Usted está aquí: sábado 15 de septiembre de 2007 Opinión Comprender la grandeza de México

Carlos Montemayor

Comprender la grandeza de México

Hace más de 200 años, Francisco Javier Clavijero comentó: “Jamás han hecho menos honor a su razón los europeos, que cuando dudaron de la racionalidad de los mexicanos. La organización social que vieron los españoles en México, muy superior a la que hallaron los fenicios y cartagineses en nuestra España, y los romanos en las Galias y en la Gran Bretaña, debía bastar para que jamás se excitare semejante duda…”

¿Por qué los cartagineses y los fenicios no pusieron en tela de juicio la naturaleza racional de los pueblos ibéricos que vivían en la barbarie? ¿Por qué tampoco los romanos cuestionaron la naturaleza racional de los galos y anglosajones, tanto o más bárbaros que los ibéricos? Acaso porque la cultura de los cartagineses y fenicios y la cultura de los romanos era superior, en términos humanos, a la de los españoles, sajones y holandeses que arribaron como “descubridores” a América. Acaso, también, porque eran menos voraces.

Ese prejuicio, que permanece vivo en muchas regiones de nuestro país y de nuestro continente, ha ido reformándose, modificándose, desvaneciéndose a veces, dando paso a una amplia gama de discriminación y de racismo a partir de un peculiar sentido del concepto de mestizaje. Veámoslo así: el criollo del siglo XVIII, que por vez primera revaloró el mundo prehispánico, celebró la cultura que la conquista quiso destruir y cancelar. Celebró a esa cultura y a sus creadores. Sin embargo, el “indio” celebrado como creador de nuestra historia era una idea ya, un concepto abstracto, una invención no de europeos, sino de novohispanos.

A partir de entonces creemos descender de españoles y de indios, nos creemos herederos de una gran cultura prehispánica, sin aceptar compromiso alguno con los pueblos que descienden de esas viejas culturas. Como en una especie de esquizofrenia social, abrimos un gran abismo entre la población indígena actual y la prehispánica. Aplaudimos la figura abstracta del pasado y nos avergonzamos del presente. Exaltamos la memoria prehispánica como mestizaje, pero nuestro racismo se pone al descubierto frente al indio real. Celebramos el mundo de ayer, pero discriminamos a los indios de carne y sangre de hoy.

He trabajado durante varias décadas en numerosas regiones y comunidades con escritores de nuestras lenguas originarias. Esa labor, concretada en talleres, libros de autores actuales de diversas lenguas; concretada en mi propia literatura, en mi labor como escritor, lingüista, analista político, ha modificado mi vida profundamente y me ha llevado a comprender con nitidez la grandeza de México.

Cuando negamos la herencia milenaria de los pueblos originarios, creemos que nuestra historia abarca solamente los últimos 500 años. Es decir, por una visión predominantemente racista estamos perdiendo el privilegio y el honor de poseer también la memoria milenaria de estas culturas. Cuando logremos unir en nosotros todos los Méxicos y pueblos que somos; cuando podamos sentir como nuestras todas las lenguas que ya describían y cantaban nuestros territorio antes de que apareciera en el mundo la lengua en que ahora les hablo, reconoceremos que este país puede ser tan milenario como China y la India. También, y sobre todo, que puede ser un país más justo y noble.

Agradezco el honor de expresar esto en el marco del premio de una fundación que proclama y celebra, precisamente, a un México Unido en la Excelencia de lo Nuestro.

Palabras del escritor, ensayista, poeta y traductor al recibir, la noche del jueves, en el Palacio de Bellas Artes, el Premio Fundación México Unido a la Excelencia de lo Nuestro

 
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