Usted está aquí: lunes 10 de septiembre de 2007 Deportes Con emotivo elogio, Joaquín Sabina correspondió al brindis de José Tomás

TOROS

El madrileño fue herido en la misma fecha y la misma plaza donde murió Manolete

Con emotivo elogio, Joaquín Sabina correspondió al brindis de José Tomás

“Supe qué se siente tener una montera en la mano mientras mi torero se inmola”, escribió

Lumbrera Chico

Ampliar la imagen Jorge Zamora El Espartano salió a morirse y se llevó una oreja y una cornada Jorge Zamora El Espartano salió a morirse y se llevó una oreja y una cornada Foto: Jesús Villaseca

Manuel Rodríguez Manolete fue herido de muerte el 28 de agosto de 1947 en el coso andaluz de Linares. El 28 de agosto de 2007, a la misma hora, en el mismo ruedo, fue cogido José Tomás, pero antes de recibir la cornada le brindó la faena a su amigo, Joaquín Sabina, ídolo de millones de mexicanos convencidos de que la tauromaquia es una costumbre de salvajes. Al día siguiente del percance, el poeta le correspondió al artista de los ruedos con estas palabras, aquí mal resumidas:

“Mis hijas no han visto nunca una corrida de toros, pero su padre les contará, babeando de orgullo y emoción, que una tarde en Linares, en el 60 aniversario de la muerte de Manolete, le brindó un toro José Tomás. La historia viene de lejos: hasta el abajo firmante, en el dorado ocaso de Curro y Antoñete, estaba a punto de pedir el carné de miembro de la sociedad protectora de animales, cuando empezó su vida pública José Tomás. Nadie respeta tanto al toro y a sí mismo hasta el punto de no concederse la más mínima ventaja. Nadie. Su terreno es el del toro. Lo he paladeado en sus cuatro etapas: al principio, la revelación; antes de retirarse, la duda; retirado ya, la tortura interna, la reflexión y, por fin, en su gloriosa y apasionada vuelta, la insobornable madurez, la confirmación cabal de la leyenda.

“Lo he aplaudido, he sufrido y gozado con él, de qué manera, en Madrid, Lima, El Puerto, Almería, Linares. Estuve en la Monumental de Barcelona, del brazo de Serrat, soportando en trance las protestas antitaurinas la tarde de su ruidosa reaparición. Incluso alguna vez, hace un lustro, me sorprendí a mí mismo en un tendido de Las Ventas peleándome a gritos –sí, como un energúmeno, ¿pasa algo?– con los inevitables antitomistas (los maniqueos, ¿recuerdan?). He disfrutado de su palabra, tan sabia como escasa, de su inquietante mirada y de su noble amistad estos años de ausencia de los ruedos y puedo asegurarles que si, como decía el clásico, se torea como se es, no hay mejor paradigma que Tomás. ¡Qué falta hacía!

“Como es carne de copla y de soneto he escrito mucho sobre su arte, pero siempre se queda uno tan corto... ¿Cómo estar a la altura de la sangre? Empecé a sospechar cuando me hizo saber por terceros, con exquisita discreción, que quería invitarme a Linares. En el viaje de ida corneaban isleros mi barriga. Hotel Cervantes. Dos entradas de barrera. Como en una postal sepia me acordé de mi padre, con quien iba de niño a la feria de San Agustín. Sabía, eso sí, que haría el paseo de purísima y oro. No como Manolete, que fue de palo rosa, sino como la licencia cromática que me permití en una canción que ayer acabó de unirnos para siempre.

“Tendido 2. Bordados de capote en la barrera. Allá se vino con esa solemne naturalidad que atesora como un sacerdote. No diré lo que dijo en el brindis. Eso queda para mí. Pero supe lo que se siente con una montera húmeda en la mano cuando el torero, mi torero, se inmola en el culto sagrado de la pasión y la sangre. También sé que no podré explicarlo. Me haría falta la pluma de Joaquín Vidal con ese tono tan suyo de moderno revistero antiguo. Luego la enfermería, la del cloroformo, la de Manolete, y después los teléfonos ardiendo en el hospital ya de vuelta a Madrid, con una luna como de albero, más redonda y más naranja que nunca, sintiéndome, perdonen la arrogancia, casi culpable.

“Cúchares me dispense pero no puedo dejar de pensar que, no tan inconscientemente, el de Galapagar hizo lo posible y hasta lo imposible, porque el toro se las traía y miraba y avisaba, para estar en la misma camilla que Manolete. ¿Se trata de un loco? No, se trata, sobre todo, de un hombre, de un torero, de un artista, con un orgullo que no deja sitio a la vanidad, de corazón caliente y sangre fría con creces derramada.

“En tiempos de emociones tan triviales, tan de usar y tirar, la mano izquierda de Tomás redime. Que se lo pregunten a Vicente Amigo, a Jorge Sanz, a José Ramón de la Morena y a tantos otros, incluido el sublime Morante de la Puebla, que ayer lo vio, estupefacto, como yo. A estas alturas de cantantes todo a cien, poetas muertos y controles antidoping, me queda una sola adicción y la más grave: se llama José Tomás y no tengo intenciones de curarme. Gracias, amigo. Salud, maestro. Cuídate lo justo”.

En el prólogo de su texto, Sabina subrayó conmovido que luego de ser empitonado y con la hemorragia a flor de taleguilla, Tomás ordenó que le pusieran un torniquete y siguió toreando como nadie más sabe hacerlo.

 
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