Usted está aquí: sábado 8 de septiembre de 2007 Cultura Marginación al alza

José Cueli

Marginación al alza

Un desarrollo sin justicia, con un gigantismo urbano, no porque la ciudad llame sino porque el campo expulsa y el desempleo se incrementa, agregado a una falta de oportunidades y al avance de la tecnología que desplaza obreros es fórmula de marginación. Consecuencia de la explotación, inscrita en un primer plano, en lo económico, pero cuya solución es además de económica, social, política y cultural, sólo será posible a partir de condiciones concretas del potencial humano.

La marginalidad, que crece con cifras alarmantes, simboliza la incapacidad de un sistema y la pobreza de las medidas, para enfrentar el crecimiento desmedido y caótico de la urbe con carencias de todo tipo y con los lamentables viejos vicios (a la alza) del centralismo, la corrupción y el autoritarismo.

La información sobre el problema es amplia, pero insuficiente; más que datos requerimos de estrategias reales y factibles (¡pero ya!), que integren a los marginados; de una nueva óptica para investigar el problema que fije la referencia desde esta población (que representa a millones de individuos) y no desde la movilidad de criterios exteriores, que giran y giran confundiendo la observación y la capacidad de entender. Para complicar el problema de comunicación, debe apuntarse la convergencia en México, de Méxicos divergentes.

El país es un mosaico de culturas con diferentes tradiciones y lenguas que contribuye a la imposibilidad de comunicarnos, como nuestra geografía por sus interminables montañas hace difícil o muy costoso el tránsito por el país y la vinculación y relación entre los mexicanos.

Los numerosos grupos atrapados en la marginación comparten su miseria, pero resultan al mismo tiempo extraños los unos para los otros. Su posibilidad de relacionarse será mediante la miseria compartida, del rechazo de que son objeto que afrentan y quiebran sus valores. Pérdida de todo lo aprendido y la búsqueda forzosa de una nueva seudoidentidad en el refugio del tugurio, que es un cartón petrolizado o una coladera, o la intemperie con unos cuantos cartones encima, donde se viven relaciones incestuosas, drogadicción, abortos, muertes infantiles, violencia y criminalidad. Pero que le da al menos la ilusoria defensa ante los golpes de autoridades y gángsters.

Las invasiones y desalojos son despedidas y encuentros de un negocio que da millones a algunos y sufrimiento y desamparo a muchos. En las ciudades perdidas, de pérdida en pérdida encuentra su rostro el marginal.

La respuesta tendrá que ser pronta y certera y tendremos que encontrarla en un nuevo conocimiento que armonice lo espiritual y lo científico, que implique una mayor inversión en cultura y mayor escolarización en todos los niveles. La nueva política requerirá para ello una reorientación y nuevas normas y metodologías.

El drama se puede caricaturizar en el personaje campesino que desea vivir como en la gran ciudad que le muestra la televisión, él no sabe que no lo conseguirá, porque hasta para ser proletario urbano se requiere de un aprendizaje más allá de que la ciudad no tenga la infraestructura de acogida para incorporarlo.

El marginado arrastra su apatía como signo inequívoco de la desnutrición, la mezcla de su hambre y de su depresión que le impiden organizar otra forma de vida, anticipar su destino y prever sus acciones y estrategias, integrarse en grupos y valorar su vida.

La incapacidad de defenderse del sistema imperante, de marginarlo, lleva a idealizar instituciones que han vendido y siguen vendiendo ilusiones: consultas médicas por salud, consejos higiénicos por mejoramiento ambiental, libros por educación y establecimiento de un salario mínimo obligatorio por empleos eventuales y sin ninguna garantía ni prestación.

Así podrá arrastrar su apatía por el paisaje sucio y maloliente desde su tugurio donde vivirá (si esto es vida) o mejor dicho entre caos, miseria y desesperación sobrevivirá.

 
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