Usted está aquí: viernes 31 de agosto de 2007 Cultura El Quijote y el tiempo

José Cueli

El Quijote y el tiempo

El Quijote nos evoca la manera de funcionamiento del inconsciente y el mecanismo de la figurabilidad en la formación del trabajo del sueño.

“El miramiento por la figurabilidad o el cuidado por la representabilidad es una función que lleva a cabo la transposición de los pensamientos en imágenes, fundamentalmente visuales, permutación de la expresión lingüística por medio de un desplazamiento a lo largo de la cadena asociativa. El desplazamiento se consuma, por regla general, siguiendo esta dirección: una expresión incolora o abstracta es trocada por otra figural y concreta”.

Si bien el descubrimiento del inconsciente y la monumental obra La interpretación de los sueños fueron las genialidades de Freud, la de Cervantes en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha fue la de ser capaz de fraguar una novela en imágenes, lo cual, al igual que el sueño, da paso a múltiples lecturas e interpretaciones. Lectura donde lo trágico se devela como única verdad universal y necesaria, capaz de deslizarse y sortear cualquier vano y equívoco intento de racionalización; lecturas que llevarán inevitablemente el estigma del drama de la realidad, de la totalidad escindida, magistralmente captado por la mirada de Francisco de Goya en el contraste entre luz y sombra, vida y muerte, comicidad y tragedia.

En el sentido literario y filosófico, María Zambrano define la novela de la siguiente manera: “Si la tragedia es hija del conflicto entre los dioses y las leyes primeras, la novela sería hija del conflicto entre la conciencia, el cuento, ya puramente humano”.

Según la filósofa española, el hombre nunca se resignó a renunciar al paraíso. Por tanto, la novela sería el género que más se acerca a lo humano. Si tras la expulsión del paraíso y permaneciendo en condición de humanos (que no de dioses), la novela, tan cercana a lo humano, lógicamente iba a desplegarse, a decir de Zambrano, en la fría claridad de la conciencia. Y así, el Quijote muestra huellas cartesianas. Sin embargo, no se resigna a su destino y se inventa, se escribe y se sueña a sí mismo.

Por tanto, la máxima ambigüedad humana se encuentra recogida en la novela y oculta para la filosofía; la ambigua acción de inventarse a sí mismo. En ella el hombre se confunde con su sueño. Exquisitez cervantina para plasmar la ambigüedad. Traspaso del tiempo, permutación de espacios que recuerdan algunos postulados de la matemática moderna: el teorema de Godel y los indecidibles, postulan la verdad, sin embargo, son indemostrables; o las leyes con respecto a los agujeros negros que postulan que el espacio vacío está lleno de pares virtuales de partículas y antipartículas. Ellas se crean juntas, se separan y cuando vuelven a juntarse se aniquilan.

En presencia de un agujero negro, uno de los componentes de un par virtual puede caer en el agujero y convertirse en una partícula real. El otro puede escapar de las cercanías del agujero negro. A su vez, los agujeros de gusano podrían ser capaces de proporcionar un atajo para saltar entre dos regiones distantes de un espacio-tiempo casi plano. Genialidades de Hawking comparables a la genialidad freudiana y a la genialidad cervantina. En esencia, traspaso del espacio-tiempo.

En Cervantes, mientras en el mundo de la fábula y la fantasía el hombre interviene en un tiempo, asimismo actúa en un tiempo que traspasa, cual viajero a través de uno de los agujeros de gusano descritos por Hawking. Don Quijote juega a inventarse a sí mismo, identificarse con su ensueño mientras se vislumbra como enajenado por querer ser él mismo al adueñarse de su propia ambigüedad. A decir de Zambrano, su esperanza se resuelve en el delirio. Si se logra ese intento, la novela no comportará una condenación, será el punto en que coincidan filosofía y poesía. Si las cosas son tales, ¿no podrá ser entonces el espacio sicoanalítico un espacio delirante y poético?

 
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