Número 134 | Jueves 6 de septiembre de 2007
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Director: Alejandro Brito Lemus

NotieSe

La libertad de elegir cómo protegerse

La libre decisión de no tener relaciones sexuales es lo más seguro para prevenir el VIH/sida. Pero la fallida palabra “abstinencia” deja de lado la libertad y remite al sacrificio que expía el pecado. En este texto, la editora de la revista británica Reproductive Health Matters, Marge Berer, habla sobre las políticas de prevención basadas sólo en abstinencia y su fuerte liga con la agenda conservadora del gobierno de Estados Unidos y del Vaticano.

Por Marge Berer *

El lema que bien podría derrotar a la epidemia de VIH es “No al sexo sin condón”, ¿pero alguien defiende hoy al condón? Existe una investigación internacional fuertemente financiada para el desarrollo de medicamentos antirretrovirales y vacunas contra el VIH, e incluso microbicidas, pero no hay en lugar alguno un defensor bien financiado para los condones, ni siquiera un representante de tiempo completo en el Programa Conjunto de la Naciones Unidas para el VIH/sida (ONUSIDA).

Este texto es una respuesta a la poderosa campaña contra la salud pública y contra los derechos sexuales y reproductivos que dirigen los líderes de la derecha religiosa, el presidente estadounidense George W. Bush y el papa Benedicto XVI, cuyas políticas satanizan las relaciones sexuales, haciendo del condón un símbolo de las mismas. Es importante cuestionar estas políticas sexuales ya que amenazan con socavar todos los logros en la promoción de un sexo más seguro y en el control de la epidemia del VIH.

El sexo es el meollo del asunto —¿quién lo practica, con quién, qué tan temprano en la vida, y qué acceso tiene a los medios para practicarlo en forma más segura? Desde un punto de vista de salud pública, no importa —ni puede importar— quién tiene sexo con quién, o a qué edad lo hace. Importa más bien reconocer que casi todo mundo tendrá sexo en algún momento, y estar seguros de que cuando lo tengan sea por elección propia y dispongan de los medios, conocimientos y habilidades para negociar con su pareja una forma segura de hacerlo.

¿Sirve prevenir el pecado?
Al hablar de mensajes sobre sexo, habría que dividir a la gente entre quienes quieren tener sexo y quienes no lo desean. No tener sexo es obviamente algo seguro, y por supuesto merece ser promovido. ¿Pero de qué forma? Hay mucha gente en el mundo a la que el sexo no le gusta demasiado, pero que se siente presionada para tenerlo (por sus parejas, por amigos), o sienten que se les vería como incapacitados si no lo tienen. No les vendría mal un apoyo para no tenerlo o para posponerlo hasta que decidan otra cosa. ¿Pero cómo habría que redactar esos mensajes de apoyo?

“Abstinencia” es un término desafortunado. Tiene sugerencias religiosas y de sacrificio, quiere decir contenerse, no ceder a la tentación, no pecar. No habla sólo de no tener sexo; tiene connotaciones anti-sexo. Esa es la clave del porqué los programas de sólo abstinencia no funcionan por mucho tiempo, si es que acaso funcionan. Se les presentan como sermones a mucha gente que en realidad desea tener sexo hoy, la semana próxima o tan pronto como aparezca alguien interesante o disponible.

Para quienes no desean tener sexo, he aquí algunos lemas: Si no quieres tener sexo, qué bien, ¡no lo tengas! o Si no quieres tener sexo, dilo —y di no. Estas frases no llevan el mismo mensaje que “Abstente de tener sexo”, y no sólo son importantes para la gente joven y soltera. Existen personas de todas las edades, y esto incluye a gente casada o alguna vez casada, que preferirían tampoco tener sexo —y no hablo sólo de mujeres.
Para quienes no quieren tener sexo, no es necesario pedirles que se tuerzan a sí mismos hasta volverse nudos, ni tampoco hacer que se sientan mal al respecto, cosas que la religión tradicional y los padres acongojados saben hacer muy bien. En lugar de eso, ¿por qué no ensayar una política sexual diferente, con una visión positiva hacia el sexo, y con mensajes de sexo más seguro que promuevan el bienestar y la salud sexual?

¡No a la “abstinencia”!
¿Qué significa exactamente abstinencia? ¿Quiere decir sólo “no tener relaciones sexuales”? ¿Tampoco besar? ¿Y qué sucede con las caricias y el contacto corporal? Besar y tocarnos son dos prácticas sexuales seguras, y las practicaron muy extensamente gente de mi generación con un efecto excelente. Fue antes de la aparición del sida, pero no teníamos acceso a la contracepción antes del matrimonio. Temíamos un embarazo y queríamos, más que nada, experimentar con el sexo. (Había condones, naturalmente, pero no eran para niñas ni para niños buenos.)

Los besos y los tocamientos no se les considera, según sospecho, abstinencia, no sólo porque son parte de la resbaladiza cuesta hacia la relación sexual, sino porque con ellos se admite que la gente tiene deseo sexual y desea expresarlo. Por ello, “abstinencia” significa sin duda no tener sexo, incluso si deseas tenerlo, y de ser posible forzarse uno mismo a no tener sensaciones sexuales, supuestamente para evitar estar deseoso todo el tiempo. ¿Adolescentes sin deseo sexual? La frase, incluso, suena a contradicción.

