos.

En esos términos se ha de pensar si se quiere hacer efectivo el derecho a una alimentación digna y a la justa participación de los recursos para desastres. De otro modo, los pueblos indígenas de esas sierras se encontrarán entre la espada de las carencias vitales y la pared que levanta Bush en las fronteras de Arizona.

* Comité de Defensa de Derechos Humanos de la Sierra Norte de Veracruz

 
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