Algo muy diferente a no estar preparado o preparada para tener sexo con otra persona. Mi madre me enseñó a no tener sexo antes del matrimonio, pero también me dijo que acudiera primero a ella en caso de que necesitara un aborto. ¿Por qué habrían de ser diferentes los jóvenes hoy en día? Desde un punto de vista de salud pública, recetar “abstinencia” equivale a una sentencia potencial de muerte para cualquiera que desee tener sexo, en caso de que se le retiren, a cualquier edad, los medios —condones, por supuesto— para tenerlo con seguridad.

Promover la “abstinencia” significa promover la virginidad y la pureza. La política sexual del señor Bush y del Papa adopta una lógica que pudiera ser la siguiente: “si escoges el sexo (el pecado), serás castigado, y lo habrás merecido, pero te vamos a perdonar y trataremos de aliviar tu sufrimiento, del cual esperamos puedas aprender algo”. De este modo, Bush se niega a financiar medidas para los abortos seguros, pero en cambio financia los tratamientos por complicaciones graves por abortos inseguros. De modo similar, no da recursos para el trabajo de prevención del VIH que enseña a la gente joven cómo tener sexo más seguro, o les proporciona condones, mientras que sí gasta en tratamientos antirretrovirales para quienes ya se infectaron con el VIH.

Hablemos ahora de un término extraño que hace su aparición en la literatura sobre la abstinencia: la promoción de la “abstinencia secundaria”. Su significado semeja una suerte de segunda oportunidad para aquellos (jóvenes, otra vez) que se han apartado del camino correcto y que todavía pueden salvarse si se detienen a tiempo. Pero, veamos, siempre ha sido posible tener sexo y detenerse un rato, o un largo tiempo, sin sentir que se deba seguir teniendo sexo siempre una vez que se ha comenzado. No es algo que la gente no pueda controlar —incluso los hombres. Una vez más la pregunta es la siguiente: ¿qué cosa quieren? Aquellos que deseen promover una política sexual favorable al sexo ¿podrían abstenerse de usar este lenguaje?

El dinero de los poderosos
Las campañas de sólo abstinencia no surgen, sin embargo, únicamente de la política sexual de los hombres blancos. Son también un problema de los gobiernos africanos que luego de recibir enormes cantidades de dinero del Plan de Emergencia del Presidente de Estados Unidos para la Emergencia por el VIH/sida (PEPFAR, por sus siglas en inglés), han delegado su responsabilidad de trabajo de prevención del VIH, en organizaciones católicas y cristianas de cuyos servicios de atención a la salud a menudo ya dependían. Como lo señalan Gill Gordon y Vincent Mwale en su artículo de la revista Reproductive Health Matters: “Las organizaciones basadas en la fe siempre han luchado por conjuntar su misión moral y la necesidad de proteger la salud y la vida, atendiendo la realidad de la vida sexual de la gente”.

En el pasado, sin embargo, los grupos basados en la fe asumieron sin reservas y permanentemente el papel de proporcionar atención y apoyo a las personas con VIH/sida y a sus familias, y lo han estado haciendo de manera formidable. Con todo, cediendo tan venalmente como todos los demás a la tentación de los dólares de la prevención de Bush, muchos (por suerte no todos) han adoptado la educación basada sólo en abstinencia, disfrazándola de prevención del VIH. El dinero de Bush les facilitó las cosas, los exentó de promover la educación integral en materia de sexualidad, destrezas y formas de relacionarse en la vida, pidiéndoles que promovieran la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad después de él. Sin embargo, en cuanto las cifras de incidencia y prevalencia del VIH empiecen a surgir, en particular entre esa gente joven a la que supuestamente están “salvando”, se verán obligados a reconocer su propia complicidad y no será cosa fácil.

Mientras tanto, el fracaso de los gobiernos y otras organizaciones civiles para garantizar una educación integral en sexualidad y la promoción del uso de condones sólo merece una condena. Hay evidencias en Estados Unidos de que los programas que promueven sólo la abstinencia han fracasado y no han demostrado eficacia en el retraso del inicio de las relaciones sexuales. Con todo, esta evidencia cae en oídos sordos entre aquellos cuyo propósito es promover la moralidad de la virginidad, dado que para ellos la evidencia de salud pública no cuenta.

El problema para el resto de nosotros es qué hacer con la creciente hegemonía de las campañas que promueven sólo la abstinencia. El financiamiento del PEPFAR para el tratamiento con antirretrovirales está prolongando vidas en los países que lo han aceptado. Sin él mucha más gente estaría muriendo. Como sucedió con la regla de engaño global de Bush, que consistía en quitarle dinero
a los servicios de aborto seguro, la mayoría de las organizaciones se tragaron sus principios y aceptaron el dinero. La filosofía de Bush, “bombardéalos o cómpralos”, parece ser efectiva. La única alternativa posible es que otro dinero y otra política sexual, más positiva al sexo, abran una brecha y ocupen de nuevo el espacio público. Sólo cuando aquellos sexualmente activos dejen de pensar que en realidad “la abstinencia es mejor” y empiecen a creer que el sexo es bueno, e incluso mejor, cuando es seguro, podrán predominar las exigencias de salud pública.

* Fragmento del editorial “Condoms, yes! ‘‘Abstinence’’, no”, de la revista Reproductive Health Matters, número 28, noviembre de 2006. Publicado con autorización de los editores. Traducción: Carlos Bonfil.